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Teoría del Superbowl XLVIII

Por Pata Maldita

Dígase lo que se diga, cuando uno es un chaval (o una chavala) una de las cosas más importantes son los(as) amigos(as). Si tus papás consiguen un mejor trabajo en otra ciudad o en otra zona, y te tienes que cambiar de casa, seguramente sufrirás las consecuencias: vas a tener que empezar y en cierto modo tal vez no vuelvas a hablar de algunas experiencias antes vividas con quienes serán tus nuevos amigos. O igual, aunque se las cuentes, muy probablemente te entenderán pero no serán capaces de hacerlas suyas, por el simple hecho de que no las vivieron contigo.

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Esas entidades genéricas e infrahumanas hoy llamadas(os) novias(os) sirven de ejemplo para ilustrar de modo parecido el asunto: quién más va a saber que en el verano del 99 tú y Andrea salieron de vacaciones y fueron a la playa más lejana y escondida de aquella playa desierta, que la lluvia los sorprendió en un lago que se unía con el mar, y que tuvieron que correr hasta la casa de campaña que poco pudo hacer para resguardarlos; que se tomaron todo el vino que habían comprado para el fin de semana, que empezaron a sonreírse como un par de tontos, que acabaron riéndose y besándose, que salió corriendo de la casa y que tú corriste detrás de ella que se iba quitando la ropa bajo las ráfagas de agua… Quién más va a saberlo salvo ella, con quién más puedes hablar de esas cosas salvo con ella que, sin embargo, ya no está, ella que salió de tu vida hace mucho tiempo.

Murió el abuelo, para qué decir más; ninguna otra persona en el mundo puede saber lo que él sabe, nadie más sabrá cómo llegaste al mundo, como subiste los árboles de frutas, como corrías por el prado, cómo llorabas cuando tenías miedo, cómo ibas a seguirlo por las mañanas para que te regalara un pan; cómo era la historia de tu propia familia.

Esta es mi teoría sobre el futbol americano, quizá sea muy insulsa pero ahí va: cuando un jugador defensivo salta al terreno de juego ya se sabe que no se encontrará con los ofensivos. Déjame explicarme, hipotético lector, no seas tan cruel, dame otro minuto.

Esta noche, 2 de febrero, 10:38 (pm), luego de que los Broncos de Denver perdieran el Superbowl de manera aplastante (cuarenta y tantos a 8, como en capítulo de los Simpsons [“y gracias a la magia del gran –John– Elway” el Supertazón queda: Broncos 7, San Francisco 56]), vi los rostros de los jugadores defensivos de Denver, tratando de parar a sus adversarios, que parecían estar poseídos. Y la cara de desesperación del considerado uno de los mejores quarterbacks de la historia: Peyton Manning, lesionado gravemente del cuello y desechado por su antiguo equipo, los Potros de Indianápolis.

Lo de Manning es semejante a lo de Tom Brady con los Patriots de Nueva Inglaterra hace seis años, cuando perdió el Superbowl inesperadamente contra los Gigantes de Nueva York, donde curiosamente el mariscal de campo era Eli Manning, el hermano de Peyton, luego de que Nueva Inglaterra había hecho una campaña perfecta, ganando todos los partidos, salvo la final. Je. Pequeño detalle.

Si has aguantado hasta aquí y todavía no has dejado de leer, deja ya de leer y ponte a hacer otra cosa, salte del face y ten una vida propia; lo que diré es la conclusión de esta breve teoría, que no tiene ya nada de interesante. Así que mejor vete.

En un deporte como el tenis, los jugadores tienen más contacto entre sí sobre la cancha que el que tienen en el futbol americano ofensivos y defensivos de un mismo equipo, por la sencilla razón de que cuando entran unos al emparrillado los otros tienen que salir para dejarles el lugar, y así sucesivamente.

A diferencia del basquetbol o el soccer, en el futbol americano no es posible hacer ciertas combinaciones de jugadores; no verán a Peyton Manning con los esquipos especiales tratando de parar un gol de campo del rival. No verán a Peyton Manning, en su última temporada (dicen que regresará, pero no regresa, y si lo hace un año más no volverá a llegar a la final), entrar al campo a taclear a esos que le acaban de interceptar el balón y van a anotar. No verán a Peyton Manning detener el marcador, el lo acrecienta pero no lo detiene.

 

Es como un albatros con el cuello roto, es un corcel con la pata quebrada, es un Zinedine Zidane en su última copa del mundo, dando cabezazos como desesperado desde la banca para tratar de entrar al campo a detener la avalancha que se le viene encima. Los defensas de su equipo quisieran irse para que él entrara a ganar el juego, pero el juego se hace eterno y él no puede entrar. Están separados dentro del juego mismo y no pueden hacer nada, van a perder, van a perder.

Peyton Manning es una novia que los jugadores defensivos no volverán a ver, con la que han vivido una vida íntima día a día a la que no pueden salvar; quisieran acercarse pero no pueden. Peyton Manning es como un amigo de la infancia que se cambiará de ciudad al que no podrán alcanzar, con el que nunca volverán a cruzar palabra y del que no se sabrá más qué pudo haber sido de su vida, al que tratan de consolar sabiendo que todo es inútil; Peyton Manning es ese familiar que agoniza y al que no verás de nuevo, salvo en los viejos videos de la familia. Peyton Manning es el mejor quarteback de todos los tiempos, derrotado de forma apabullante sin que su defensa pudiera hacer algo por él, pese a ser el que los había llevado hasta ahí; escindidos desde el comienzo, partidos en dos dentro del mismo equipo, es una ironía del juego. Así se despide el que quizá sea el mejor jugador de futbol americano de todos los tiempos.

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