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¡Felices 69, Janis!

Por Claudia Pedraza

Este 19 de enero la Janis cumpliría la muy sugestiva edad de 69 años. Si viviera, sería una cuasisetentona sobreviviente de la gran época del rock, todavía adaptándose a la vorágine de una sociedad que nunca se convirtió en lo que su generación predijo. Quizás habría dejado las drogas, abrazando fanáticamente alguna religión.

O quizás estaría sacando un disco de versiones postmodernas de Summertime o Ball and Chain, fusionando el electro pop con ritmos funkies (claro, con una participación de Pittbull, que se escucha hasta en la sopa). O peor aún: la estaríamos viendo en un reality show como jurado de honor, dando pena ajena por el chisguete restante de aquel desgarrador y potente chorro de voz. Tal destino hubiese sido igual de fatal al final que tuvo. Mejor así.

Joplin fue una verdadera perla en la escena musical, irrepetible, inconclusa y extraordinariamente imperfecta. Fue una artista visceral, una blanca sumergida en la pena de la música negra, una texana montada a lomos de caballo desbocado, una mujer en el ojo del huracán de los cambios sociales de los años sesenta. La Janis vivió la época más contestataria del siglo pasado. Representó, más que muchos otros, el alma de una revolución de las costumbres, de esa utopía que buscaba un mundo más fácil de vivir, más divertido y menos envarado. Nada ni nadie podían con ella, más que ella misma.

Pasó de ser una desconocida y rechazada chica texana a la única diosa en el olimpo del rock. Entre una familia, un pueblo, unos compañeros opacos, el talento de Joplin no pudo evitar manifestarse. Sin embargo, nunca la aceptaron. Su paso por la universidad fue desgarrador, y luego de que una fraternidad la declarara “el chico más feo del campus”, se fue hasta San Francisco, California, ciudad en donde la música era la promesa de un horizonte más amplio y donde Janis pudo dar rienda suelta a todos sus instintos, incluidos los musicales

Ya fuera con la Big Brother and the Holding Company o con la Kosmic Blues Band, los músicos no sólo tocaban para ella, sino que hacían que la voz de Janis fuera el instrumento principal.

Con su banda cósmica, ella también comenzó a ser así: cósmica. Nada en ella parecía concordar: ni su voz con su físico, ni sus ideales con su historia, ni sus complejos con su proyección enel escenario, y sin embargo, todo en ella era tan intenso que fue imposible negar su magia. Una magia que no era la de un hada ni una hechicera, sino la de una auténtica bruja lanzando conjuros a través de su voz, para ser aceptada tal y como era. Lejos de cantar a los cambios políticos y revoluciones, le cantó a la libertad de ser. Por lo menos, ella estaba tratando de ser libre.

Alexandra Narring

 

Con problemas de peso, con el rostro descuidado enmarcado por enormes gafas y el cabello siempre enmarañado, Janis inventó su propia belleza, sin maquillar su melancolía. Se rebeló contra la feminidad tradicional, y se expresó en una nueva sexualidad hedonista, libre y a pesar de la agresividad, llena de amor, un amor que alcanzó para todos y todas. La lista de hombres y mujeres que pasaron por su lecho se convirtió en un mito que ella nunca desmintió ni confirmó, porque no necesitaba justificar nada. Simplemente, ella decidía a quien amar, y se entregaba totalmente a cada nuevo e incierto amor con una sola petición: take another Little piece of my heart…

 

A Janis le tocó vivir cuando se creía que para cambiar la conciencia de una nación, había que emancipar la conciencia individual, usando lo que fuera. Entre cocaína, anfetaminas y whisky, la cantante nunca abandonaría la delgada línea que la separaba de la muerte, Y sin embargo su adicción no dejaba de ser una forma de emancipación. Su gusto por el placer por ser libre, la llevó a rechazar cualquier límite que no la condujera al extremo, pero también la desgastó porque no pudo mantenerse intensa todo el tiempo. Janis escribió, en la búsqueda de esa libertad, su propio epitafio, que bien podría ser el epitafio de toda su generación: freedom’s just another Word for nothing left to loose.

 

Un 4 de octubre de 1970, la vida de la bruja cósmica terminó en el cuarto de un hotel. Mejor. Se hubiera infartado al ver su rostro en postales, playeras y carteles que quedaron como souvenir de la generación de los setenta. O al escuchar a alguna estrella, de esas que nunca serán cósmicas, interpretando sus canciones. O al darse cuenta del desastre en que se convirtió la utopía.

Preferible seguir imaginando su dolor mientas escuchamos Piece of my Hearth. Preferible escuchar sus risa irónicaen la interpretación en vivo de Try. Preferible recordarla así, rezándole a un dios para que le compre un Mercedes Benz.

 

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