El capítulo 3 de Better Call Saul nos revela a un joven Jimmy McGill refundido en la cárcel por una aparente agresión sexual que por supuesto niega.
A la ayuda entra su hermano, que al parecer no es aún el estrafalario y fantasioso Charles que vemos en el presente de la serie.
Con ese flashback da por inicio la entrega número tres, donde el futuro abogado del diablo sigue en plan de saca-borrachos, al tiempo que no logra zafarse de un narco menor que ahora querrá enriquecerse tras la promesa que McGill le acaba de hacer: obtener dinero fácil gracias a unos estafadores.
El mafiosillo es cuestión es Nacho, pistolero de Tuco que se distingue por su inteligencia y sagacidad. El abogado muestra ya una patología que le conocemos bien: su excesiva lengua le hace prometer cosas que no puede cumplir, lo que solo desencadena problemas innecesarios y terribles dolores de cabeza.
El resto del episodio nos ofrece más vistazos al mundo de los abogados: intereses cruzados, relaciones prohibidas, traiciones y como siempre mucho dinero de por medio. La familia Kettleman ha robado miles de dólares y la autoridad anda tras ellos, pero sus influencias les alcanzan para irla librando. Entonces aparece Jimmy y también Kim, una guapa colega con la que se acuesta, pero que ahora defiende a los clientes que él quiere acorralar.
Nacho querrá ver la forma de atracar ese hogar y convertirse en un Robin Hood chicano, pero caerá en prisión antes de que siquiera intente forzar alguna cerradura. Es un capo inculpado por un delito que no cometió; es más, quizá aquí no se haya cometido ningún delito y sí una estrategia para desaparecer.
La escena que ya parece no causar gracia (Mike impidiendo el paso a Jimmy en el estacionamiento) ahora toma un punto interesante, pues luego de un altercado entre ambos el abogado casi pisa la cárcel, pero su enemigo retira los cargos y le da un sabio consejo: A nadie le gusta estar lejos del hogar.