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Café Society y un desgastado Woody Allen

Café Society (2016) inauguró la 69 edición del Festival de Cannes. Presentado fuera de competencia, lo nuevo de Woody Allen generó sentimientos encontrados entre los miembros de la prensa internacional. El opus 46 del realizador neoyorquino pasó con más pena que gloria por la taquilla estadounidense desde su estreno en julio y en cambio mostró números importantes en Europa (algo habitual en sus más recientes producciones), siendo Francia, España e Italia los países con mayor número de espectadores. Ya veremos cuál es su desempeño comercial en México, en donde la distribuidora Zima Entertainment apuesta con firmeza por esta comedia agridulce que también se ve en la 61 Muestra Internacional de Cine.

Ambientada en el Hollywood de los años treinta primero y en la ciudad de Nueva York después, Café Society nos introduce en el mundo de las complicidades e hipocresías de la alta sociedad estadounidense en el periodo entreguerras. Bobby es un joven e ingenuo neoyorquino de origen judío que viaja a la ciudad de Los Angeles con la intención de hacer una carrera en la agencia de talentos de su tío. Pero la frivolidad de Hollywood tendrá duras consecuencias en la vida del inexperto Bobby: el amor, el desamor y las intrigas familiares moldearán, muy a su pesar, su destino sentimental.

El término Café Society fue acuñado por el columnista de sociales estadounidense, Maury Henry Biddle Paul, para referirse a las personas elegantes y adineradas que gastaban fortunas en restaurantes y clubes nocturnos de París, Londres y por supuesto Nueva York en las primeras décadas del siglo XX. Buena parte de estos personajes fueron retratados implacablemente por la inventiva de Francis Scott Fitzgerald en novelas como Hermosos y malditos y El gran Gatsby.

Hay una clara intención por parte de Allen de retomar estos escenarios tan típicos de las obras de Fitzgerald para trasladarlos a la pantalla. La gente linda y despreocupada que asiste a grandes fiestas y se codea con las celebridades de la época ocuparía por completo la pantalla de no ser por la fugaz aparición de una prostituta primeriza y una subtrama mafiosa que no llega a buen puerto, en parte por lo desigual de las interpretaciones.

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Es sabido que Bruce Willis fue despedido de la producción debido a problemas de comportamiento y a su incapacidad para aprenderse los parlamentos. Su lugar lo ocupó atinadamente Steve Carell como el dinámico agente de Hollywood que desestabiliza el amorío de la pareja protagonista: Jesse Eisenberg hace las veces de un Woody Allen menos ingenioso que de costumbre (el cineasta aparece solo como narrador omnisciente), mientras que Kristen Stewart, sin mostrarse demasiado, se las arregla para lucir encantadora.

Pero a pesar de que es un filme simpático y disfrutable, hay algo en Café Society que no termina de funcionar. Quizás sea la tibieza del romance entre Eisenberg y Stewart o el desentonado desempeño de Blake Lively. Tal vez sea la escasez de diálogos punzantes tan característicos del cineasta o la sensación de desgaste de quien se empeña en seguir filmando una película por año, pero que mantiene intactos sus temas preferidos: la alta sociedad y la farándula, los desengaños amorosos y la ciudad de Nueva York. Podríamos colocarla entre las películas medianas de Allen, pero aun así se sitúa por encima de lo que regularmente ofrece la cartelera y es una buena opción para abrir la semana.

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