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Cafarnaúm: cuando es mejor ni haber nacido

Hace unos días circuló la noticia de que un joven indio pensaba demandar a sus padres por haberlo traído al mundo. Justamente así comienza Cafarnaúm: La ciudad olvidada (Capharnaüm, 2018), Zain, un chico libanés que purga una sentencia en un reformatorio juvenil, decide demandar a sus padres, a quienes considera incapaces de dar las atenciones mínimas a su numerosa descendencia.

La película se estrenó en la pasada edición del Festival de Cannes, en donde se alzó con el Premio del Jurado, pero fue su nominación a los Oscar (como mejor película de habla no inglesa), la que le permitió acercarse a un público más amplio.

Éste es el tercer largometraje que dirige, coescribe y actúa la cineasta libanesa Nadine Labaki. El título, como aclara la propia directora, no es una referencia directa a la ciudad israelita, sino a la palabra francesa “capharnaüm”, que significa caos y que resume todos los temas que quería tratar en el filme: la violencia, la inmigración, la ignorancia y la pobreza, todo ello desde el punto de vista de los niños que habitan en las zonas marginales de las grandes ciudades.

Zain, quien no asiste a la escuela y no tiene siquiera una partida de nacimiento, decide abandonar el hacinado departamento en donde sobrevive con su familia, cuando se entera de que sus padres han decidido casar a su hermana de once años con el dueño de una tienda del barrio. Zain es acogido por una trabajadora ilegal a cambio de que cuide a su pequeño hijo. Pero las cosas se complican cuando la madre es detenida y el joven debe deambular por las calles de Beirut con el pequeño a cuestas.

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Beirut es probablemente la ciudad más diversa de Asia Occidental, conviven en ella más de un millón de musulmanes y cristianos. Además de ser el centro cultural, político y económico de Líbano, es el punto de atracción de gran cantidad de refugiados palestinos, africanos y sirios que viven en las zonas más pobres de la ciudad. La dura realidad que deben soportar los niños que habitan en estos lugares fue el punto de partida para el filme de Labaki.

La cineasta decidió entrevistar a varios niños en las calles de Beirut y se encontró principalmente con enojo y frustración. Asegura que varios de ellos se cuestionaban “¿por qué estoy aquí?”. Dicha pregunta la inspiró para entender y transmitir este sentimiento en su película. No es tan sencillo afirmar si cumple su intención.

Por una parte, hay algunos excesos que apuntan a la conmiseración irreflexiva: Zain llamando al programa de televisión desde la prisión, los bebés atados con cadenas, las escenas de niños comiendo en las calles rodeados de basura, etc. La cineasta busca conmover al espectador con mecanismos un tanto burdos pero que en algunos casos resultan muy efectivos.

Pero sería injusto reducir la obra de Labaki a una especie de regodeo de la miseria. La directora logra exponer este problema que es muchos problemas a la vez. Utiliza para ello actores no profesionales que han vivido situaciones parecidas a las de sus propios personajes: Zain era un refugiado sirio en el momento de la filmación y Yordanos Shiferaw era inmigrante ilegal durante el mismo lapso. Ello nos habla de una gran dirección de actores y aporta el tono documental que funciona adecuadamente para este trabajo.

Es también un logro de edición: se redujeron las ocho horas del metraje original a las dos que dieron en el corte final, sin perder un ápice en la continuidad narrativa del filme. No es la mejor película de la cineasta libanesa, pero es importante no quedarse con la primera lectura de Cafarnaúm, que además de denuncia social, es también la búsqueda de identidad de un niño con la intención de encontrar su lugar en el mundo.

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