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Blade Runner y yo

Por Aldo M. Alba

Para Klauzzen Rosales

Vamos, no es que no haya visto películas de ciencia ficción antes, vi decenas; de hormigas, polillas y alacranes gigantes, simios mutantes, extraterrestres cabezones con pinzas de cangrejo, marcianos malvados, dinosaurios vueltos a la vida y monolitos milagrosos; algunos de esos filmes eran sublimes, otros ridículos, los menos de pena ajena, pero ninguna como Blade Runner.

Cuando la vi por primera vez tenía 20 años y unas ganas enormes de conocer y saber todo, y antes que al mundo, a las mujeres.

En aquellos años pasaron unos avances por Canal 11 que decían, creo recordar: “Los androides quieren apoderarse de la Tierra y sólo los Blade Runner podrán salvarnos”, y algunas escenas de la película que me parecieron fuera de lo común. Así que hice la firme promesa de irla a ver.

Imagen: Sigma 958

Traté de invitar a algunas de mis amiguitas de Bachilleres, pero ninguna de las que me interesaba pudo, o quiso ir, por lo que me lancé solo al cine Pecime.

Desde el comienzo me quedé maravillado, esas letras que pasaban con un fondo de música electrónica eran algo nunca visto. Toda la película era la mirada a un futuro que aunque no era el limpio y tecnificado de los 60, tampoco el apocalipsis total, era como si alguien hubiera tomado mis ideas del futuro y las hubiera pulido y llevado hasta el límite, “Los Ángeles 2019” era como un DF de pesadilla, algo que yo podría vivir. Envidié la vida de Deckard, que me recordó al Spirit, me enamoré perdidamente de Rachel y quise tener una mujer como ella y se me quedó para siempre en el corazón esa ciudad obscura y la escena de amor con el sax de Dick Morrisey.

Tanta fue su influencia que mi primer cuento, con el que gané un segundo lugar en el concurso “Juan de la Cabada”, tenía sin duda una atmósfera totalmente bladeruneriana y deprimente, y con la lana del premio, en vez de ir corriendo a comprar el LP del soundtrack, como me había prometido, invité a la rubia de mis sueños, y heroína del cuento, a comerse una pizza y una copa de vino a Perisur. Encuentro que terminó con un “gracias” y un inocente beso de parte de la chica, muy al contrario de lo que yo pensaba que ocurriría.
Entonces no sabía nada del future noir, ni de la estética Heavy Metal, ni de la novela negra, ni del cyberpunk… ni de nada (igual que ahora) pero cada cuadro de Blade Runner lo tengo grabado en mi cerebro para siempre.

Mis compañeritos de la escuela oscilaban entre los borrachos, las niñas que creían en los cuentos de hadas, hasta una pandillita de fascistas-pro yanquis-intolerantes-televisos-chicos disco con sueños de autos de ocho cilindros y mujeres despampanantes que se burlaban a carcajadas de mi gabardina negra y mis Pony rojos, aunque yo sonreía porque Blade Runner me había enseñado que nuestro futuro no sería el que ellos pensaban sino algo muy diferente y obscuro.

Blade Runner fue un fracaso comercial, en esos años de entusiasmo y optimismo en el futuro petrolífero, en que triunfaba el melcochoso ET. Un amigo que sí fue a verla, le gustó, pero le pareció “demasiado pesimista”.

Y según la evolución de los reproductores de música siempre he cargado a Blade Runner, desde la versión de la Orquesta Americana en el walkman, la de Vangelis en el Discman, y ahora todas las versiones que han salido a través de los años en el MP3. Con ella he convertido Reforma, Chapultepec, el Olivar, Iztacalco, o la colonia que fuera, en Los “Ángeles 2019”. En un cumpleaños, Cati me regaló el CD de Vangelis y me hizo muy feliz, todavía lo tengo, a ella hace mucho que no.

Me sé los diálogos, por lo que ya puedo verla sin necesidad de subtítulos y aunque la he visto muchas, muchas veces, siempre hay algo que resplandece como si fuera la primera vez. Incluso he disertado en cine clubs de aficionados acerca de sus virtudes y sus hechos curiosos.

Cientos de sus fanáticos alrededor del mundo mantienen páginas en las que se pueden encontrar desde el libreto, hasta réplicas del vestuario y el arma de Deckard o ¡Hasta los muebles usados en la película! En ellas se hacen avanzados estudios literarios y filosóficos de la obra de Phillip K. Dick, del cine de Ridley Scott y la influencia de la película en el cine y la ciencia ficción contemporánea.

Yo compré el maletín del 25 Aniversario; el que contiene todas las versiones, un Spinner, un unicornio en miniatura y otros tesoros más.

Y después de ver “The Final Cut”, la maravillosa versión restaurada digitalmente en BlueRay, me volví a sorprender y me di cuenta que mi vida, más que parecerse a la de Deckard, sería como la de esos réplicos que temen a la muerte.

 Twitter: @aldotomis

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