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#TextosAislados: En el reino de la mentira

Mentira

Por Satori Ko

Quedarme en casa no es nada nuevo para mí. Extraño las interacciones universitarias y a los nuevos amigos que había hecho, pero estar aislado está lejos de serme una tortura o siquiera algo nuevo. Por otro lado, la razón del aislamiento, la pandemia del Covid-19, ha dado una característica especial a esta cuarentena: el estar atento a lo que ocurre.

Mientras que en otras ocasiones podía sentir al mundo ajeno a mí, girando lejos, muy lejos; en esta ocasión me siento ligado a él por una red virtual que hace treinta años habría sido impensable.

Porque no estamos hablando sólo de las noticias oficiales (y no tanto) sino de las reacciones específicas de las personas que (desesperadas, enfadadas y todo lo demás) le gritan de continuo al abismo sin fondo de las redes sociales, mismo abismo donde nos vamos encontrando unos a otros gracias a la magia de perversos algoritmos que insisten en «conectarnos».

¿Pareciera que quiero satanizar las redes? No del todo, más bien me ha angustiado el reflejo que el abismo nos ha reflejado. Nunca como en estos días había sido tan patente el profundo cisma en que se ha estado fracturando irremediablemente el mundo. Los bandos se forman de manera «orgánica», los que creen y los que no creen; conspiraciones y datos manipulados y argumentos lógicos y absurdos, sentimientos, emociones y esperanzas de cambio junto con la sobria perspectiva de que tal vez todo más bien empeore.

En otros tiempos habríamos estado encerrados en una casa, un cuarto, obligados a interactuar hasta la tragedia como en tantas obras de teatro. En este caso tenemos un cuarto de infinitas proporciones donde también estamos encerrados, donde la interacción no es obligatoria pero también la buscamos (¿qué tan autodestructivos podemos ser?), donde queremos encontrar puntos de resistencia que nos confirmen que no estamos solos, que hay algo, pues si tu mano, si tus palabras… no topan con nada, es porque estás solo… o ignorado, que es peor. Deseamos el conflicto y la destrucción, tal vez para evitar redirigir esas fuerzas contra nosotros mismo. Tal vez.

Pero aquí es donde comienza mi verdadero lamento: ¡qué diferente pudo ser todo! Porque jamás en la historia habíamos estado más preparados para lo que ocurre. Tenemos la tecnología y todos los medios para hacer frente a una pandemia que aunque terrible, está lejos de ser la peor. La magnitud del problema no es nada que no pudiéramos resolver, eso está claro. Lo que también está claro es que «no quisimos».

Llevamos décadas de advertencias sobre los peligros de un desastre de esta naturaleza y para lo único que parecen haber servido, es para fundamentar teorías conspiratorias sobre «lo raro» que es que supieran lo que iba a pasar. Siempre ha habido temas más importantes, más urgentes, más redituables, y con las llamadas de atención pasadas (SARS, ébola, H1N1, etc.) no bastó. Pero todo esto acaba siendo secundario, me parece. Porque lo realmente lamentable es la manera en que hemos desperdiciado nuestros medios de comunicación.

En un mundo de fantasía nos seguiríamos regocijando de que un mensaje de aquí a la India toma micras de segundo en lugar de años. Y no sólo mensajes, imágenes, audios, ¡videos! En este mundo de fantasía que quiero pintar, las personas tienen opiniones diversas, dialogan entre sí y tienen fuentes confiables que se contrastan razonadamente unas con otras.

Pero eso es fantasía. La realidad es que los peores vicios humanos se explayan en este paraje digital. Escogemos qué noticias creer con base a qué narrativa nos parece más simpática o coincide más con nuestros prejuicios. Prescindimos de la lógica y a veces hasta la acusamos de tiránica. Otros vicios son más comprensibles, el mundo sigue siendo enorme y nuestra información sobre el mismo, incompleta, es natural querer llenar todos esos huecos con lo primero que se nos ocurra, porque aceptar la propia limitación es una de las pruebas más duras para el ego (la arquetípica frase «sólo sé que no sé nada» no siempre da a entender el nivel radical de humildad que pretende).

Pero la verdadera raíz de todo esto es la mentira. No hablo de la mentira inconsciente o de la mentira ignorante, sino de la mentira perversa y voluntaria que delata que de fondo somos un mundo en guerra. Países, unos contra otros de formas más o menos veladas. Personas que atacan a otras para aprovecharse y obtener los beneficios, viendo en la ganancia a corto plazo más valor que en una comunión que a la larga beneficie a más.

En este momento en que nuestra ventana al mundo se ha reducido a nuestras ventanas literales y a las distintas pantallas que poseemos, podemos percibir claramente la distorsión monumental en que las redes de mentiras hacen de lo cierto, dudoso, de la sospecha una certeza y de mil gradientes más donde no podemos percibir dónde empieza y dónde acaba lo cierto, lo verdadero, no sólo ya en los medios, sino en nosotros mismos. ¿Qué tan objetivo estoy siendo, qué tanto de lo que tomo como verdad, es verdad? El escepticismo está allí, al acecho, pero el humano no soporta vivir de dudas, necesita verdades y tomamos las que podemos.

Mientras tanto, me alegro sinceramente de que todos los medios a mi disposición me permitan seguir en tiempo real lo que tal vez está pasando al tiempo que disfruto de todas las oportunidades de esparcimiento y formación (estamos de acuerdo en que no faltarán libros para leer), eso sí, con un horrible y amargo regusto de que todos, como humanidad, podríamos estarlo haciendo mucho mejor.

Guadalajara, abril del 2020

Ilustración: Prachatai/Flickr

 

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