Por Darío Zalapa Solorio
[Once de la noche]. Enciendo un cigarro. Los destellos de una serie de luces llegan a mi ventana. Me golpean la cara. Azul. Amarillo. Rojo. Colores clásicos. Brincan en mi rostro, se pasean. Si pongo la mano entonces se pasan a ella. Sería mejor pararme del sofá y caminar hacia la cocina. Comer un poco de sopa amarilla. Quizá algo del pastel rojo. O una cerveza de esas azules. Sería como las luces.
Sólo miro la pared. En ella, algunos recuerdos colgados. Fotos, en su mayoría. Mi esposa. Mis hijas. Mi madre. El perro. Todos contentos. Todos, incluido el perro. [Pasan de las once]. Todos vendrán. Y cenaremos. Y beberemos. Y platicaremos. No sé cuánto tiempo tengo sentado. Recuerdo el programa de concursos en la teve. Recuerdo el perro moviendo la cola y haber acariciado su cráneo un par de veces. Recuerdo dos cervezas azules. Pero no más. Creo dormité un poco y luego caí en un sueño demoledor. Demoledor: estoy cansado. Bien pudiera dormir hasta que ellas lleguen, pero esas pinches-luces prácticamente me patearon las pupilas. [Once y veintiséis].
Vendrán. Visitarán al padre, al hijo y al esposo. Los nietos al abuelo; tiene tiempo que no los veo y, con eso de que ahora crecen a lo estúpido, quizá uno de ellos ya tenga mi estatura. Vendrán. La otra no tiene hijos, pero sí amigos. Estará con ellos hoy, pero dijo que vendría a darme mi bufanda. Cada año me regala una bufanda. Ella siempre trae regalos o galletas: ella, mi esposa. A su nuevo novio no le gusta que me visite; seguimos estando casados, o eso dicen los papeles sin firma que atenderé la próxima semana. Será bueno darle un abrazo y desearle un feliz año. Vendrá. Mi madre. O no. Quizá su muerte sea un impedimento. También atenderé la cita con el psicólogo la próxima semana.
Una llamada. No viene; sus hijos tampoco. Perdieron tiempo haciendo compras y ahora ya deben estar en la casa de su suegra. Feliz año nuevo, papá, mañana pasamos a saludarte. Eso dijo. Me pueden saludar por teléfono. Apagaré mi celular, no es necesario. Si alguien más llama con el mismo motivo, no atenderé. Entonces tendrán que venir y me podrán saludar de frente. Apagado. Una cerveza azul.
Teléfono de casa, lo olvidé. Es ella, mi esposa. Al galán-de-barrio se le ha muerto un hijo y tienen que atender los servicios. No viene. Entiendo. Un velorio el primer día del año; podrá socializar con su nueva familia. Mañana traerá galletas. Negué la sopa, aún queda un poco de la que trajo la semana pasada. Sí, prometo no dejar pasar un día más para revisar los papeles del divorcio. Saludos al galancete. Se escucha un silencio
Sigue el tono. Desconecto el teléfono.
Incomunicado. Si ella, mi otra hija, tampoco quiere venir (o no puede), tendrá que venir hasta acá. Es normal, supongo, preocuparse por tu padre si no puedes comunicarte con él. [Once cuarenta]. Se dará la media noche cuando ella venga manejando su furgoneta azul. No llamó antes. Vendrá. Pasar esta fecha con sus amigos, qué va. Otra cerveza azul, queda una. Borrachos, sus amigos. Ella no. Estoy seguro que ya viene en camino.
La mitad de las luces ya no parpadean. El vecino sale y las agita. No pasa nada. Él enfurece. Luce fea la fachada con la mitad de las luces apagadas; imagino desconectará las restantes. Lo hace. No sé si la luz emita algún sonido pero ahora, a oscuras, todo está más callado. Ya no siento la paliza en mi rostro. Otro silencio como el del teléfono.
Ahora destapo la última cerveza azul. [Once cincuenta y cinco].
Con la ventana estéril de luz puedo pararme cerca de ella. Más cerca. Quiero ver a mi hija llegar. Acá adentro todo es oscuro, no me gusta la luz. Quiero que me vea cuando llegue. Se bajará de su furgoneta un poco asustada, pero me verá y se tranquilizará, sonreirá y regresará al auto por mi bufanda. Entrará. Me abrazará. Me dará un beso en la frente y me preguntará por qué está apagado mi celular. No lo había notado. Me preguntará por qué el teléfono de casa está cortado. Olvidé pagar la cuenta. Me preguntará por su madre y su hermana. Bajo la cabeza y no digo nada. Quizá algo de compasión le siembre lágrimas en los ojos, quizá a mí también.
[No sé la hora]. Sigo parado frente a la ventana. [No quiero saber la hora]. Olvidé la cerveza azul en la cocina, iré por ella.
Tengo hambre. Caliento sopa amarilla. Tomo con los dedos un poco del pastel rojo. Sopa caliente. Regresaré a la ventana. Regreso. Pongo en la mesita, bajo la ventana, el envase de cerveza. Líquido hasta la etiqueta. Mantengo el tazón con sopa en mi mano derecha. Sigo observando. Espero a que ella aparezca.
La noche pasó sin más. Al caer las ocho de la mañana el mismo cristal me separaba del mundo, afuera; seguiría yéndose mi vista de largo, esperando que la furgoneta azul apareciera. [No quería darme cuenta de que ya eran las ocho de la mañana con un minuto]. El envase seguía con la misma cantidad de cerveza y la sopa ya no era amarilla, ni caliente. El perro ladró, eso me recordó que no estaba solo, o no del todo.
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