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Carta de un mexicano postizo

Este texto forma parte de un intercambio de cartas entre el mexicano Adrián González Camargo y el argentino Roberto Jáuregui. En ellas leemos su locura por ese objeto redondo que al ser pateado pone de cabeza al mundo, sobre todo cada cuatro años. ¿Hasta dónde llegarán sus respectivas selecciones? Ya lo iremos sabiendo.

Querido Adrián:

Arranco por lo importante para nosotros: las notas de color, esas cosas tangenciales a la vida pero que le dan el tono brillante, colorido, vivaz. Por razones climáticas tuve que aplazar mi viaje a Santiago de Chile un día, así que el partido de Argentina frente a Nigeria me agarró en la ruta pero, por esas cosas tangenciales de las que te hablé antes, el mismo inicio del partido me encontró en la frontera argentino-chilena.

Me encontraba frente a la Policía de Investigaciones, apoyado en la ventanilla, respondiendo a las preguntas de rigor cuando comenzó el partido y se escuchó, desde una de las oficinas laterales, un rotundo y profundo «¡Vamos Nigeria!». Luego de ese trámite cruzamos la calle para pasar el equipaje por la aduana y allí nos encontramos con que los muchachos estaban mirando el partido en una TV de gran tamaño. Allí, en la frontera, a tres mil doscientos metros sobre el nivel del mar, rodeado de nieve y máquinas de rayos X, vi el gol de Messi y compartimos el grito callado de los argentinos, apenas una tercera parte del pasaje y tal vez menos aún. Luego seguimos viaje y me ahorré la angustia del gol nigeriano y de los minutos pasado antes de la victoria final.

Todo esto que te acabo de relatar con cierto detalle viene a cuento porque la rivalidad argentino-chilena tomó ribetes tragicómicos durante las eliminatorias. Te lo cuento porque vale la pena: llegaron a la fecha final en este orden: Chile tercero, agrandado al haber ganado las dos últimas finales frente a Argentina y ésta a punto de quedar afuera del Mundial. Comienzan los partidos y al minuto Ecuador le hace un gol a Argentina; con esto, claro está, Argentina quedaba definitivamente fuera de Rusia.

Un locutor chileno disfrutó al aire ese gol con sonoras carcajadas y terminó con un «…se quedan fuera del Mundial… (risas estentóreas)… Así quiero verlos, sometidos; así quiero verlos, de rodillas; así quiero verlos, muertos…». Con el paso de los noventa minutos, Argentina pasa a ganarle a Ecuador, Colombia empata (y entra), Chile pierde y Perú, con un agónico gol de empate, clasifica al mundial dejando afuera a… Chile. Te imaginarás la cantidad de memes (lo que hablábamos en la carta anterior) y de bromas varias que tuvieron que recibir los pobres chilenos; y ahora supongo que están desquitándose haciendo causa común con cualquiera que juegue contra Argentina. Como sea, debo ser sincero: ese grito de «¡Vamos, Nigeria!» que oí en la frontera me molestó y un poco, o bastante, del placer que me dio saber el resultado definitivo del partido, tuvo que ver con la imaginada amargura de ese oficial escondido en su oficina de las alturas.

Foto: Alex Livesey/Getty Images

 

Bueno, me extendí demasiado, pero valió la pena. Digamos que fue mi pequeño grito de gol, a destiempo y destemplado, festejando la clasificación a octavos.

(Más tarde). Iba a responder a tu última carta, pero la realidad impone sus temas y la eliminación de Alemania junto con la derrota de México es uno de ellos. ¿Ya aprendiste a agradecer en coreano? ¡Qué manito les dieron los asiáticos, Macho! Notable, che, notable. Sigamos con eso de que el fútbol es lo más importante de lo menos importante; me gusta esa simplificación porque me permite jugar, desplegar mi costado lúdico sin el menor sentimiento de culpa y eso es lo que amerita, después de todo, un mundial de fútbol (o del deporte que sea).

Mira, sin ir más lejos hoy, en Valparaíso, me topé con un conductor de trolebús que estaba tomando un café mientras esperaba su horario de salida. Nos permitió tomarnos unas fotos sentados en el asiento del conductor y hasta nos contó de los viejos trolebuses que datan de la segunda guerra mundial y que fueron construidos con desechos de guerra. La conversación, como imaginarás (y no me preguntes cómo), derivó en el fútbol y ese buen hombre se convirtió en una máquina de odio. Colombia y Perú fueron sus primeros blancos, ya que «se habían confabulado para dejar a Chile afuera» (y algo de razón tenía, si somos sinceros); también Argentina fue blanco de su modesto placer destructivo y, no contento con sus enemigos habituales, siguió con Uruguay y México, a quienes vaticinó rotundas derrotas inmediatas. Bueno, este hombre confunde el árbol, el bosque y la pulpa de papel; confunde la Segunda Guerra Mundial con un campeonato mundial de fútbol y confunde un encuentro deportivo en una cuestión de nacionalismo. El pobre no pegaba una. Yo, por las dudas, me hice pasar por mexicano, nacionalidad que parecía ser de las menos propensas a la furia nativa. Ése es el problema de tomar las cosas demasiado en serio y esto me lleva a tu últimas carta, la cual responderé en la próxima mía porque en esta ya me extendí demasiado y no quiero cansarte.

Te pido disculpas por lo monótono de mi carta, debe ser el ambiente, gris y sombrío la mayor parte del tiempo, o tal vez por alguna otra razón que me es imposible determinar, pero estos días han sido de poco vuelo creativo.

Te mando un fuerte abrazo y mañana mismo tendrás otra carta en tu buzón.

Roberto.

Santiago de Chile, 28 de junio de 2018

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