Lorena me manda un mensaje. Dice que nos vemos en la Cineteca a las 10:30. La Cineteca o Filmoteca, pregunto. Cineteca, la que está en la calzada de San Diego. Agradezco que lo aclare, me hubiera dado mucha pereza viajar hasta el otro municipio para ir a la filmoteca, aunque sus butacas sean las más cómodas. Llego a la calzada. El tranvía me deja en la entrada del Centro Cultural de la UNAM, ese que inauguraron hace tantos años, cuando mi padre decía que había futuro y yo todavía no nacía.
El mensaje de Lorena dice: ¿Es 2001, la película de Kubrick? Sí, esa misma, le respondo. Pienso que podría ir a Catedral por un vaso de changungas, pero el siguiente tranvía pasará hasta dentro de diez minutos y prefiero no arriesgarme en volver y que Lorena no me alcance. Camino por la Calzada y veo a los estudiantes besándose, fumando mariguana, jugando ajedrez en las mesas de hologramas que instaló el hijo de Alfonso Martínez.
Un vendedor ambulante virtual me ofrece una visita a las ruinas del templo de San Francisco, pero con un gesto digo que no. Llego a la esquina donde está la Cineteca. Esperaba que hubieran más asistentes, pero seguramente algún estreno de Beijingwood habrá acaparado diez de las veinte salas disponibles. Me siento en una banca sobre la calle Motolinia. Lorena me manda otro mensaje, dice que ya está cerca. Cuando llega me da dos besos en la mejilla. Quiero que me bese en los labios, pero apenas llevamos un año saliendo y puede ser muy pronto aún. Le pregunto si quiere algo de la fuente de sodas y niega con la cabeza. Entramos a ver 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick. Es el aniversario 75.
Salimos en estado agéntico. No puedo decir nada y Lorena me toma del brazo. Me habría sorprendido en otro momento, incluso me habría puesto nervioso, pero estamos tan lejanos de nuestros cuerpos que podría haberme besado y no hubiera reaccionado. Después de discutir la evolución del hombre, Lorena me dice que si me he dado cuenta. ¿De qué?, pregunto y ella me mira con ojos tiernos. Éramos los únicos en la sala, ¿no te diste cuenta? Es posible, digo, pero el evento decía que habrían cientos de asistentes, a pesar del éxito de verano de Beijingwood.
Nos detenemos a mirarnos los ojos en silencio, tomándonos de las manos. Entonces el silencio se irrumpe con un pequeño rumor. No lo distinguimos de inmediato, pero suena a algo parecido a un rezo. Caminamos hacia la explanada principal y el rumor se hace más fuerte. Llegamos a la explanada y encontramos cientos, tal vez miles de personas que han abarrotado la Calzada. Nadie puede ver el suelo, solamente vemos cabezas que están mirando hacia la fuente de las tarascas. Preguntamos qué sucede, pero nadie dice mucho, solamente que están celebrando el aniversario de una película. No puede ser, le digo a Lorena. Entre la gente serpenteamos. Mientras más nos acercamos hacia los arcos más altos del Acueducto, descubrimos que hay un brillo que viene desde el centro de la Calzada. Casi hemos llegado al destino cuando encontramos un monolito de piedra negro que parece irradiar algo que no alcanzamos a comprender, pero que todos han venido a celebrar.