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Adriana Pineda y la querencia

Por Raúl Mejía

A Adriana la conozco desde hace un chorro de años. Desde que estaba a punto de estudiar la carrera que finalmente le ha dado para obtener la chuleta diaria. Una amistad de décadas con altibajos, como suele ocurrir con las amistades bien cimentadas. Hemos tenido etapas en que me cae muy mal (y yo a ella) para encontrar luego la manera de caernos bien. Lo normal pues.

La conocí cuando andaba por los 17 años y participaba en temporadas de lectura de poemas en un patio de la Casa de la Cultura. Me encantaban sus textos… pero luego dejó de participar y se puso, muy modosita a terminar su carrera. Años después, en 1998, el Fondo Editorial Tierra Adentro, le publicó Octubre y otras sorpresas, un volumen de relatos en donde ya estaban delimitadas las parcelas de donde ella extraería, en lo sucesivo, muchas de las enseñanzas que -me atrevo a sugerirlo- le funcionaron como brújula en su vida.

Lean lo que Gaspar Aguilera puso en la cuarta de forros de ese libro: “Sin autocomplacencias ni sublimaciones, Adriana Pineda nos entrega su versión de personajes -la mayoría femeninos- dispuestos a vivir sus pasiones, su soledad, sus deseos y delirios, con humor y osadía”.

Hace un par de meses me pidió leyera unos cuantos relatos listos para irse al cesto de la basura si yo le confirmaba su poca monta. Me los eché en unos cuantos días complacido con la excelente manufactura de las historias y la encarecida petición de no cometer la tontería de borrarlos de su computadora.

Por fortuna me hizo caso, los revisó, corrigió y buscó quién los podría publicar.

Adriana PinedaPara no hacerla de emoción les informo: en breve aparecerá, bajo el sello de Morevallado, Donde dobla el río y les voy a comentar algo de ese libro porque sería bello que los lectores se interesaran en comprarlo (y leerlo, si no es mucha molestia) cuando vea la luz del mercado.

Les puse las palabras de Gaspar porque Adriana ha sido una militante fiel de la querencia con su origen. Sus relatos se ocupan de tías solteronas, abuelas, viudas, mujeres enamoradas y apasionadas en entornos que uno suele romantizar y deserotizar. Como si en el medio rural o pueblerino el cachondeo no fuera una práctica normal aunque recatada y pudenda y siempre al amparo de los sibilinos consejos de ancianas expertas en esos lances y el oído atento de nietas, sobrinas o hijas que son víctimas de las punzadas sicalípticas de la carne o el amor romántico cuando éste deja de ser pasión desbordada y se convierte en sencilla compañía o en feliz ausencia del otro.

Donde doble el río, cuando lo leí, estaba estructurado en cuatro partes y vayan ustedes a saber si así quedará cuando lo impriman. Para fines de estos comentarios daré por hecho que en cuatro partes se dará a conocer.

La primera funciona como base. Una forma de “sitiar y situar” al narrador (casi siempre una mujer) que le cuenta a alguien una historia verídica ocurrida en un pueblo nunca mencionado por su nombre verdadero. Ya sé que el narrador, sin fallar, se dirige al lector. A lo que me refiero es a que casi siempre es una tía o una vecina confiándole algo a ese “alguien” a través de la narradora. La “abuela” aparece en varias partes del texto, pero siempre como referencia, a través del recurso del “te estoy contando esto que ocurrió”.

El lector es, pues, el receptor de las confidencias de manera indirecta. El autor, sólo en contadas ocasiones aparece. Toda la primera parte transcurre en algún pueblo y el narrador está confiándole a alguien las tribulaciones familiares o las de los habitantes de la locación.

La segunda parte es una novela breve o una crónica novelada. Se titula “Costumbre tropical”. La historia transcurre en varias ciudades del extranjero, pero lo medular ocurre en Hamburgo. Esa historia también se la está contando una narradora a alguien, aunque en este caso todo nos lleva a pensar que es a “un alguien” en particular y no en el formato “a ti lector que lees estas líneas”.

Va una muestra: “Como sabes, nunca me ha abandonado esa congénita ingenuidad y por eso me preguntaba si los extraviados del sol confluían a las puertas del Hauptbahnhof por los excelentes conciertos matinales que tenían a bien poner los encargados o porque esperaban a que su verdadero tren llegara para ir, no de regreso a casa ni de viaje, sino al lugar exacto de su corazón”.

La trama va de la búsqueda de lugares en donde sentirse bien por parte de la narradora quien parece transita, sola o acompañada, por lagos, ríos, estaciones de tren o cafés como La Fragata en donde se hace de amigos entrañables. La compañía al alcance de todo extranjero latinoamericano fuera de su país de origen, siempre es otro latinoamericano con quien se cuestiona el orden alemán o el desorden africano o la indiferencia sueca o la ñoñez gringa… pretextos no faltan.

Todo transcurre de manera serena dentro del caos interno de los personajes, del infortunado amor entre Helmut y Corcho y las reflexiones de la narradora en torno a la ausencia capital del eventual destinatario de la crónica novelada que uno, como lector, está leyendo: “Yo llevaba el recuerdo de ti, de ese instante del que no te quiero sacar, porque de lo contrario pierdes todo el poder de tu fuerza. Ahí te llevo siempre, momentáneamente te he nombrado…”.

La tercera parte se ocupa de una oficinista, una contadora pública (o algo así) que se topa con el hombre de su vida (o algo así) y al final se queda con la riqueza de palabras de la que es poseedora para describir la historia con ese sujeto. Los estereotipos prescriben que una burócrata, por muy competente que sea, no tiene el suficiente bagaje o palabrería para describir una experiencia relevante en materia amorosa o pasional (aunque sea quien lleva la contabilidad de una Sex Shop).

Suponer tal cosa es tan confiable como las monedas virtuales. La mujer del relato titulado “Las palabras no te traen, sólo te acercan…” da cuenta de su encuentro, casi fugaz, con un tipo que llega a la tienda ¿por equivocación? Mmh… no creo, lo que sí creo es que las pasiones no se analizan; se obedecen. Punto.

Imaginen al tipo bobeando y la llegada de la encargada del changarro con reflexiones de este talante: “Me acerqué pretendiendo orientarte y así como en un instante la muerte nos roba la vida, en un instante descubrí que debía amarte”.

Al final… mejor no les digo el final.

El libro termina con dos relatos largos de sendas mujeres reflexionando sobre el amor vivido y que ahora se recrea en el recuerdo. Uno, como lector, se pregunta cómo fueron esos amores en la realidad cotidiana de quienes los vivieron y hasta qué punto la memoria los enaltece aunque su recuerdo sea doloroso. Eso sí, la abuela sabia de la primera parte del libro de Adriana se aparece en cada parte del libro, incluso en personajes aparentemente tan “dueños de la palabra”, como Cristal, protagonista de “Oportuna rebeldía”:

Por primera vez entendió lo que era la tentación. La representación del diablo, diría su abuela. Allí en los manglares del trópico, venció a la culebra del fuego. Por eso desde ahora arde, se consume en la tranquilidad de las noches. Cristal no puede ser ajena a sus circunstancias: le han carcomido la razón. Ella es transparente no sólo por nombre. Sus verdades, sus potencias, sus impulsos son quienes la llevan en cada eje nocturno con aquella mirada bordada en el malecón de su memoria.

Ese mundo ya estaba cobrando presencia y pronto reclamaría un lugar, un nombre en los calendarios. ¿Por qué sólo los santos tenían su fiesta si los diablos también aportaban su parte? Sin los diablos, sin esos duendes no abría camino a la virtud. ¡Qué espinosos eran los caminos del amor! ¡Que el infierno se llene con cobardes! Ahí estaba otra vez frente a la noche: ausente.

Ojalá Adriana no deje de escribir y publicar. Ojalá las novedades editoriales en este paraje del país tuvieran algún eco más allá de los amigos de los autores y fueran muchos los que acudan a comprar su nuevo libro.

Como una forma de coadyuvar a que eso ocurra, le recomendé “subirlo” a una plataforma como Amazon. Aunque ustedes no lo crean, poner los libros ahí logra hacer realidad un sueño para los autores que gravitan fuera del mercado editorial sustentable y cuesta francamente muy poco (o nada).

Donde dobla el río está en prensa.

Espero que Adriana encuentre la manera de anunciar cuando ya esté a la venta, haga la promoción a estos relatos tan bien escritos y encuentre los lectores que se merece.

La semana próxima les hablaré de otra escritora que descubrí hace menos de un mes: Laia Jufresa y su novela Umami.

¡Un abrazo para ti, Adriana!

Foto de portada: HarryPammer/Flickr

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