Por Verónica Calderón
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Esta frase me gusta más en inglés: Humour lies in the roots of sorrow. Repito, citando a Mark Twain sin consultar la frase exacta en Wikipedia, porque así la aprendí del compañero salvadoreño de la universidad que se convirtió en uno de mis mejores amigos hace 20 años.
Uno de mis grandes escapes de todo-esto es el que ha sido mi fuga cuando el anterior todo-esto (un todo-esto mucho menor que el anterior, aclaro). Un reality show que presenta una drag queen: Ru Paul’s Drag Race.
No hay mucho qué explicar. Se trata de un programa que lleva más de 12 temporadas que trata del drag: hombres vestidos de mujeres que, en la idea original, parodiaban los realities obsesionados con la belleza y la perfección.
Aquí el chiste de lo “real” va desde el inicio. Nada de lo que ves es real.
El drag tomó su nombre del acrónimo usado en las obras de Shakespeare para identificar a los personajes que eran mujeres. Entre las miles de cosas que a las mujeres no se nos permitía hacer, estaba actuar.
Por tanto, el actor debía “disfrazarse” de mujer. Pero el asunto rebasa el género. Todos usamos drag. Cuando estudiamos, cuando nos graduamos, cuando nos casamos, cuando asistimos a una reunión. Nos vestimos y disfrazamos para hacer nuestra vida en distintos momentos y eso, en distintos niveles, es drag.
Ahora ha quedado más expuesto que nunca. El drag es la ilusión que puede usarse para lo mejor y para lo peor. Ejemplos de cómo se hace en la peor manera sobran, así que por ahora me referiré a uno que me recuerda por qué es bueno.
El programa este ha crecido a tal nivel que RuPaul ahora respalda políticos y se convirtió en toda una industria en la comunidad LGBT. En el último que vi, Jeff Goldblum (aquel científico de Jurassic Park) es juez.
La emisión trataba de un supuesto “debate” entre los/las concursantes para competir por la elección de Estados Unidos. Hay algo efectivo y gracioso en medio de aquello. La broma de fingir que eres uno de quienes fingen.
El absurdo causa risas. Y los símbolos se vuelven más poderosos.
La eliminación del programa se decide en un “lipsync” por tu vida. La última parodia de lo real. No cantas la canción. Solo la actúas. Haces como si la cantaras.
Usaron una canción pop y que a primera vista puede parecer frívola: Firework, de Katy Perry. Pero en fines de semana de cuarentena, el primero que juzgue a alguien por su entretenimiento que arroje la primera piedra.
Lo emocionante fue que los dos concursantes eran una drag queen afroamericana vestida a lo Black Power de los años setenta y otra de origen persa, cuya madre iraní ha recibido decenas de insultos en Estados Unidos, de gente que le grita que regrese a su país. Eligió una hijab inspirada en la bandera de Estados Unidos.
Y ellos cantaban una canción que generalmente cantan niñas que habla de demostrar quién eres pese a todo. “Que a nadie le griten que regrese a su casa, que todos sepan que tenemos un lugar aquí”.
La drag queen que vestía la hijab explicó por qué era importante el símbolo. Más allá de todo, era también su herencia. Está en desacuerdo con las homófobas y misóginas leyes de los Estados radicales islamistas, pero también explican su lugar de origen.
Algo hizo sentido. Quizá en estos días en que todo es absurdo, vale la pena jactarse del disfraz que nos han obligado a ponerse. De las etiquetas que nos han dividido en cajas, en nacionalidades, en odios.
Lloré. Otra vez, la lluvia.
La tormenta.
CDMX, abril del 2020
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