ENSAYOS PARA LOS QUE HACEN CRUCIGRAMAS
Por Gregorio Paz
No pude evitar permanecer con la vista clavada en los zapatos filosos de aquel muchacho. Durante todo el trayecto estuve pensando en lo poco maravilloso y nada poético que es ese modelo de calzado: largos, con la punta picuda, parece que cubrieran un pie igual de larguirucho, metáfora del espagueti, no sé.
En mi vida creería que alguien que use ese tipo de zapatillas fuera un poeta. Imagino: Hola, soy J.P (se pronuncia Yei Pi) y soy poeta. Muchacho lánguido, pelos parados, lentes oscuros y dípteros (relativo a las moscas), camisa o blusón a rayas, jeans ajustados, y al final, esas monstruosidades: dos zapatillas afiladas, picudas y ofensivas para la vista estética de cualquier persona de buen vivir. Dirán lo que sea, pero de antemano, nadie con ese calzado podría ser poeta.
De camino al centro, ahora que ya pude salir; pues ha terminado el festival de cine y las plazas vuelven a ser de los vagabundos y los predicadores ambulantes, me he encontrado con este jovenzuelo en la combi, y tuve que hacer un esfuerzo casi tan grande como la nariz del aludido, para desembobarme de tamaña barbaridad de calzado y picar el botón que me permitiría bajarme del automóvil y pisar el mundo estático (¿será?).
Los poetas no son fácilmente reconocibles, es decir, tú no puedes afirmar, con los pelos de la burra en la mano, que tal o cual es poeta sólo con verlo. Para nada. Sin embargo, sí puedes saber desde cierta distancia quién no es poeta, por ejemplo el mozuelo ese.
A otros sólo es necesario oírlos leer sus “poesías”: Mi refrigerador/ ahí guardo mi corazón/ como un huevo duro, y vacío/ frío, mi pobre corazón-huevo/ temeroso, en el rincón de mi frigorífico/ Mejor cierro la puerta y enciendo un cigarrillo/ me acomodo en la silla sucia y vieja/ como mi alma/ y me cubro con mi gabardina/ me doy cuenta/ ¡oh dios!/ que soy como el huevo/ y mi casa es el refrigerador (risas grabadas.mp3). Señoras y señores que leen esta columna, hay que saber que palabras como “cigarrillo”, o “gabardina”, son casi tan pretenciosas como las zapatillas del buen J.P (para llamarle por algún nombre).
En fin, así pasa con cosas como el Encuentro de Poetas del Mundo Latino; claro que ahí ninguno de los invitados usaba ese tipo de calzado, pero lo que sí se puede notar en eventos así, es que la mayoría de los poetas que te quieren leer el currículo más grande, más picudo, más filoso y más nomealcanzalarespiraciónparatantoreconocimiento, son los que escriben como sólo ellos se entienden y duermen a todo el público, a excepción, claro, de a quienes van a las lecturas de poemas como quien va a cumplir una manda, y se chutan toda la maratónica letanía con los ojos bien abiertos, pero las orejotas bien cerradas. Luego salen de ahí fingiendo que han entendido cada verso a cabalidad y compran dos o tres libros de “poesías”, los intentan leer ese mismo día por la noche pero los dejan, ya que terminan seducidos por el fantástico producto que te “vienen ofreciendo” los infomerciales: zapatos picudos, fashión, pero con un plus: sirven para adelgazar.
Por otro lado, ayer salí de casa para irme a beber mezcal con los amigos, dejé este texto a medias y me desaparecí de la realidad por unas cuantas horas. Hoy estoy con la resaca ineludible, sentado en una banquita, asoleándome como lagartija y bebiendo agua con voracidad. Alguien pasa y me dice: buenas tardes. A veces no entiendo a las gentes. Mientras me acabo de quedar dormido en medio de la calle, me acuerdo de la niña china que fue atropellada sin que nadie hiciera nada por ayudarla. Ante su cuerpo fracturado pasaron más de quince personas y ninguna de ellas se detuvo. Dos veces fue arrollada y sólo luego de ello, una mujer “chatarrera” fue en su auxilio. La niña hoy está muerta y los chinos se siguen reproduciendo infinitamente, en serie.
Las tardes no siempre son buenas, sobre todo cuando uno se queda dormido en medio de un mundo indiferente y triste, en medio de un vapor espeso y con las manos entumidas por la lenta circulación de la sangre: dura, pesada, uno se va perdiendo en otro mundo más habitable, en su respiración herida. Dudo un poco antes de ceder ante el cansancio, creo que quizá sea mejor no dormir y permanecer callado, mirando, pero me acuerdo que alguien dijo que “no se puede ser completamente feliz mientras sepas que en algún lugar hay un perro que esta noche dormirá bajo la lluvia”.
No quiero llorar, mancharía mis hermosos, y sí, también un poquito tristes, zapatos picudos nuevos.