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Una charla con Gabriel Rodríguez Liceaga

Gabriel Rodríguez Liceaga

@jaimegarba

Hay escritores que se antoja entrevistar en la gran biblioteca personal, con sus cientos de libros, las fotografías con amigos -o el personaje en cuestión en sus viajes por el mundo-, los doctorados Honoris Causa y reconocimientos adquiridos durante su trayectoria.

Sin embargo otros, como a Gabriel Rodríguez Liceaga (Ciudad de México, 1980) se antoja conversar en una cantina, con trago en mano y viendo un partido del Cruz Azul entre botana y botana. Hacerlo deshilvanando las razones por las cuáles la Máquina Celeste no ha obtenido el campeonato en veintidós años, decepcionando a su afición con eliminaciones y subcampeonatos que parecen sacados de una historia de ficción y que este año, nuevamente, despierta esperanzas e incredulidad.

Desafortunadamente no es posible. La pandemia y la distancia lo impide, pero es posible tener un diálogo con motivo de su último libro, La felicidad de los perros del terremoto (Literatura Random House), una novela digna de su personalidad, que va desde el virtuoso lector y el escritor disciplinado, hasta el tipo que publica memes en redes sociales.

Más de dos décadas lleva la maldición del Cruz Azul. A estas alturas de la liguilla, incluso con el carácter de invicto (hasta la derrota contra el Toluca), nada garantiza el campeonato más que sonido del silbato después de los noventa minutos. ¿Aún tienes fe en la máquina o ya se esfumó?

Cruz azul será campeón. De hecho lo será por 3 años seguidos, instalando así una dinastía de gloria celeste. El cruzazulismo será un abismo visto al revés, es decir: una montaña. Creo que ahora sí está la mesa puesta. Jugando a lo que han jugado los últimos meses les alcanza para salir campeón, habrá que ver qué opina de esto el rival.

Yo también le voy al Cruz Azul gracias a mi madre. Así como tú, de chaval viví su último campeonato: un partido épico. Era fanático de Carlos Hermosillo…

Ah, entonces somos ambos individuos sensatos y humildes…

Era (Hermosillo) una especie de “ídolo de acción futbolero”. Recuerdo muy bien aquel penal que metió en la final contra el León con las costillas rotas y sangre en el rostro. Pareciera una historia de ficción.

Es que antes los héroes deportivos eran señores bien bragados. El mocerío le dio en la torre al fútbol. Bromeo. Pero sí creo que antes los equipos tenían por plataforma a gente con el carácter ya formado.

¿Alguna vez quisiste ser futbolista profesional?

Todos los días anhelo meter un gol en un mundial. Cuando estoy enamorado me imagino anotando goles. Hoy clavé uno de campana (se refiere al que pega en el poste de la portería y rebota en el césped) sobresaliente.

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De adolescente quería ser futbolista. Llegué a jugar futbol llanero con Luis Ángel Landín (quien jugo en la Selección Mexicana y con el Cruz Azul). No ser elegido para las fuerzas básicas del Monarcas Morelia fue mi primer gran fracaso en la vida, a partir de ese instante renuncié a ese deporte.

Chale, pero está bien. Hacen falta más narradores que futbolistas en este país.

Podría decirse que eres el Villoro de nuestra generación. Él, fiel al Necaxa y tú al Cruz Azul. ¿Hay relación entre el fútbol y tu literatura o es sólo una pasión paralela a muchas otras cosas de tu vida?

(Jajaja). El fútbol me hace feliz. Me inspira. Espero no tener que sobrellevar la maldición de Juan Villoro de escribir un libro de fut cada cuatro años. Realmente, aunque tengo cuentos de fútbol o con personajes relacionados, no hay una relación entre lo que escribo y dicho deporte. Más bien algunos de mis personajes disfrutan del juego como yo, pero también del mole o echarse una cerveza.

Se nota mucho tu presencia en redes sociales. Sueles publicar constantemente, desde memes hasta fotos recomendando libros. Me parece que lo haces desde una postura de divertirte tú mismo y no para llamar la atención, pero es inevitable decir que ya tienes un grupo de fieles lectores que te siguen y confían en tus palabras y recomendaciones. Yo mismo lo he hecho. Alguna vez por allí escuché a alguien referirse a ti (en buen sentido) como un “influencer literario”.

Me tocaron estos tiempos de tuits e historias de Instagram. Yo recomiendo algún libro o una película porque creo que la belleza debe compartirse, de lo contrario estamos condenados a la soledad. Me imagino evocando algún libro ya de anciano con otro común que lo leyó, pasándola bien. Los legionarios de Netflix tienen temas de conversación, pero no se dan tiempo de ver filmes que les ensanchen el alma.

Lo mismo pasa con los lectores de mesa de novedades. Es peligroso eso. En este entorno, siento que algo aporto tuiteando que se lea a Lucia Berlin y a Eduardo Halfon, o se vea Beanpole, por ejemplo. Trato de estar al día porque todo se vale menos envejecer. Y no hablo en términos de edad. Llegará el día en que vea un videojuego y no entienda nada de lo que está pasando.

Eres un tipo divertido, al menos esa impresión me das por las cosas que subes a redes y por lo que veo en tus entrevistas. Muchos escritores se sacralizan a sí mismos y podrían llamarle a autores como tú (o yo y todos los que publicamos memes y nos pitorreamos de la vida) escritores “poco serios”. ¿Qué piensas al respecto? ¿Por qué la literatura sigue teniendo ese estigma de señor cuarentón de lentes de botella, saco con coderas, fajado arriba del ombligo, pipa y guante?

Oye, sí. Yo mismo me he prometido ser más serio, pero es que hay filtros de video muy graciosos…

En ocasiones me he propuesto publicar en redes sólo cosas de “alta cultura” para que los editores piensen que soy un escritor que se toma la vida en serio, sin embargo, no puedo hacerlo más de un par de días. Me siento incómodo. No soy yo. Me gusta la postura de Antonio Ortuño que dice está más influenciado por los Pixies que por Rulfo.

Es que somos escritores entre siglos. A Alfonso Reyes lo educó la lectura de los antiguos, a nosotros los Caballeros del Zodiaco.

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Podría decir que te has tomado en serio no tomarte en serio. Lo digo como un halago, es decir, me pareces fiel a tu esencia. Por ejemplo, en tu nueva novela, “La felicidad de los perros del terremoto” aparece un reguetonero, algo impensable para los que habitan la levítica República de las Letras.

Cuando la escribía me sentía muy tonto cada que tecleaba el nombre de Biuti Full (el reguetonero). Tuve que quitarme de encima prejuicios. Ahí hay un buen consejo: hay que bajar de su pedestal a la literatura. La literatura ahora también está en el champú anti caída de cabello, en los repartidores de Uber, en el like que borras a los pocos segundos de otorgarlo.

¿Por qué un personaje reguetonero? Me parece trasgresor desde una postura costumbrista y en tiempos donde pareciera la presencia de los escritores en diarios, revistas y redes sociales debe ser para dar discursos, guiar lecturas y opinar sobre los temas del mundo desde la intelectualidad.

Es que el reguetón se volvió una pátina sobre el mundo. Pasamos de la prohibición del perreo en los rótulos debajo de los puentes a que suene cuando comes milanesa en una fonda. Me parece incluso irresponsable ignorar su importancia cultural.

Hace poco leía una larga entrevista de El País a Bad Bunny. Sus respuestas me parecieron interesantes. Hay tela de dónde cortar para la ficción. Creo es un error encasillarlo como género maldito, y por lo menos para los escritores has abierto con tu novela una pequeña ventana hacia un nuevo panorama creativo; los lectores ya estaban un poco cansados de los personajes estereotipados.

A Marguerite Yourcenar le preguntaron por qué escribió una novela sobre un emperador en el siglo II, es decir, Memorias de Adriano, y su respuesta es muy bella. Dice que sabía tan poco del emperador como sabía de su padre o de la sirvienta que a diario servía la comida. Me pasó eso con el reguetonero: sabía tan poco que me pareció había un mundo para hacer literatura.

Además, abordas muy bien a Luis Pastrana, uno de los personajes centrales de la novela, un tipo que trabaja en una agencia de publicidad y que podría parecer poco atractivo por lo que la mayoría conoce de la vida vertiginosa y caótica de quien se mueve en el mundo publicitario; empero su vida personal, su microhistoria, engancha al lector.

Me choca que en series pongan al mundo de los publicistas como algo glamoroso, es un oficio detestable. Quema el alma. Me parecía que, en contraparte del reguetonero con ansiedad, se podía lograr una novela padre. Biuti Full y Pastrana son dos hombres de inicios de siglo con la vida en ruinas tratando de encontrarle sentido a algo.

¿Cómo haces para que la vida de un simple publicista se vuelva entrañable?

Es que yo creo que lo de menos es a qué se dedican los personajes de una novela. Lo importante es el sustento humano, la herida que traen dentro y que debe ser tan profunda que les duela a todos. ¡A todos! (Jajaja).

Pero no negarás que hay prejuicios lectores.

De acuerdo. La trama de mi libro es tan peculiar que seguro ha alejado a posibles lectores.

Yo llegué al hartazgo con la clase de personajes del tipo que viven en la colonia Roma. Tienen problemas existenciales nimios e intentan llenar vacíos con drogas y alcohol, curando sus crudas físicas y morales al día siguiente en restaurantes caros. Los personajes de tu novela a pesar de pertenecer a un determinado estilo de vida contemporáneo sujeto a la gran ciudad, muestran claramente las intensas pasiones humanas. Hay un estilo muy dostoievskiano en tu escritura. Vemos más allá de sus acciones y pensamientos.

Hay que tener cuidado que no nos pase eso: repetirnos en seis personajes de novelas distintas. Sobre Fiodor, me lo habían comentado antes. Me temo que mis influencias cada vez son más evidentes. Guardadas las proporciones, obvio.

Es que tú lo sabes mejor que yo que al leer a los rusos uno encuentra en lo textual una historia bastante clara, pero de fondo hay mucho qué descubrir e interpretar. Podría decirse que tu novela es así (clara y fácil de leer), pero en la profundidad tocas temas importantes.

Ah, claro. La novela no es de un reguetonero y un publicista y un viaje a Alaska; es sobre el abismo de la paternidad y sobre la creación artística en un siglo tan degenerado.

Estamos en medio de una pandemia que trastocó a todo el mundo. ¿Cómo te agarró en lo personal, profesional y en lo literario?

Personalmente estoy bien. El encierro me ha permitido meditar y leer en forma. No ya escribir, esto porque mi empleo remunerado se ha incrementado horrible, estoy trabajando el quíntuple. A veces de nueve a nueve. Vivo con el anhelo de renunciar y escribir ocho meses seguidos.

 

¿Cómo ves lo que viene el resto del año y el próximo? ¿Con resignación o esperanza?

Lo veo con mucha esperanza. Se vienen cambios dramáticos y espesos. Las implicaciones de este paréntesis son insospechadas. Es el momento perfecto de que los héroes, en el sentido narrativo, saquen adelante este pedo. Se viene un parteaguas interesantísimo y estamos directamente metidos en él. A la par no puedo sino sentir empatía por la gente que ha perdido personas por este virus gitano y mañoso.

Tres cosas que te gustaría hacer cuando todo vuelva a la normalidad, si es que ese día llega.

Meterme al cine. Estar ebrio y neceando en una cantina del centro. Leer largos ratos en cafeterías.

Sobre La felicidad de los perros del terremoto

Luis Pastrana es un redactor con vocación literaria que trabaja en una agencia de publicidad y ejecuta las ideas del equipo creativo que ahora planea una promoción inusual para Pepsi: Biuti Full, el spokesperson de la marca refresquera, el famoso y miope reguetonero, dará un concierto en la ciudad más votada por los consumidores. La campaña es un éxito en redes sociales, sobre todo gracias a un tuitero con miles de seguidores y aspiraciones de humorista que sugiere enviar a Biuti a un lugar perdido del mundo.  (Literatura Random House).

 

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