Ahora que fue trending topic el calcetín de Enrique Peña, la chairiza se vio particularmente desatada. Es divertido cómo una completa idiotez puede generar polémica y, cuando menos lo esperamos, el tren del mame se desboca sin control alguno.
A veces pienso que sin darnos cuenta nos invadimos de chairos, esos seres libertarios que emprenden revoluciones enclavados en un dogma. Recordemos que el término hace alusión a la chaira, entendida como “puñeta”, entonces, igual que los mamertos, los chairos suelen ser conspiranoicos y chaqueteros mentales.
Somos una raza a la que le gustan los sacrificios humanos, las flagelaciones, los golpes de pecho. Y es que todo, cualquier cosa, será objeto de escarnio entre los chairos, y eso no es malo, lo malo es que son obcecados, necios, se cierran y, muy al estilo de su amo y señor Andrés Manuel, si no estás con ellos estás en su contra.
Así, al poner sobre la mesa el caso de Rubén Espinosa, lo que de inmediato se dice es que fue Duarte, y más allá la frase favorita: “fue el Estado”. No sé si fue Duarte o no, no tengo forma de comprobarlo ni de desmentirlo, pero resulta llamativo que un sector se cierre a cualquier otra línea de investigación, llegando incluso al extremo de darle importancia única y exclusivamente al fotógrafo y a la activista; las demás mujeres pasan a segundo término, ellas no eran luchadoras sociales ni reporteras comprometidas como los dos primeros.
Y es que leyendo las columnas de algunos colaboradores de Proceso, por poner un ejemplo, nos topamos con la necedad, la terca necedad que me hace imaginar el siguiente diálogo:
–Sí, mira, esta línea de investigación apunta a que… Este indicio puede ser la clave… Es que las amistades de…
–¡No!, tú investiga la relación entre el trabajo de Rubén y el gobierno de Veracruz.
–Pero es que esa línea es muy débil, los hechos indican otra cosa.
–¡No!, fue Duarte.
–¿Cómo lo demostramos?
–Ese es tu trabajo, fue Duarte.
–¿Y si las investigaciones indican otra cosa?
–Entonces eres corrupto y asesino, como Duarte.
Así cualquier diálogo se vuelve estéril o de plano imposible, incluso con quienes defienden la libertad de expresión, porque si un incauto los cuestiona será censurado de inmediato. Y es que en una época tan carente de héroes e ídolos de verdad, cualquiera que tenga suerte y la sepa capitalizar se erigirá como tal, y a otros se les vuelve mártires y son objeto de culto.
Lo necesitamos como necesitamos a un Dios al cual rogarle o culpar, como necesitamos a un líder ya sea político o espiritual (o ambas) que nos guíe. Por eso, aunque haga tontería tras tontería y no se le vea un rumbo definido, AMLO sigue teniendo fieles, por eso no importa que muchos autodefensas sigan presos (y no hablo nada más de Mireles) con cargos insostenibles y procesos irregulares (véase el caso se Cemeí Verdía) y que en eso haya muerto un niño de doce años, la sociedad no se moverá, pero asesinan a un fotógrafo que al parecer estuvo con la gente equivocada en el momento equivocado y todo mundo pierde la cabeza.
Digo, son sucesos lamentables, sí, por su puesto, pero no son ni por mucho las únicas víctimas de la delincuencia en este país. Sé lo que muchos estarán pensando de mí pero se los pongo de esta manera: el crimen organizado para el que Duarte trabaja no opera de esa manera, de haberlo querido matar lo hacen desde Veracruz, no van y lo siguen hasta el DF. Basta entender un poquito al crimen organizado para darse cuenta de ello. Hasta creo que si Rubén Espinosa no hubiera estado en ese departamento esa noche ya nadie se acordaría de esas cuatro mujeres.
En fin, a medida que se acerca el 2018 estamos más próximos a un inminente apocalipsis chairo en el que muchos quizá muramos linchados y no habrá nadie arrojando una molotov en memoria nuestra, nadie nos democratizará con el #TodosSomos, nadie gritará que “conformistas” nos llevaron y concientizados nos quieren. Ese será el juicio final en el que AMLO, con Aristegui sentada a su izquierda (of course), decidirá quiénes iremos al infierno de la mafia del poder y quiénes pueden acceder a la felicidad en una república amorosa más chingona que todas las utopías juntas.