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Toc… toc… toc… Un cuento de Gabriel Martínez Bucio

1,2,3,4,5… toco la manija… 1,2,3,4,5… la puerta está bien cerrada pero me aseguro de tocar la manija… 1,2,3,4,5… Y el mundo parece reorganizarse en mi mente… Se traza la geografía, el horario… Un fingimiento… La puerta del elevador se abre… Entro y cuando está a punto de cerrarse vuelvo a salir al pasillo para tocar una última vez la manija de la puerta… 1,2,3,4,5…

Claro, hay examen esa mañana en la universidad y los nervios invaden poco a poco… poco a poco… poco a… Son las nueve a.m. de un miércoles cinco de septiembre… ¿Importa la aclaración?… Sí, habrá tráfico… me separa casi una hora desde la Colonia del Valle hasta Santa Fé…

En el coche… mejor no tomar Constituyentes sino Vasco de Quiroga… Es más fea, más insegura… (un recuerdo fugaz del asalto a un amigo se esboza en mi mente como si alguien hubiera metido un paréntesis y desaparece)… pero más rápida… Pienso en las setenta veces siete horas que me separan de una exposición final sobre Baudelaire… He leído El Spleen, Las flores del mal… puedo recitar de memoria “El albatros”… “El juguete del pobre”… Y aquí doblar a la derecha… Si paso esta salida se suman quince minutos más de trayecto… ¿Qué decía?… Click sobre el botón del radio… Apagarlo… Se dice la radio… Volver a encenderl@…. Pequeños rituales que no sirven de nada más que para alinear los planetas… apaciguar los nervios que se apoderan de mi mente y me impiden concentrarme en el Poeta Maldito…

Esto no es un poema para ser leído en el tranvía sino un relato para ser recitado en el coche…

Un enjambre de pensamientos absurdos se extiende sobre mi cuerpo… La colmena entera cosquillea por mis brazos y piernas hasta que 1,2,3,4,5 sobre el volante… Y entonces, restar los números de las placas de los coches hasta encontrar un resultado par… porque el impar tiende a desarreglar el cosmos… Y pisar el acelerador, cambiar la marcha, freno, direccional, acelerador de nuevo, freno y esperar el semáforo… Un cigarrillo… otro más… Y de nuevo arrancar…

Ya decía el psiquiatra: “Trastorno Obsesivo-Compulsivo”… así, con un guión intermedio para ser más profesional… Y luego agregaba: una dosis de Paxil por las mañanas aleja los síntomas… habrá cambios de humor… habrá efectos secundarios… incluye espejos cada anochecer donde no te reconozcas… Quinientos pesos cada sesión… Mil, la cajita de pastillas que vendía él mismo porque la farmacia de la esquina era pirata… ¿Cuánto ganará este tipo escuchando problemas de la gente?… Si tan sólo hubiera sabido que esa ansiedad se debía a mi primer amor… pero al doctor le faltaba tanto Rilke, Vallejo, Donne… y a mí tanto Freud, William James, Pavlov…

Concéntrese, cómo describiría esa comezón en el cerebro, pregunta el psiquiatra echándose hacia atrás en la silla… ¿Por qué los médicos se echan para atrás, temen el contagio?… pero eso no es mío, es de El hombre mirando al sudeste… buena película, trata sobre… Gabriel, contéstame y evita la sinopsis, dice el psiquiatra y regreso al tema… El lector sabrá disculparme que también le cuente las digresiones de aquella época… o como decía Ignacio Padilla: “en la digresión está la diversión”… pero acá son parte del problema… Y a final de cuentas, el reloj seguía marchando en medio de los diplomas y títulos que avalaban al psiquiatra como psiquiatra…

Entonces respondía: la comezón es similar al efecto que tiene un teléfono que suena… y suena… y suena… y alguien del otro lado, tumbado en un sillón, se niega a contestar…; o la ansiedad de un texto lleno de puntos suspensivos que hormiguean la lectura…; o aún mejor… la inquietud que provoca un paréntesis mal cerrado al salir de la habitación… (pase y sienta…[1]

T-O-C, trazó lentamente el psiquiatra sobre la receta… A mí me sonaba a un dios fenicio… encarnado de las entrañas de Moloch… Tranquilícese, Gabriel, dos de cada 100 personas lo padecen, ¿no querías ser especial?… Desde luego, pero no en esto precisamente… Wilde tenía razón: “en este mundo sólo hay dos tragedias: una es no conseguir lo que deseas y la otra, conseguirlo”… Siempre hay un precio… Pero el semáforo de nuevo en verde… Un autobús cierra el paso a los transeúntes… La mentada de madre… La universidad en lontananza… Alguien pita… otro más… Los perros callejeros cambian de acera… Los niños se sueltan de sus padres para perseguirlos… Una viejecita sonríe sin dientes a un bebé que estalla en sollozos… El carrito de los tamales envuelve la escena con una cortina de humo… Son los latidos de la Ciudad de México a las nueve y quince de la mañana con treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis segundos…

En ese entonces no lo comprendí… pero ahora que lo pensaba… quizá el nombre encerraba en sí mismo el secreto de las pequeñas ceremonias de toc–ar puertas, toc–ar sus manijas, mesas… para celebrar un silencioso ritual, una reverencia onomatopéyica hacia aquel dios feni… (¡pero qué pérdida de tiempo, ¿no?!, reclama alguien desde el fondo del texto, desde luego, contesto, pero es más rápido que una misa, ¿cuántas horas has perdido en las butacas de los templos?, silencio en el fondo del texto)… 1,2,3,4,5… Y el inexistente dios parece saciar su sed dentro de mí mismo…

Esta manía de organizar lo abstracto utilizando medios materiales parece moderna… pero los obsesivos compulsivos existimos desde siempre… los psiquiatras no… Las batallas cotidianas que hemos librado son conocidas… basta mencionar algunas para formarnos en la fila… Ahí tienen a Gregorio XIII organizando el tiempo y además, bautizándolo con su nombre… maldito soberbio…[2] O pensemos en Louis Breguet… que condenó a la humanidad a cargar el tiempo en la muñeca… y además, nos lo vendió como un accesorio refinado…

Pero ya llego a la universidad… cierro cinco veces la puerta del coche… busco el salón de clases en medio de pasillos y cigarrillos y demás cacofonías del pensamiento… Mientras conecto los cables para proyectar la exposición explico que vengo con nervios… Que tocar cinco veces las cosas inanimadas requiere tiempo… De ahí la tardanza… Entonces las sonrisas, los murmullos, de pronto hay interés en las matemáticas en una clase de literatura…

Cómo explicar a las niñas de la Ibero, las que se sientan en sus pupitres con la comodidad de un retrete, que esta enfermedad, por llamarla de un modo cordial (yo le diría una mierda, error del Demiurgo), es la que me permite escribir… Que Kant pisaba la rayita tres veces a priori de La crítica de la razón pura… que Dickens repetía la misma rutina día tras día durante sus Grandes esperanzas… que T.S. Eliot no retomaba sus Cuatro Cuartetos sino hasta recibir la aprobación telegráfica de Ezra Pound…

Si no fuera por la obsesividad-compulsiva (que viene del latín: obsisivius compulsitivius, es decir, una putada moderna) no tendríamos grandes ni pequeñas obras… Pero no hay modo… les ha causado gracia, ternura a lo mucho… Vuelvo a los cables… el proyector enciende… aclaro un poco la garganta… y comienzo sentenciando: “el albatros, la figura del poeta por antonomasia, sus alas de gigante no le permiten caminar”… y se proyecta la mirada severa de Baudelaire sobre mis espaldas.

[1] Si usted completa el paréntesis con un lapicero, lápiz o pluma, se le recomienda ampliamente que vaya a revisarse esa ansiedad que ha comenzado a manifestarse en un simple trazo de tinta. Si le ha dado igual, le ruego no juzgue a las personas del grupo anterior.

[2] ¿Que quiere organizar el tiempo en qué?, le hubiera sentenciado un psiquiatra al Papa Gregorio. No, no, no, mire, tómese este brebaje por las mañanas y acuéstese temprano. También le recomiendo que abandone su amistad con ese tal Clavio y Galileo, no le traerán nada bueno. Y una inocente receta medieval hubiera privado a la humanidad de primaveras y otoños memorables.

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Gabriel Martínez Bucio (Uruapan, Michoacán, 1989). Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, y actualmente cursa el Máster en Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra, en Barcelona. Es acreedor del Premio Nacional de Ensayo de la Revista Punto de Partida 174 (UNAM) por su trabajo “Disecciones: Rembrandt, Macedonio Fernández y Unamuno”.
Sus crónicas, cuentos y ensayos han aparecido en antologías como Esto no es una revista literaria (La Milana Bonita, España, 2016), y Pluma, Tinta y Papel (Diversidad Literaria, España, 2016); y en diversos medios nacionales e internacionales como Animal Político, Crítica, Revista Intemperie (Santiago de Chile), Letralia (Caracas), Esquire MX, 14ymedio (La Habana), Revés Online, Periódico de Poesía (UNAM), Thump Vice, Revista Almiar (Madrid), Espacio Activo MX, Cubaencuentro (Madrid), Cinema Móvil y Vocero MX, entre otros.
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