En la actualidad hay pocos cineastas estadounidenses que tengan un estilo tan claramente reconocible como Wes Anderson. Las tomas fijas de rostros inexpresivos al centro del encuadre con un fondo de elaborados tonos pastel, han sido retomadas por entusiastas de la inteligencia artificial para recrear tráileres de cintas clásicas, como si hubieran sido hechas por el oriundo de Texas. Homenaje o burla, decenas de estos falsos avances cinematográficos pululan por Youtube, Instagram y TikTok… son los riesgos de tener un sello personal.
En Asteroid city (2023), Wes Anderson regresa en el tiempo. Son los años cincuenta en una pequeña localidad imaginaria en el desierto norteamericano, el cual basa su economía en un centro astronómico, un motel, una gasolinera y un cráter de impacto, causado muchos años atrás por un meteorito, claramente inspirado en el Cráter Barringer de Arizona. En ese lugar se lleva a cabo un concurso para jóvenes aficionados a las ciencias que acuden acompañados de sus padres.
La aparición de un visitante del espacio exterior añade algo de novedad a la monótona vida del pueblo, pero deja a los habitantes varados debido a una cuarentena impuesta por el gobierno y los militares (con hombres de negro incluidos). Sin embargo la historia comienza mucho antes, porque Asteroid city es una representación teatral.
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En los primeros minutos del filme, en riguroso blanco y negro, en formato de televisión de los años cincuenta, un presentador omnisciente (Bryan Cranston), nos habla del proceso de creación de una obra de teatro. Vemos a un dramaturgo que no consigue avanzar con la escritura de su nueva obra hasta que la intervención de uno de sus actores le sugiere el camino a seguir.
De manera un tanto confusa, Anderson mezcla estas dos narrativas que tienen al presentador como único punto de contacto. El director nos sugiere la dualidad de los personajes, que son a su vez los actores y los papeles que interpretan, de esta manera nos cuenta al mismo tiempo el proceso de creación de la obra y la historia que se cuenta en ella. Aunque en este caso, a diferencia de sus trabajos previos, la narrativa no está al mismo nivel y queda opacada por el aspecto visual de la cinta.
Entre la densa población que conforma el enorme elenco de la ciudad del asteroide, destaca Augie Steenbeck (Jason Schwartzman), con su hijo adolescente y tres niñas aspirantes a brujas, un fotógrafo de guerra que no sabe cómo decirle a sus descendientes que su madre ha muerto y que carga sus cenizas en un Tupperware. Su contraparte y vecina de habitación es Midge Campbell (Scarlett Johansson), una especie de Bette Davis de pelo oscuro, misteriosa como esfinge y madre de una adolescente silenciosa.
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A diferencia de los genios adolescentes en quienes hierve la curiosidad y el amor fácil, ambos personajes (Augie y Midge) representan el miedo y la angustia de los adultos, y ¿por qué no?, también la posibilidad de seguir adelante con sus vidas. En ese sentido, la obra de teatro de la que forman parte nos habla de las posibilidades del arte como instrumento de reconciliación y sanación.
Es evidente que Anderson se nutre de varios elementos del Hollywood de antaño, como las vistas panorámicas del desierto, una representación típica del oeste norteamericano. También nos muestra los abusos del ejército y las recurrentes pruebas nucleares, pero desde una mirada aséptica, solo como parte del decorado.
Claramente se siente arropado sus actores recurrentes pero también agrega algunos nuevos (como Jarvis Cocker haciendo de vaquero), es decir, cambia pero no mucho, parece sentirse cómodo con el entorno que le rodea y apuesta por no modificar su estilo. En ese sentido Asteroid city no es un paso hacia el frente ni uno hacia atrás, es más bien uno de costado. Es difícil que esta película le consiga nuevos seguidores, pero al menos dejará conformes a los incondicionales.