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#TextosAislados: Same same

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Reviso el mapa elaborado por la universidad Johns Hopkins y confirmo que en Vietnam nadie ha muerto por la Covid-19. Según el centro de investigación, el país asiático contabiliza 271 casos positivos de coronavirus y sus secuelas se acercan más a una anécdota que a una catástrofe como en el resto del mundo. Las cifras me confunden, pero me sacan una sonrisa y me hacen recordar a mi amigo Ho Viet Loa.

Loa vive en Da Nang una ciudad protegida por un dragón y con una población que experimenta daños irreversibles en sus genes como herencia maldita por el ataque indiscriminado de dioxina durante la invasión estadounidense a Vietnam, entre 1961 y 1971.

Los gringos no sólo esparcieron impunemente el mortal químico en los cultivos y en el agua, enterraron miles de galones de agente naranja en las entrañas de Da Nang y otros puntos del sudeste asiático. Pese a la devastación y una contaminación subterránea que aniquiló a millones, los vietnamitas siguen en lucha contra el herbicida y ahora contra el SARS-CoV-2: los vietnamitas son guerreros inquebrantables.

Conocí a Loa por accidente. Me hospedé un par de días en el hostal de su familia y descubrí magia en un lugar no muy diferente a México. A pesar del idioma nos entendimos y surgió una amistad que ahora en la lejanía, agrieta el corazón cada vez que recuerdo las comilonas en la azotea de su edificio junto a sus tíos y amigos, y el café un día después, antes de partir.

Same same, me repetía Loa cada vez que le decía que Vietnam se parecía a México. Same Same, me repetía al tiempo que le explicaba que los abrazos, los besos y los apretones de mano también son un rasgo cultural en mi país que no nos deja indiferente, y menos ante litros de cerveza y rollos de verdura y carne. Same same le constaba con una sonrisa bien puesta en el rostro: same same. 

El tío de Loa me abrazó con fuerza al decirle que estaba en Da Nang por una búsqueda, una búsqueda para documentar las consecuencias del agente naranja en su tierra. No parpadeó. Se levantó y nos abandonó por unos minutos. Loa no dejaba de decirme same same como gesto de empatía y para seguir bebiendo. El tío de Loa no tardó en regresar con una caja de madera entre sus brazos. En su interior se advertía un tesoro, un par de medallas como premio de guerra.

-Son medallas de mi padre. Mi padre mató a mucho estadounidenses en la guerra. Es un héroe.- Me dijo.

-¿Dónde está? Me gustaría entrevistarlo, hablar con él.

-Está muy lejos de aquí, no es posible.

El tío de Loa me tomó del brazo, me miró fijamente a los ojos y por tercera vez me abrazó.

-Toma fotografías. Aquí están las medallas, son de mi padre.- Me ordenó con suavidad el tío de Loa o eso entendí después de usar el traductor de Google en mi celular.

-Gracias.- Contesté y lo abracé por cuarta vez.

Reímos, hablamos de la guerra, de la comida, de cómo la fraternidad entre desconocidos sorprende e invita a seguir con la fiesta, a beber, a entender sin reglas cómo la noche es un simple pretexto para que las personas terminen de conocerse y contarse historias familiares, a abrazarse y a besarse nuevamente en un delirio infinito de alcohol y palabras.

Same same. Así es México.- Les dije.

Eso aconteció el 16 de febrero, o el 18, no sé exactamente, pero fue en febrero. Recorrí Vietnam por tres semanas y el perverso coronavirus ya era noticia y una realidad en Occidente.

Mientras en Italia el SARS-CoV-2 hacía estragos en la población, en Vietnam las medidas de contención se reducían a informar a la gente sobre cómo se propagaba el virus. En la calles se advertían carros del gobierno con pancartas sobre la Covid-19, la nueva enfermedad que supuestamente comenzó en un mercado húmedo en China. Ante la tempestad, el gobierno vietnamita cerró escuelas, unos cuantos bares, oficinas, pero la vida seguía sin mayúsculo bloqueo.

Loa me confesó que la gente en Vietnam no se rinde, no se deja vencer ante nada. Los vietnamitas han doblegado a los chinos, japoneses, franceses, estadounidenses, y aún no bajan la guardia ante la dioxina, un enemigo invisible y añejo, cuyas consecuencias actualmente son terribles. Ahora, el SARS-CoV-2 ataca, se extiende como tifón y al parecer, Vietnam lo combate sin bajas.

Reviso nuevamente el mapa elaborado por la universidad Johns Hopkins e intuyo el desastre. Casi 4 millones de infectados por la Covid-19 y 263 mil muertos en todo el mundo. Contra todo pronóstico, Vietnam sigue luchando, sin muertos.

Escribo esto desde Belfast, en Irlanda del Norte, una ciudad que me ha abrazado a pesar de mi inglés imperfecto y mi odio al frío. Llevo más de 40 días de confinamiento. Pienso en mi amigo Loa porque extraño el contacto, las reuniones, los abrazos, las interminables noches con cerveza y hablar con desconocidos como si fueran mis hermanos: same same.

Aquí en Belfast, sin virus o con virus no hay dragones ni hay abrazos, sólo silencio.

Belfast, Irlanda del Norte, 7 de mayo, 2020

Imagen: Slow for the Summer/ Flickr

 

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