Por Francisco Valenzuela
Solo, melancólico y con un vaivén de emociones; así llega el más reciente disco de Sufjan Stevens: Carrie and Lowell, tributo a su madre y padrastro, una mamá a la que solo veía en verano durante la niñez y adolescencia, y quien murió recientemente, cerca de él.
Después de cinco años de silencio, el nativo de Detroit regresa con un disco confesional, donde prácticamente solo aparece la guitarra acústica y piano, con casi nada de batería.
Las letras se enfrentan con esa pesada loza que es la muerte: “Ya sabemos cómo acaba esto”, dice en Death with dignity, una muy triste conversación con su madre, a quien dice ha perdonado al tiempo que le recuerda: “No nos verás otra vez”. Sin embargo, entre tanta pesadumbre también cabe la esperanza, el saber que mientras unos se van otros nacen, “Mi hermano tiene una hija, y su belleza ilumina”, dice en la carta de sentimientos al borde del límite mientras termina Should have known better.
Stevens es tan extraño que lo mismo nos ha entregado discos ya clásicos como Illinois que villancicos navideños que no sabemos si alguien se atreva a poner mientras destapa los regalos en pleno 25 de diciembre. Lo cierto es que el creador de hits como Chicago hoy se abre de forma genuina para contarnos cosas que le duelen y lo reconstruyen, algo no tan fácil en un artista consagrado.
Comparado con The age of Adz (2010), donde encontramos efectitos electrónicos por doquier, el Carrie and Lowell es una apuesta minimalista en sentido opuesto, dado que semejante desnudez creativa lo menos que necesita es de sonidos especiales sacados de un software de avanzada.
Entiéndase a esta entrega como un libro de historias contadas en primera persona, desde la suave voz de un tipo confundido que afirma en Eugene estar borracho y no hallarle sentido a inventar canciones que no son capaces de escucharte.
Tal vez a alguien le pueda parecer monótono, pero las once canciones de este disco son un suave recorrido que nos puede acompañar en carretera, mientras bebemos o mientras no hacemos nada: da igual, se trata de escuchar las penas de un amigo.