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Alexandros Avranas: el sadismo que edifica

*Advertencia: Contiene spoilers de la película No me ames

Imagine la escena: un héroe se ve atrapado en un enfrentamiento. Sea película de acción, drama o terror. La espada por un lado, la pared por el otro. No sabemos cómo va a salir del embrollo. Sin embargo, una mano, que representa a una deidad, de la nada aparece y resuelve la situación. El héroe se salva. Le llamamos Deus ex machina: dios desde la máquina. Existe desde las obras clásicas de la antigua Grecia. Y este artificio es criticado por Aristóteles en su Poética, quien argumenta que la solución a la encrucijada debe nacer dentro de la misma obra y no por un elemento externo. Digamos qué, si Aristóteles hubiera visto Matrix, habría criticado que un beso de Trinity salva a Neo.  

Así, el desarrollo de No me ames (Alexandros Avranas, 2017) pareciera encontrar las resoluciones dentro de sus mismas reglas, sin artificios. Un thriller que en momentos recuerda a El cartero siempre llama dos veces, va desenvolviéndose lentamente, administrando las sorpresas y con un ritmo que atenta a la ansiedad nata del espectador contemporáneo, aquel que quiere saltar de inmediato al final de la historia para saber la resolución antes que los demás. Filmar con planos fijos, muy pocos movimientos. Una entonación actoral que sugiere a veces robotismo, una parsimonia que se volvería insoportable si no fuera por el montaje ágil. Lo justo, lo mínimo necesario para contar el relato. Así es No me ames, último largometraje del griego en donde la puesta en escena lo es todo.  

Un plano cenital muestra a una mujer herida que no pudo escapar. Tal vez sello autoral que ya vimos en su película Miss Violence, cuando en cenital una chica acababa de suicidarse y la sangre y su familia la rodean. No me ames está basada en una historia real. La cuarta película de Avranas repite el sadismo, en palabras del autor, como forma de hablar del fin de la moral. Acaso las leyes que se promovieron desde hace milenios para evitar una catástrofe humana, pero que se utilizó por instituciones (religiosas y no) para mantener el estado de las cosas a partir de una contención de los instintos. La civilización que nos dijo que portarse bien es bueno, ahora se derrumba porque no cumplió sus promesas. 

En Avranas, la nueva autoridad no es el estado: es la iniciativa privada. En el universo más reciente de Avranas, a quien deben sortear y engañar los humanos es a la compañía de seguros, no al Estado. Como en Sin embargo, la existencia fuera de la legalidad pareciera crear un limbo perfecto y dejar a La Esposa como una nueva Justine de la cual podrá abusar ad libitum el nuevo La virtud aplastada por el vicio, que es la clase media aplastada por la alta. Avranas demuestra que lo aspiracional existe también en Europa y, a diferencia de la que exhiben autores como Jaime Rosales, Maïween o Mike Leigh, estos tienen un plan perverso para vengarse. 

El matrimonio como el aparente bastión de las últimas instituciones que sostenían al mundo. No es la familia, sino la legal unión de dos seres. Juntos para sobrevivir. Así, El Esposo y La Esposa habrán urdido un plan que parecía infalible, sino fuera por la minuciosidad de la compañía de seguros, quien como espejo de una fiscalía o de una institución hacendaria, escudriña y busca de cualquier forma para no hacer efectivo el pago. Empero, no será el amor o la lealtad institucional (la del matrimonio) lo que motive que sigan juntos.

Por el contrario, es la supervivencia, el sálvese quien pueda, la codicia o tal vez el engaño frente al cual estuvimos todos, desde el inicio y a partir de los puntos de giro (el falso embarazo, la muerte, la casa en la que nunca vivieron) lo que nos exhiba justamente no un «Dios máquina» sino un «Diablo máquina». Resolución que recuerda a las últimas películas de Lars Von Trier, donde es la mano del creador la que busca que sus personajes sufran, más allá de la consecuencia de la cual hablaba Aristóteles.  

Empero, la ironía (o paradoja) continuará por siempre en el tema musical, que se convierte en el leit motiv de la película. Si la razón de ambos eran estar juntos, ¿cómo podrán subsistir el uno sin el otro? Ella, a merced de un personaje que pareció salir del Marqués de Sade. Él, tal vez odiándose por el resto de sus días, o tal vez gozando sociopáticamente el botín. Si el matrimonio no existe, la película tampoco. Porque, como reza la canción de Joe Dassin: si tu no existieras, ¿dime por qué habría de existir yo? Y es así como el dictador autoral que también es el mensajero del fin de la moral, dice que con la maldad entenderemos que la muerte de la esposa será la vida del esposo. Nada nuevo bajo el sol.  

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