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Boyhood, crítica

Por Armando Casimiro Guzmán

Con un marcado retraso llegó por fin a la cartelera una de las películas que dio más de que hablar desde su estreno (en Estados Unidos), a mediados del año pasado, Boyhood, momentos de una vida (2014), largometraje número dieciséis del cineasta Richard Linklater.

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La obra del texano recorrió con éxito buena parte del circuito de festivales, incluyendo Berlín, San Sebastián, Toronto, incluso en los Globos de Oro (en donde ganó en Mejor película en la categoría de Drama). Pero su impresionante palmarés no convenció a los miembros de la Academia, quienes la nominaron en seis rubros pero solo premiaron con una estatuilla el desempeño de la actriz Patricia Arquette. Por otra parte, sus casi tres horas de duración y su carácter de filme independiente fueron factores que obligaron a los tímidos distribuidores nacionales a estrenarla con la risible cantidad de doce copias.

Linklater reunió una vez al año, durante más de una década al mismo grupo de actores para dar vida a una disfuncional familia texana. Todo visto desde los ojos de Mason (muy buen trabajo del joven actor Ellar Coltrane), un niño que literalmente crece en la pantalla al tiempo que nos muestra pequeñas estampas de la vida cotidiana: viajes familiares, separaciones, cumpleaños, primeros amores, divorcios y peleas con los hermanos, forman parte del empedrado y difícil camino para alcanzar cierto grado de madurez. La película funciona al mismo tiempo como una especie de cápsula del tiempo que revive la música y el entorno que rodea a los personajes.

Linklater afirma que su película habla sobre la infancia y sobre la manera en como el transcurso del tiempo cambia nuestra forma de percibir el mundo: “La gran pregunta sin respuesta es: ¿cuándo dejamos de crecer para empezar a envejecer?”, afirmó en una entrevista. El cineasta texano cuenta que en todo momento se sintió obligado a mantenerse fiel al bosquejo inicial de la historia, pero que se mantuvo abierto a integrar cosas que pudieran integrarse para llegar, aunque fuera por diferentes caminos, a la meta original.

Los riesgos por supuesto, eran enormes, empezando con el hecho de que en una ley impide contratar a los actores por periodos mayores a siete años (la filmación tomó doce), así que legalmente no había un compromiso contractual con los miembros del reparto. A esto habría que sumar la posibilidad de una desgracia personal, lo cual afortunadamente no ocurrió. Pero en algún punto del rodaje Lorelei Linklater (hija del director, quien interpreta a la hermana del protagonista), perdió interés en el proyecto y llegó a pedir a su padre que diera muerte a su personaje. Al final, las cosas se arreglaron y Lorelei decidió continuar con el proyecto.

Richard Linklater ya había jugado con la idea del paso del tiempo con su trilogía Antes del amanecer (Before sunrise, 1995), Antes del atardecer (Before sunset, 2004) y Antes de la medianoche (Before midnight, 2013), donde el tiempo marca la transformación de los personajes a partir de su relación, pero en Boyhood va más allá, en cada uno de sus segmentos capta de una manera inusitadamente vívida no solo el paso del tiempo, sino la manera en como su protagonista comienza a relacionarse con su entornos y sus circunstancias personales. Una gran recomendación para ver en el cine, aunque desde hace ya varios meses se encuentra disponible en formato digital.

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