ALGÚN DÍA MI GATO COMERÁ SANDÍA
Omar Arriaga Garcés
Cuenta el mitógrafo Joseph Campbell que cuando una comunidad de monos solventa su alimentación se apresta entonces a defender familia y domicilio: territorio sexual, familiar, nutricio; causas primitivas de las guerras.
Empero, con las necesidades resueltas y buena relación entre comunidades de monos, ¿a qué se dedicarán los machos?
“El macho no está comprometido como la hembra, con la carga constante de los hijos. Tiene mucho tiempo libre. Sabe dónde están los plátanos, pero ahora no es momento de ir por ellos, así que, ¿qué hace?
”Se forman clubes de machos para despiojarse mutuamente. Ya ven que es una institución muy antigua, el equipo de cazadores que forman los machos, el equipo deportivo, el club”.
Imperios como el inglés o el mexica se han jactado del deporte y el juego: “Batalla ceremonial, pero seria”: los machos inventan una guerra fingida para entretenerse sin causar mayores estragos.
Y en estas Guerras donde se subliman rivalidades diversas, hay héroes; y el club es comunidad, casa, alma mater a la que se adscriben los fieles, pues algo hay de religioso y unificador en las guerras: el equipo defiende parte de lo que somos y creemos como si fuera una patria anímica.
En los más de siete lustros de dictadura de Francisco Franco, Cataluña sostuvo una situación inédita aun cuando era virreinato de Castilla: el veto de su himno, insignias y lengua; en suma, la prohibición de su cultura.
Con todo, en vez de extinguir el ferviente nacionalismo catalán que la burguesía incitaba hacía siglos, el veto indujo al pueblo a un movimiento de resistencia. Decirlo es fácil, mas no tanto explicar lo complejo del fenómeno.
El FC Barcelona tomó atribuciones sociales y políticas que no le atañían y, saliendo al paso, aglutinó los emblemas de Cataluña en su uniforme, siendo el estadio de futbol el único sitio donde el uso de los símbolos de la región estaba permitido.
Que el Barça sea un club con más de diez disciplinas deportivas, actividades políticas y relaciones públicas al exterior, deja entrever el peso de la entidad y su función de quasi equipo nacional.
El Real Madrid, por su parte, no pudo hacer frente al régimen de Franco. Históricamente reconocible como el equipo de la realeza, la dictadura no tardó en hacer del club una alegoría del poder central, siendo el más triunfador del siglo XX, sobre todo en la década de los 50s.
Imposible distinguir a estas alturas la dimensión de los éxitos deportivos propios del Real Madrid en ciento nueve años de historia. Pero, si nos atenemos al deporte como prolongación en cierto grado política y religiosa del poder que una cultura ejerce, quizá las conquistas del Madrid resulten inapelables y su forma de ganar a costa de quién sea y cómo sea, parte del juego mismo.
Célebres son las injusticias deportivas que contra el Madrid ha sufrido el fatalista y melodramático Barcelona en el lapso del siglo.
En efecto, ha no muchos días el entrenador ucraniano Mircea Lucescu apuntaba que si el Madrid arrebató la Copa del Rey al Barcelona el pasado 20 de abril, era porque debía ganarla por ser el equipo de la corona.
El mito de la centralidad madridista y la universalidad catalana, del mercenarismo de unos y el amor cantonal de otros, del dinero contra el talento, vive más que nunca.
De cualquier modo, se trata de un periplo político, de transferencia del poder que jamás concluye, si bien, deportivamente hablando, cerró uno de sus capítulos más radiantes el sábado, cuando el Barça conquistó su cuarta Copa de Campeones de Europa, situándose en las ligas mayores de este juego.
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