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#TextosAislados: El guiño de la Vía Láctea

#TextosAislados: El guiño de la Vía Láctea

#TextosAislados: El guiño de la Vía Láctea

Por Claudia Islas Coronel

Recuerdo que todo comenzó cuando nos bajamos del avión, yo me había traído el mar en la mirada, la casa de la playa en el recuerdo y un poco de arena en los bolsillos. Jamás imaginamos lo que vendría, aún sin desempacar, los días ya iban perdiendo el sabor de las cenas con los amigos, se iban apilando uno a uno hasta formar esta masa gris desde la que escribo.

Recuerdo la sensación temprana de angustia, la de la espera en la fila de la montaña rusa, la expectativa por que todo comenzara, la marejada de informes, los datos, las gráficas, el medallero (como le apodaron al mapa que día con día se iba pintando de rojo), el coraje y la impotencia de saber que jamás lograremos ponernos de acuerdo, los ataúdes, la tristeza en italiano. Luego, la explosión de la basura mediática, el silencio que iba apagando lentamente las calles y en medio del incendio, esta escena en cámara lenta, sorda, que trajo el recuerdo punzante de aquella luz que hace tantos años me guiñó sobre la playa para despertarme, un empujón hacia el abismo para que me montara en la Vía Láctea y entendiera la grandeza de la insignificancia, para que reconociera mi lugar minúsculo en esta sucesión del tiempo.

Con ello, llegó una frágil sensación de paz, de sabernos a salvo si renunciábamos a la libertad, a los paseos por la ribera. Una ofrenda de sacrificar los paseos durante los últimos días de clima fresco en el infierno, de ver a las amapas florecer únicamente desde los videos acusatorios en los parques aún llenos de gente. Será por unos días, quisimos convencernos y continuamos sanitizando el calendario, como si afuera no se estuviera derrumbando el futuro, como si las jacarandas de mi abuela, este año, se hubieran olvidado de iluminarme la mirada.

Poco a poco nos vamos acostumbrando a las video llamadas, a las caricias electrónicas, a temer a las sonrisas desnudas, a no encontrar los ingredientes para el pastel de cumpleaños, al silencio obligado, a los días pegajosos que se repiten incesantes entre noches de insomnio mientras allá afuera, la Vía Láctea sigue su marcha.

Al cabo de unas semanas, la nostalgia comienza a manifestarse, improvisamos canciones alrededor de la fogata imaginaria, nos revolcamos en el oleaje de la pantalla, llamamos a los padres, a los hermanos, a los amigos; creemos sentirlos electrónicamente y rezamos para que no nos alcance el virus, para que no se termine el cloro, para que no tengamos que marcar ese tan mentado número, para no ser de esos a los que despidan en una puerta de ambulancia para siempre.

Y así seguimos, rogando al cielo para no ser, otra vez, parte de la estadística, rezamos a cualquier dios, a todos los dioses porque uno solo no alcanza para terminar con la pandemia humana, rezamos en todos los idiomas para que nos escuchen allá afuera, si es que aún queda alguien, rezamos como nos contaron que se hacía para sumarle días al calendario, y los vamos asoleando junto a la pila de ropa sucia que nos quitamos al llegar, rezamos pidiendo que nos alcancen los días para volver a sentir, para volver a mirarnos de cerca, para romper por fin la barrera invisible.

La palabra mañana se queda en la memoria cuando se anuncia una extensión del castigo, tratamos de consolarnos mientras se van borrando ya los rastros de lo que fuimos antes de entrar en esta madriguera. Mañana iremos a celebrar la vida, mañana que por fin se nos permitan de nuevo las risas desnudas, volaremos a su lado para encontrarnos, para bailar y sacudirnos el encierro, para descubrirnos nuevos en la mirada. Porque más de una vez hemos llorado, esperando a ser la lluvia que nos empape como otros años. Lloramos abrazados del silencio sin poder decir adiós, sin palabras. Y nos encomendamos al camino, a la esperanza de un futuro que nunca fue nuestro pero sentimos perdido.

Hemos perdido las calles, los paisajes, los boletos, el descanso, la certeza, pero seguimos haciendo planes desde nuestras miradas insignificantes hacia la infinita grandeza, desde esta terquedad congénita por asir la carne a lo fugaz.

 

Culiacán, Sinaloa, abril del 2020

Imagen: www.santigimeno.org/ Flickr

 

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