Icono del sitio Revés Online

Araña Sagrada: perpetuar la violencia

Araña Sagrada

En una de las primeras escenas de Araña sagrada (Holy spider, 2022), aparece una mujer colocándose el sostén frente a un espejo. La cámara sigue a esta mujer con el pecho desnudo, gesto de cansancio y moretones en la espalda mientras se prepara para salir a la calle. Nada que no se haya visto antes en la pantalla, salvo que estamos en Irán y la mujer es una prostituta.

Araña sagrada es el tercer largometraje de Ali Abbasi, cineasta de origen iraní con pasaporte danés, a quien recordamos por su trabajo anterior, Criaturas fronterizas (Border, 2018), en donde un ser marginal termina por encontrar su lugar en los bosques nórdicos. Su más reciente producción, premiada en Cannes, deja los terrenos fantásticos para mostrar el horror del mundo real en Mashhad, un conocido lugar de peregrinación en el noreste de Irán.

La cinta está basada en un hecho real. El caso de Saeed Hanaei, un excombatiente de la guerra Irán-Irak, que asesinó a dieciséis mujeres entre 2000 y 2001. Hanaei se veía a sí mismo como una especie de justiciero que buscaba erradicar la “corrupción moral” de la ciudad de Mashhad. La prensa lo conoció como el “asesino de arañas”, por la forma en que atraía a las víctimas hasta su casa para cometer los crímenes.

Abbasi retrata al asesino como un hombre inadaptado e inculto, que añora sus días en la milicia (en una escena se lamenta: “ojalá nunca hubiera terminado la guerra”). Torturado por sus recuerdos, finge llevar una vida normal como esposo y padre de tres hijos, mientras por las noches busca saciar sus impulsos sexuales reprimidos disfrazándolos de cruzada religiosa.

También lee: 

El país que ama a sus narcos

Su oponente es Rahimi (la actriz Zar Amir-Ebrahimi), una periodista llegada de Teherán para descubrir al culpable de los brutales asesinatos y evidenciar la inacción de las autoridades. Rahimi se mueve en territorio hostil: es acosada por el jefe de la policía local y ni siquiera puede alquilar sin dificultades una habitación de hotel debido a su condición de mujer soltera. Zar Amir-Ebrahimi es iraní de nacionalidad francesa y se llevó en Cannes el premio a mejor actriz por esta película.

La historia sigue dos caminos paralelos, por una parte la vida familiar y acciones del asesino, por la otra, la periodista que busca imprudentemente su captura. Con cierta truculencia narrativa, el guion hace que ambos caminos se crucen, lo que significaría el punto final de la cinta si fuera un thriller convencional. Sin embargo, el director y guionista prefiere seguir adelante para mostrarnos tanto el comportamiento de la sociedad como el momento histórico en el que se desarrolla la narración.

Manifestaciones de apoyo a las acciones del asesino acompañan a las aberrantes justificaciones de su esposa y si a esto agregamos la complacencia de las autoridades, nos encontramos con una serie de elementos que abonan al surgimiento de nuevos criminales. ¿Se salvará el asesino? En ese momento no se sabe. ¿Se salvará la sociedad iraní? El asesinato de Mahsa Amini nos dice que aún hay mucho por hacer.

Te puede interesar:

Crítica: El Falsificador

Una película iraní que muestre prostitución, sexo, muerte y drogadicción es algo inaudito. ¿Cómo se consiguió? Rodando en Jordania, con financiamiento europeo y con un elenco de iraníes expatriados. Abbasi no busca bordear la censura, como hacen los cineastas que no pueden salir de su país, prefiere la crudeza, después de todo puede hacerlo, no está en Irán. A más de veinte años de los asesinatos de la araña, nuevos criminales han reemplazado a los anteriores, pero las manifestaciones del 2022 demuestran que hay esperanza.

Salir de la versión móvil