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#TextosAislados: Pandemias que nos visibilizan

Por Magaly Vega López

Cada verano me acostumbró a que el mundo se derrumbe, las crisis han sido parte de mi vida como la lluvia que cae todos los julios. No me considero una persona negativa pero el mundo me ha enseñado a ser precavida y aun así, los desastres pasan. Logro en mi mente pensar que solo son dragones en búsqueda de tesoros de otros tiempos, tiempos que ya no nos pertenecen.

Mientras para algunos la cuarentena azotó a inicios del 2020, mi cuarentena inició con un verano del 2019 lleno de accidentes desafortunados. Terminé la maestría y eso significó buscar trabajo en un lugar donde los inmigrantes no son precisamente bienvenidos, aún cuando no tengan el personal suficiente, aún cuando tengan hogares de sobra y comidas calientes, los inmigrantes somos una especie rara que no se quiere quedar quieta en un mundo que jamás estuvo hecho para el sedentarismo. 

Quizá éste sea un buen momento para presentarme, no con nombre y apellido, sino como ese espíritu nómada en busca de maravillas. Después de casi 7 años, mis cercanos siguen sin acostumbrarse a que la Ciudad de México ya no es mi hogar. Mientras todos tienen el derecho de hacer su vida, hacerse de un departamento o casa, formar una familia, cómo es que yo puedo considerar mi hogar aquel país lejano que me promete libertades fuera de sí. No es que niegue mi mexicanidad pero, he encontrado un espacio donde puedo ser yo sin reproches, sin reglas, sin condiciones, sin estándares imposibles que cumplir y sin el miedo de morir desmembrada en las calles.

Cada verano me pone un reto, el del 2019 fue perder mi taller, mi comunicación, la idea de tener una pareja, el sueño perdido de ver a mis abuelos verme triunfar y al terminar el verano como broche de oro, mi cuerpo colapsó. Siete años de una enfermedad imaginaria para los doctores profesionales, siete años de dolores de medianoche insoportables, de rostros que no entienden el dolor, de diagnósticos mal informados, de una tortura insoportable que se reveló en una vesícula dañada que su extracción me paralizó por casi tres meses. 

Mientras la gente me exigía cómo es que no podía seguir trabajando desde la casa de mi padre, como si transportar lienzos y pinturas fuera cualquier cosa o como si el arte costara unos cuantos centavos, entendí que para muchos lo que hacía no era un trabajo real. Sentían que mis argumentos eran solo excusas, era imposible pensar que esa mujer sonriente estuviera sumida en una depresión brutal. Porque además el verano se llevó a mi terapeuta y mi acceso a mi sanidad mental.

Cuando por fin pude volar a mi hogar, un 12 de marzo del 2020, no pasaron ni 24 horas cuando la gente me cuestiona, si iba a volver. Si no iba regresar a lo que ellos consideraban que era mi hogar. Me preguntaron, si honestamente hubiera preferido quedarme en el lugar donde nací o regresar a donde mis sueños me mantienen viva. Por más absurdo que parezca, el miedo de un virus que no entendemos hace que no empaticemos con el otro, que solo pensemos en nuestra realidad y lo que creemos que es lo más conveniente para uno, mientras exigimos empatía nos volvemos soles que queman a nuestros seres queridos. 

El virus por un lado me ha cancelado mil y un proyectos pero, por el otro me ha dado la oportunidad de repensar mi actividad artística. Un Nueva York desolado por los medios y un Nueva York que se resiste a morir. En mis casi 7 años, jamás había tenido tantas llamadas, tanta gente preocupada, tantas ganas de saber del otro, por primera vez los elevadores saludaban y deseaban el bienestar, los cajeros de los supermercados nunca habían estado tan atentos y tan amables. Mi ex terapeuta, mis profesores, mis alumnos y mis colegas, inundando mi correo con mensajes de amor y compasión. Mensajes a media noche preguntándome si estoy bien, si mi estado mental no ha invadido mi cabeza con malos pensamientos. Ya saben, esa clase de pensamientos que te inmovilizan, que te hacen sentir insignificante, que te hacen rendirte. Sin embargo, recuerdo todos esos esfuerzos, de aquellos que cuando el virus me atacó hicieron todo lo posible para mi supervivencia, de la misma manera que con mi cirugía estuvieron ahí apoyándome cada uno a su manera. 

Cómo olvidar aún con tapabocas y con reglas de distanciamiento social, ver la emoción de mi portero al saberme viva. Ya que en medio una madrugada decembrina, mi cuerpo deteriorado, sin recursos para una ambulancia, ahí iba en un Uber al hospital más cercano solo para que 14 horas después me dijeran que no tenía nada, solo un mal estomacal. cuando en realidad estaba a unos segundos de una pancreatitis mortal. Unas horas después o puede que hayan sido días, me encontraba en México, en una silla de ruedas intentando volar a un hospital. 

Entre tanto ajetreo, el tiempo deshecho, amigos que nunca aparecieron, ahí estaba yo, perpleja de ver al neoyorkino con lo frío que es, con lo distante que aparenta, no pudo mi portero evitar más que abrazarme. Unos segundos de humanidad porque entre el caos se me olvidó mencionar que me habían hospitalizado en México y el pobre solo se quedó con dudas rondando en su cabeza, bien yo pude ser un número más. Y claro no pasaron ni unos segundos cuando el virus en mi total soledad me atacó.

A 49 días de confinamiento, de no saber si tendré comida o volveré a ver a mis seres queridos o podré despedirme de mis muertos, o podré tener un trabajo o podré vender obra o podré a mis 33 años tener un bebé, ya ni pensar en tener una pareja, es ahí en esos crueles momentos donde mis demonios deciden bailar cada mañana con sutileza. 

Lleno mi agenda con proyectos sin importancia y no me queda de otra que agradecer a este virus por no ser una más de esas vidas olvidadas. Un virus que nos recuerda que hay un otro invisible que hace nuestras vidas un poco más aguantables. Porque no todos tenemos el privilegio de resguardarnos, de paralizar la vida y tomar estos tiempos como unos cursos de veranos para infancias nostálgicas de películas de Hollywood. Para algunos este virus solo hace visible lo inevitable, un sistema colapsado donde sólo ciertas vidas tienen valor. 

Nueva York , 29 de Abril del 2020

Imágenes dentro del texto y portada: Magaly Vega

 

 

 

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