Hace ya casi diez años que Las horas muertas (2013) se presentó en el FICM. El segundo largometraje de Aarón Fernández, en donde un adolescente que regenta un pequeño motel en la costa veracruzana entabla una relación con una clienta habitual, le valió el reconocimiento a la mejor actuación femenina para Adriana Paz, la mexicana que hace apenas unos meses triunfó en Cannes.
Revisando la filmografía de Aarón Fernández nos queda claro que busca distanciarse de los hilos conectores entre sus historias. Su ópera prima, Partes usadas (2007), se centra en dos adolescentes que trabajan en un deshuesadero mientras reúnen dinero suficiente para marcharse a Estados Unidos. Y hace unos años, presentó el polémico documental Un filósofo en la arena (2019), en donde el filósofo francés Francis Wolff defiende su afición a las corridas de toros.
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En su nueva producción El hijo de su padre (2024), el cineasta se mantiene fiel a esa diversidad temática, la paternidad, desde una reelaboración del rito mariano. Aquí encontramos la historia de Gabriel, un padre soltero que debe asumir las consecuencias de su abnegación. Y es que es común encontrar historias de padres solteros a causa de una separación o la muerte de la pareja. Sin embargo, en este caso el protagonista ha elegido la manera de ejercer la paternidad.
Gabriel es un escritor y periodista que tiene un hijo de cinco años. Rodeado de un universo marcadamente femenino (madre y hermana), asume con naturalidad su papel. Cambia las salidas con los amigos para estar temprano en casa y se resigna a dejar de lado su vida amorosa, ante los continuos reproches de sus amistades.
El estado de las cosas se altera cuando la madre del protagonista decide vender la casa que habita. Este hecho le recuerda a su padre, quien falleció en un trágico accidente automovilístico cuando Gabriel era apenas un adolescente, un suceso que le provocó un marcado sentimiento de culpa. Conforme avanza el metraje, y ante los cuestionamientos del menor, el papá descubre que le resulta muy difícil hablar del tema. Este proceso se representa de manera natural, mostrando situaciones cotidianas en las que se nota la vena documentalista del director.
El gran acierto del filme es la manera en que se cuenta la historia de un padre soltero que ha pasado casi toda su vida con un padre ausente. Aarón Fernández consigue un drama muy contenido, muy sólido y bien armado, que retrata con mesura a un personaje que asume su responsabilidad y se reconcilia con la vida que ha elegido.