Pero no importa hasta qué punto se pretenda o se finja ser algo que no se es, a final de cuentas y citando otro refrán: aunque la mona se vista de seda, mona se queda, pues el nivel de rusticidad de la gente se nota por sí solo.
Por Jorge A. Amaral
Wannabe, persona que asume una imagen a fin de parecerse a alguien o aparentar que pertenece a un grupo social determinado, para lo cual adopta modos de vestir, hablar y hasta de comportarse, a veces a grado tal que se confunde entre quienes sí son lo que el wannabe pretende ser, eso si está entre ellos, pues muchas veces también se le encuentra un tanto descontextualizado; es así que me he topado con emos (de por sí una pose) de rancho, cholos cuyo único bagaje hommie es haber visto Blood in, blood out, filósofos de la red que medio entendieron a ese pobre tipo llamado Federico o lo que es peor, que ni siquiera lo han leído; pero también hay darketos purépechas, selfies en los Premios Tv y Novelas, hipsters y chairos que desde su móvil hacen revoluciones mientras beben su cerveza artesanal o su café de Starbucks.
Pero hay otros wannabes que no me había tocado conocer hasta que mi familia y yo nos mudamos al suburbio periférico donde vivimos. Frente a mi casa hay un colegio particular de la Fundación Mano Amiga, esa que los Legionarios de Cristo, aún en vida de Marcial Maciel, fundaron para abrir escuelas de educación básica en zonas con altos índices de clasemedierismo. Decía el sacerdote amante de los niños que no había mejor mercado que el de los pobres, y con esa lógica se fundaron los colegios Mano Amiga, me explico.
Si abres un colegio para niños ricos en un país como México, ¿cuántos estudiantes clientes vas a tener?, pero si en lugar de eso abres colegios para la clase media donde ésta vive, ¿de cuántos alumnos será la matrícula?, la operación es sencilla. Si a eso agregamos que la educación pública en México deja bastante que desear, en tanto que hasta los libros de texto tienen faltas de ortografía y el magisterio está bastante ocupado en la lucha sindical (legítima o no, no es mi tema), el escaso –cuando no nulo– nivel de lectura del mexicano promedio y los altos costos que puede generar un colegio para ricos, tenemos un nicho de mercado que los Legionarios han sabido aprovechar con gran eficiencia.
El grado de wannabe de muchos padres de familia que tienen a sus hijos en ese colegio llega a tal grado que, teniendo un amplio estacionamiento en la calle lateral (frente a mi casa) y pese a la prohibición de estacionarse frente a la puerta de la escuela, todas las mañanas y tardes, a las afueras del colegio, esa cuadra parece la Avenida Madero en día de marcha. Se estacionan en las banquetas, dejan sus carros en doble fila y obstruyen las cocheras de las casas aledañas, y todo para acercarse con el carro lo más posible a la puerta del colegio, lo cual refleja ese afán de demostrar que no sólo pueden tener a sus hijos en colegio particular (aunque en realidad no paguen tanto, pues el costo de la colegiatura depende del resultado de un estudio socioeconómico), sino que además tienen coche o camioneta para llevarlos y recogerlos aunque vivan a unas cuadras de ahí. Y mientras tanto, el excelente y amplio estacionamiento luce vacío pues sólo es utilizado los sábados, cuando los tiangueros que se instalan en el parque, que está una cuadra más arriba, dejan ahí sus camionetas “para molestar lo menos posible a los vecinos”, y eso me lo dijo el hombre pagado por los comerciantes para vigilar ese espacio.
Actitudes como esa me recuerdan la siguiente anécdota:
Era Carnaval y yo estaba despachando en la tienda de mis padres, en mi pueblo, cuando entraron dos mujeres a quienes recuerdo tomando pulque en las topas del torito de petate, pero que tras años de radicar en Estados Unidos y ver videos de música grupera habían desarrollado un sentido del buen gusto muchísimo más refinado.
–¿Tienes Bucanas?
–Híjole, el Buchanan’s se nos terminó pero tenemos Jack Daniel’s, Johnnie Walker (de la etiqueta roja y de la negra) y Passport, que está más barato pero también está bueno.
–Pero esas ¿qué son?
–Whiskey.
–Pero es que no queremos güisqui, queremos Bucanas; es que si no es Bucanas duele la cabeza.
Esa fue la parte en que las recordé tomando pulque cada carnaval.
Pero no importa hasta qué punto se pretenda o se finja ser algo que no se es, a final de cuentas y citando otro refrán: aunque la mona se vista de seda, mona se queda, pues el nivel de rusticidad de la gente se nota por sí solo.
La recomendación de la semana
Dado que esta semana en el estéreo de mi carro anduvo sonando Santana a todo volumen, me fue inevitable llegar a uno de los maravillosos duetos que el de Jalisco hizo con nada más ni nada menos que John Lee Hooker. El disco se llama Chill out y fue editado en 1995. El álbum abre con el tema que da el nombre al disco, en el cual queda manifiesta la calidad de Carlos Santana como guitarrista, pero a pesar de esa rumba bluesera bastante cadenciosa y bailable, escuchamos desde el inicio a Padre Blues Hooker muy en su estilo: la voz oscura, con olor a whiskey, platicando la canción como abuelo que sentencia con su sabiduría, como brujo en trance prediciendo que uno de estos días las cosas van a cambiar.
Pero a pesar del inicio santanista, es un disco de blues de pura cepa, tal es el caso de “Kiddio”, una súplica a la mujer indiferente: “I told you, baby, how I feel, / one word can close this deal. / Baby, be my queen of hearts, / please gimme that love you’ve got. / A-won’t cha say yes?, don’t cha say no, / and make me feel good, kiddio”. Pero también encontramos una agradable versión del clásico de John Lee Hooker “One bourbon, one scoth and one beer”, que si en su versión original está dotada de gran fuerza, en ésta, con un sonido más estilo Chicago blues, tiene una mayor cadencia que de repente evoca los buenos blueses de Robert Cray o Buddy Guy.
Pero no es un disco de blues meramente eléctrico, pues directo de las cuerdas de la guitarra de John Lee Hooker y con todo y su enigmática voz, que sólo con el paso de los años logró tener esa emotividad, el viejo gurú nos regala “Tupelo” y “Talkin’ the blues”, a manera de confidencias que se hacen al oído. Pero también hay sonidos como en “Woman on my mind”, que gozan de un sonido meramente rural, muy al estilo de Robert Johnson, Clifford Gran pappy Gibson o Blind Boy Fuller.
Y es en este momento en el que decido detener los golpes al teclado para levantarme, servirme un vaso de whiskey con hielo y regresar al escritorio, pero ya sólo volver al primer track y echarle un poco del alcohol a la noche. Un disco ampliamente recomendable para neófitos y conocedores, y para todos aquellos que estén ávidos de dejarse embrujar. Salud por ello.