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#TextosAislados: Todos los días son domingo

Todos los días son domingo

Todos los días son domingo

Todos los días se han convertido en domingo, el poco ruido en las calles, la certeza de que sólo existen los espacios de casa para transitar, la extraña calma de quien sabe que no tiene nada que hacer ese día, combinada con una especie de nueva rutina que te permite decidir si trabajas, descansas, comes o sales al patio a que te dé el aire.

Honestamente, yo no creo haber comenzado a sentir siquiera la cuarentena. No sólo porque mi forma de trabajo siempre ha sido en casa y dependo básicamente de puras herramientas digitales, muy poco contacto humano. Y aunque soy una persona muy sociable, quienes me conocen saben que me encanta la fiesta, tampoco puedo negar que me siento en mi zona de confort cuando puedo controlar mi entorno.

Los días se me van entre levantarme temprano, tomarme una pastilla, buscar información, generar imágenes, post, encontrar un poco de creatividad en el silencio. Si me siento bien, hacer un poco de cosas de la casa, si no, dormir a ratos, descansar, para continuar trabajando. Durante todo el día y todos los días conservo comunicación con mis amigos más cercanos, hablamos de las noticias, la imprudencia de las personas, memes, el miedo, lo que sentimos, y siempre llegamos a la conclusión de que aunque no podamos vernos y abrazarnos, esperamos que todos tengan una red de contención emocional como la que nosotros nos significamos.

Siempre estoy pegada a la computadora, leo noticias, buenas, malas, alentadoras, catastróficas, no me pierdo la rueda de prensa diaria y trato de procesar tanta información que nos bombardea por todos lados, sobre todo cuando mi trabajo implica estar pegado a las redes sociales, y lo hago no sólo por no morir en la ignorancia, sino porque también de esa forma ayudo a mi familia a que juntas tengamos mejores procesos de reflexión, mejores cuidados mutuos y que no nos dejemos llevar por el periodismo amarillista, las cadenas inservibles y la incredulidad de la gente que solo ayuda a la ignorancia de otros.

Pero por otro lado me doy cuenta, como era de esperarse, que la gente pasa más tiempo en las redes sociales, no necesariamente para mantenerse informada, sino para poder interactuar con otros seres humanos, para sentir que a través de los likes alguien les escucha, les ve. Se les nota enojados, frustrados, y pienso que es lógico, que el encierro no va bien con todos, que la sobreinformación es algo muy complicado de asimilar. Aún así no deja de ser triste el darse cuenta de que aquellas personas que considerabas inteligentes distan mucho de serlo, y que el encierro saca su verdadera personalidad, su contraparte intolerante, tendenciosa, egoísta, esos lados oscuros que ahora se muestran sin tapujos.

No son días fáciles, cuanto más pasa el tiempo vamos temiendo más, por nuestras familias, el futuro, el trabajo, cómo nos recuperaremos de esto, cómo vamos a volver a salir a las calles, cómo vamos a enfrentar las ausencias que ni siquiera imaginamos ahora, qué va pasar con todos aquellos que no pueden permitirse quedarse en casa. Pero quizá justo este miedo es el que nos permite aferrarnos ahora a los pocos alicientes que vamos encontrando en el camino, valorar más las presencias, el tiempo, el trabajo, la vida.

En realidad no sé cuándo terminará mi confinamiento, si tendré más meses para reflexionar sobre esto, pero me niego a pensar en ello por ahora, intento reiniciarme cada día para no acumular la pesadez de las horas, me entretengo sólo en esos lapsos de tiempo en los que simplemente veo al sol moviéndose por las paredes de mi recámara, me concentro en respirar, tan solo respirar… pienso un poco en esas frases cursis pero entrañables que a veces nos decimos con mis amigos, esperando el día de volver a vernos porque somos una familia, pensando que todo esto va pasar en unos meses y que finalmente los días dejarán de ser domingo siempre.

Morelia, Michoacán, primavera 2020

Foto: Ángel Martínez/ Flickr

 

 

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