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Carta de un bígamo nacional

Este texto forma parte de un intercambio de cartas entre el mexicano Adrián González Camargo y el argentino Roberto Jáuregui. En ellas leemos su locura por ese objeto redondo que al ser pateado pone de cabeza al mundo, sobre todo cada cuatro años. ¿Hasta dónde llegarán sus respectivas selecciones? Ya lo iremos sabiendo.

Querido Adrián:

Qué grata sorpresa fue recibir tu carta; como bien sabes, tuve que retrasar mi viaje a Morelia por problemas personales varios (eso es lo peor; no sólo son problemas, sino que vienen en grupo, en banda, en patota. Algo así como la afición mexicana después de ganarle a Alemania. Ya hablaremos de ello) ¿Cómo anda todo por allá? Acá estamos con un frío de perros y yo, encima, sin la ropa adecuada para estos helados vientos locales. Mar del Plata es una ciudad hermosa, sin duda alguna (y que conste que esto lo digo lejos de chovinismo alguno); pero esta vez pude verla con ojos de turista y puedo decir que es una ciudad bellísima. Lástima, insisto, el frío.

Che, felicitaciones por el gran triunfo ante la Selección Alemana. De más está decir que lo disfruté y lo sufrí como como uno de ustedes; en ese sentido corro con ventaja ya que mi corazón está dividido entre Argentina y México aunque, como es comprensible, la relación de mi amor no es un salomónico 50-50, pero tampoco voy a andar en menudencias porcentuales; digamos que podría considerarme como un bígamo nacional.

Hablando de amores, tendrías que haber visto a mi chaparrita gritando sola con su bandera tricolor en el monumento a Don José de San Martín (como recordarás, el libertador de Argentina, Chile y Perú), sitio donde habitualmente se reúne la afición local cuando Argentina gana en cualquier disciplina deportiva o cuando la situación social amerita una marcha en tono y forma. El pobre San Martín cuando ve reunirse a la gente no sabe si van a tirar fuegos artificiales o a prender fuego a la intendencia (El ayuntamiento local). Ella agitaba su bandera y la gente aplaudía, la felicitaban, hacían sonar las bocinas de los autos y le gritaban cosas como «¡Arriba el Tri!» o incluso un molotoviano «¡Viva México, cabrones!». Mientras tanto, San Martín, que fue uno de los primeros latinoamericanistas consecuentes, parecía feliz, aun cuando la multitud fuera tan magra.

Vuelvo a leer tu carta (es una costumbre que me quedó del acto de subrayar los libros, así, paso a paso, no me olvido de nada importante) y me alegra no estar de acuerdo en todo, de lo contrario nuestra amistad sería sumamente aburrida. Por ejemplo, cuando decís «Soy mexicano pero pocas veces sé cómo ser alegre» no puedo menos que ponerme en la vereda de enfrente y mirarte con cierta extrañeza. Para mí los mexicano lo son, y mucho; pero tal vez primero deberíamos establecer qué es lo que cada uno de nosotros entiende por «ser alegre».

Acá cualquiera de ustedes sería el alma de la fiesta, como lo demostró mi mexicana gritando sola en medio de la avenida más importante de la ciudad. Ningún argentino se atrevería a tanto. Vamos a ver cuando Checo gane una carrera (dale tiempo, dale un voto de confianza, dale un buen auto) cómo lo celebra. No creo que llegue a la simpatía de Ricciardo, pero tampoco creo que ponga esa cara de congelador eterno como Raikkonen. Tal vez la felicidad sea eso: un camino medio entre la exaltación y la abulia (y tampoco estoy muy seguro, la frase suena bonita, pero no sé si es del todo cierta).

Che ¿Cómo manejan las cosas los periodistas allá? Acá, en dos palabras, dan asco. Son extremadamente exitistas y derrotistas; acá si no salís campeón del mundo sos un fucking loser, un maldito perdedor, un bueno para nada. Acá si subís a un ring tenés que arrancarle la cabeza al otro, de lo contrario sos un maricón; si subís a un auto tenés que sacarle una vuelta al segundo y si sos Messi tenés que meterle cuatro goles en cada tiempo a cualquiera que tengas enfrente. Así, claro, un resultado como el del otro día (1-1 frente a Islandia), sabe a derrota total. Ayer vi un banner televisivo que decía «La Selección Argentina está acabada». Ridículo a más no poder.

Y ni hablemos de los panelistas; que vendrían a ser los comentaristas deportivos de antes sólo que en versión degradada. Antes tenían que saber algo de deporte y al aire cruzaban datos, noticias o, también, comentarios y críticas. Ahora sólo vociferan como histéricas interrumpiendo a cualquiera para imponer su punto de vista, el cual, aquí en la TV Argentina es «Damos vergüenza» o titulares catastróficos iguales a ese. En síntesis, acá lo mejor es mirar el partido y después abrir una botella de vino y charlar con los amigos. En ese sentido quiero decir que te extraño un montón, Adrián; hay cosas que sólo puedo charlarlas con vos y con muy poca gente más y las charlas entre amigos es una de las pocas cosas que valen la pena.

Antes de que me olvide: me pediste que te compre un par de libros de Juan José Saer pero, en medio de todo este ir y venir en el que estoy metido se me perdió uno: La pesquisa. El que sí tengo es La vuelta completa; así que ése va en la valija sí o sí. Me disculpo de antemano, pero no quiero que te ilusiones con un paquete grande de libros.

Hace unos días te dije que iba a salir rumbo a Morelia (pasando por Chile y Perú en un derrotero algo azaroso) el día 10. Luego esa fecha fue pasando por motivos diversos al 15, 17, 18, 19 y… todavía sigo aquí. Ahora te digo que salgo el 20, pero eso tampoco es seguro. De todos modos, digamos que es el 20. Si eso no cambia voy a contarte cómo se vivió el partido Argentina – Croacia en Buenos Aires (tuve que corregir la oración anterior. Escribí «…cómo se vivió la victoria Argentina frente a Croacia…», a pesar mío brotó de manera espontánea el exitista argentino que me habita, lo quiera o no). Después… después vemos. Por ahora festejemos lo que sea.

Te mando un abrazo enorme.

Roberto

                                                                                   Mar del Plata, 19 de junio de 2018

 

Foto: Flickr / Gaby Itzel Q

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