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#TextosAislados: La tormenta

Tormenta

Por Verónica Calderón

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Desde que todo esto comenzó lo he comparado con una tormenta.

Crecí en Michoacán y me considero serrana. Amo las montañas y el verde en época de lluvias. Las tormentas con truenos me calman. Quizá por eso me recuerda a una tormenta.

Recuerdo lo que veía hace semanas o un mes y me parecen estampas que pasaron tan rápido que ahora me cuesta trabajo entender. Mi trabajo va de noticias, entonces lo recuerdo leyendo a otros periodistas. Tuits de amigos que trabajan en China advirtiendo de la enorme magnitud de la pandemia. Un colega italiano que hablaba de cómo su madre llevaba una semana de encierro.

Mis amigos de Madrid, la ciudad que considero como mi hogar adoptivo por tanta gente que quiero ahí, que, uno por uno, comenzaron a mandarme mensajes en aquellas semanas que ahora recuerdo como las últimas de “nuestra vida anterior”.

Primero algunos de ellos hablaban del encierro en broma. Después otros comenzaban a enojarse porque los bares de Madrid, una ciudad donde la fiesta y estar con gente es un modo de vida, seguían repletos.

Otro de un exembajador mexicano también en China, donde decía desde febrero que había que pensar que en 2020 no habría bodas ni graduaciones por lo menos hasta junio. Entonces me pareció exagerado. Ahora pienso que se quedó corto.

Y entonces todo comenzó. Como en las tormentas con las que crecí de niña, el cielo se cerró en un momento y comenzó a llover a cántaros. El bicho tenía un nombre, uno que nos cansaremos de repetir por al menos mucho tiempo más.

Era consciente ya de la gravedad y mi sensación era la de mirar a lo lejos esas nubes que ahora se dirigían a mi casa, a mi tierra. A nuestra tierra. América, el continente; México, mi país. Y me angustiaba cuando veía los pronósticos, sabía qué ocurriría.

Una pantalla de Bloomberg, el servicio financiero, donde marcaba todas las empresas en rojo. “Me sorprende la rapidez con la que se desarrollan  las crisis”, me dijo un analista financiero, con el que salí un par de veces en febrero, en lo que era la vida anterior.

Me parecía todo tan enorme. ¿Países cerrados? ¿La industria entera turística parada? ¿Ya no vamos a viajar? ¿Restaurantes también? ¿Qué vamos a hacer?

Eso me repetía una y otra vez. ¿Qué vamos a hacer?

El último mensaje fue de una querida amiga española, periodista deportiva, que con la parquedad con la que mis amigos de allá hablan  de las cosas realmente graves me dijo: “Verónica, lee esto. Solamente te pido eso. Lee esto”.

“Te mando un abrazo”, le respondí.

Me respondió igual de corta. “Por raro que te parezca, lee esto”, repitió.  “No salgas de casa”.

Era un artículo de una escritora italiana, donde relataba su encierro a lectores británicos en The Guardian, que al igual que nosotros apenas comenzaban el suyo por entonces. “Una carta desde Italia”, dice el título.

“Los veremos aplaudiendo, como nosotros vimos lo que pasaba en China. Se preguntarán cuándo volverán a ver a sus seres queridos, cómo nosotros lo estamos haciendo”.

Ese texto lo recuerdo mucho. Porque así estamos, repitiendo paso a paso todo lo que dijo. Y ahora todo se ve tan pequeño.

Lloraba solo cuando me llamaba mi madre. Le digo todavía que me parece tierno que solo me quebrara con ella, cuando comenzaba a preocuparse de que estaba deprimida de nuevo, le expliqué que me sentía así. Mantenía lo que quedaba de “normalidad”, pero con ella lloraba.

No he llorado igual desde que todo comenzó. Quizá lloraré así de nuevo cuando todo-esto acabe. Aunque ahora ya  ni  siquiera sé que es todo-esto.

Tengo la sensación de que todos estamos encerrados en algún punto, como marineros en un barco. He buscado cuánto tiempo pasaban aquellos que venía de Europa a nuestro continente. Por qué el encierro y la incertidumbre de la travesía los volvía locos y aun en medio de la enorme comodidad que tenemos ahora y la certeza de que soy una de las grandes afortunadas en todo-esto, lo entiendo.

Me acordé también que algunas de mis canciones favoritas se inspiran en la tormenta. Recordé la historia de “Amazing Grace”, el himno que escribió un marinero que transportaba esclavos y que después de salvarse de una de esas tormentas, escribió los versos de la canción y dedicó su vida a liberar a los esclavos que transportaba.

O eso es lo que recuerdo.

No sabremos exactamente cuánto hemos perdido hasta que         todo-esto termine. Por ahora, solo son truenos, viento y agua. La esperanza de que un día terminará y entonces saber de dónde vamos a comenzar de nuevo.

Por ahora solo queda esperar que amaine la tormenta.

Ciudad de México, abril de 2020

Imagen de Dave Edens/Flickr

 

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