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Un hombre que escribe: entrevista con Montero Glez

Lo habré conocido en 1999, con Sed de Champán, en esa hermosa edición que había sacado Edhasa, con el toro negro apuntando hacia la luna plateada, la metáfora más perfecta del charolito. Realismo sucio había en ella y un lenguaje contundente, como una envestida bestial que me hacía soportar el paso ardiente de los días y sus noches. La historia, un ajuste de cuentas entre gitanos y pandilleros argentinos en el Inframundo de la delincuencia y el personaje ese de “El Charolito” me habían recordado a mi padre, es así que desde ese momento llevaría a esa novela en el corazón, y mantendría una amistosa correspondencia con su autor: Montero González (Glez).

Después dejé las redes sociales, la novela me la había robado una chica y de Montero no sabía nada. Me dijeron que vivía en una isla, que era un Misántropo, y que de su boca no podían salir más que insultos. Me agradó entonces más su persona, pero no pude dar con él. Lo encuentro ahora y me doy cuenta que sigue siendo el mismo desde que nos escribíamos, brutalmente honesto, bestialmente talentoso. Lo entrevisto para este medio, pero en el fondo, lo hago para mí, pues en él escucho a mi padre. Detrás de esta entrevista está la sal del mar y el flamenco de Camarón de la Isla. No se hable más. ¡Ay del libro de la experiencia!

Maestro, ¿qué representa para usted la “Tradición del Esperpento” de Valle Inclán, autor de Tirano Banderas. Novela de Tierra Caliente?

Valle Inclán atravesó el barroco de principios de siglo XX, un estilo de contrastes que en su caso vino determinado por la “cosificación”, por el llamado esperpento que no es otra cosa que la deformación grotesca del personaje y que no lo inventó él, sino Francisco de Goya, tiempo antes. Lo que sucede es que Valle Inclán lo llevó al papel, hizo literatura. El barroco cuando llega al siglo XX se convierte en el Modernismo y es el mismo estilo que arranca en Quevedo, en nuestro siglo de Oro pero traído a la época gloriosa del Madrid de principios del siglo XX , cuando la ciudad se hace plural y se convierte en los Madriles. La gran obra de Valle, sin duda, es Luces de Bohemia, donde nos cuenta su vida en una noche, explotando los fuegos de la vanguardia. A mí me hace gracia que citemos el Ulises de Joyce como obra de vanguardia y no nos acordemos de esta obra de teatro tan importante como es Luces de Bohemia.

“Un intelectual es el que dice una cosa simple de un modo complicado. Un artista es el que dice una cosa complicada de un modo simple.”, diría Charles Bukowski, ¿de qué lado está usted?

Estoy del lado de la sencillez pero sin caer en la simpleza. Sencillez es sinónimo de elegancia. Mira, en España ha ocurrido algo muy curioso. A partir del movimiento 15M se ha creado un nuevo espacio discursivo que ha superado la etapa franquista que tanto nos ha subyugado casi cuarenta años después de la muerte de Franco. Se ha generado un nuevo lenguaje generacional, en el que al tipo que suelta verdades simples se le denomina “cuñao” y el tal “cuñao” es ejemplo de simpleza, de tipo que dice verdades simples que son las verdades que no pueden ser refutadas. Lo interesante son las verdades complejas, aquellas que se pueden refutar, que admiten contrapunto. Esas verdades complejas expresadas con sencillez son la base de ese nuevo lenguaje generacional y que me parece muy reseñable.

Es usted considerado por la crítica literaria como uno de los autores con más personalidad y genio literario de los últimos años en España. ¿Cómo se considera a sí mismo?

Como un hombre que escribe, jamás como un escritor, pues pienso que todo aquel que se considera “escritor” es que no ha leído y difícil se hace lo de escribir sin haber leído. Si leo Moby Dick y después de eso me considero escritor, entonces es que soy tan gilipollas como la mayoría de los que firman libros en mi país.

El lenguaje de la calle, las fuentes cinematográficas rompedoras y el cómic underground. ¿Qué otros son sus referentes prosísticos?

El relato de Sudamérica. Es magistral. La manera de contar de Rulfo, Onetti, Cortázar, Borges, García Márquez e incluso del peor de todos ellos, Vargas Llosa. Fíjate si el peor de todos es un gran novelista como Mario Vargas Llosa, entonces cómo serán los demás de buenos. Tremendos. Luego también está Rubén Blades, grandioso músico y tremendo contador de historias.

Se le ha comparado con autores como Valle Inclán o Camilo José Cela por su prosa netamente callejera y cáustica. ¿Con quién le gustaría le compararán?

Las comparaciones me parecen injustas tanto para lo bueno como para lo malo.

¿Por qué los seudónimos?

Porque me siento poco satisfecho conmigo mismo y por eso busco otras identidades.

“Yo sé que al que le gusta el fútbol, le gusto yo”, dice Cristiano Ronaldo, una frase que bien podría decirla usted, cambiando al fútbol por la literatura, pero ese deporte en el que dos equipos compuestos por once personas que se enfrentan entre sí pateando una pelota, no le parece del todo indiferente. ¿De dónde proviene su afición por el fútbol?

De antiguo, me gusta el fútbol antiguo, no el de ahora, demasiado técnico y donde el dinero determina el juego.

Hábleme de Diario de un Hincha, el Fútbol es Así (2006) y El Verano: lo Crudo y lo Podrido (2008).

Son recopilaciones, la una es un compendio futbolero pues trabajo deportes en distintas publicaciones y lo otro, El verano, lo crudo y lo podrido, es una gamberrada, escrita con trazo grueso y tono nihilista que hice para llevar la contraria a Irene Lozano. Nos contrataron un verano en un periódico para pelearnos como el dúo Pimpinela, una broma día a día. Ambos estamos de acuerdo en todo pero claro, sobre el papel nos teníamos que llevar la contraria a partir del tema a tratar, ya digo, día tras día durante el mes de agosto. Como soy un caballero, le dejaba a Irene elegir la posición y –aunque estuviese de acuerdo con ella– la tenía que llevar la contraria sobre el papel. Ya digo, es un tono nihilista con un contenido que poco o nada tiene que ver con mi manera de pensar pero acepté el reto y luego lo publiqué en un libro recopilatorio.

Francés, holandés, italiano, ruso. ¿A qué otro idioma le gustaría tradujeran su obra?

Al esperanto, pues uno escribe para ser leído.

“El hombre es un animal que cocina. Las bestias tienen memoria, juicio y todas las facultades y pasiones de nuestra mente en cierto grado, pero no hay ninguna bestia que sepa guisar”, dijo James Boswell, el autor de London Journal (1763). ¿Qué opina de ello? Es usted un gran gastrónomo.

Uno come para recordar, para hacer memoria. Es en el estómago donde se encuentra el interruptor de nuestros neurotransmisores. Si el estómago no funciona, entonces la cabeza tampoco funciona. El hombre se alimenta de cadáveres y pone de guarnición hierbas. Tenemos muelas para moler el alimento y un aparato digestivo que hay que mimar, no es para darle comida basura como pizza de cartón, hamburguesa de MacDonalds y mierdas por el estilo. Desde que me levanto hasta que me acuesto no paro de comer. Hago seis comidas al día. A la mañana me preparo un desayuno copioso con queso de cabra, huevos, bacón, zumos naturales y luego, a las tres horas empiezo con frutos secos. La comida suele ser a la plancha, un pescado que suelo pescar en la playa donde vivo y para beber tomo una copita de vino. No tomo postre, luego a media tarde vuelvo a la fruta del tiempo y entre esto y la cena me suelo hacer un bocadillo de jamón. La cena es un arroz combinado con algo de carne a la parrilla. Antes de dormir me tomo unas lonchas de queso con miel y así hasta el otro día que empieza con el desayuno copioso. Cuando voy de promoción, los “corbatillas” de las editoriales se quejan de lo que puedo comer pues ellos comen comida basura de la que ponen en los trenes y en los aviones y así tienen las putas cabezas y así tienen los alientos. Les huele la boca a alcantarilla.

Un ajuste de cuentas entre gitanos y pandilleros argentinos en el Inframundo de la delincuencia. ¿Cuál es el origen de Sed de Champán (1999)?

Una historia de amor que se desarrolla a finales de siglo en un Madrid que ya no existe y donde la cocaína y los coches robados deslumbran a su protagonista, el Charolito.

“El Charolito sólo se fiaba de su polla”. Así comienza Sed de Champán. Ese personaje siempre está recordándome a mi padre, ¿cuál es la exégesis del mismo?

Es heredero de aquel ‘Mac the Knife’ de la Ópera de los cuatro cuartos que escribió Brecht y que musicalizó Kurt Weill.

Zapatitos de Cemento (2006) es un gran título, en general, es usted muy bueno bautizando. ¿Provienen esos títulos del ritmo en el flamenco de Camarón de la Isla?

Gracias. Los títulos me salen después de escribir el primer borrador de una novela. Están dentro de ella. El flamenco es inspiración y mi base rítmica, claro, el haber estado cerca de la gitanería de Madrid es lo que me diferencia de los demás autores, escritorcillos que lo único que han escuchado ha sido mierda anglosajona, ritmos binarios poco complejos.

¿Qué representó para usted José Monge Cruz?

Camarón de la Isla es mi maestro. Era un tipo peculiar que recogía el pasado, lo traía hasta el presente y lo proyectaba al futuro. Era el Señor del Tiempo y de sus Mudanzas. El más grande. Lo poco que sé de la escritura se lo debo a él y al percusionista Rubem Dantas, mi más hermano y hombre que me enseñó que es el ritmo el que determina la melodía. Esa ha sido mi escuela. Con ellos aprendí más que en la Universidad, por la que pasé pero que no me formó como autor pues para dedicarse a esto hay que contaminarse de vida, de calle y de noche, hay que vivir. De la vida al pensamiento, ese es el camino y no al contrario pues difícil e imposible es ir del pensamiento a la vida. El espíritu sólo se mantiene si antes hay materia.

¿Qué publicará próximamente?

No sé, no hago planes a largo plazo.

¿A qué otro autor recomendaría para ser entrevistado por este medio?

A un poeta que se llama David González y que es un tipo de una experiencia vital cercana al mejor Jean Genet. Para mí es el mejor de todos los que nos dedicamos a esto.

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