Por Armando Casimiro Guzmán
Las carreras de autos Fórmula 1 no cuentan en la actualidad con una base de seguidores que las hagan aparecer como uno de los deportes más populares de nuestro país. Las cosas eran diferentes a finales de los años ochenta, cuando millones de personas podíamos seguir en vivo la transmisión de las carreras por la televisión abierta. No soy muy afecto a esta actividad elitista y altamente politizada, sin embargo, por aquellas fechas era muy difícil escapar al encanto que generaba el enfrentamiento (en las pistas y fuera de ellas) entre los más grandes pilotos de la época: el francés Alain Prost y el brasileño Ayrton Senna.
Y es precisamente el carismático piloto carioca el objetivo del documental Senna (Senna, 2010), realizado por el irregular Asif Kapadia, director británico elegido para llevar a la pantalla los triunfos y fracasos del astro brasileño. Kapadia (quien tiene apenas un par de cintas mediocres en su haber) parece haberse sacado la lotería, por tener la oportunidad de contar la historia de un personaje tan carismático e interesante.
Ayrton Senna pertenecía a una familia adinerada por lo que (según relata su propia madre en el documental), no fue un problema que desde pequeño participara en toda clase de competencias. Fue hasta mediados de los años ochenta que hizo su debut en la Fórmula 1. A partir de ahí, Senna nos muestra el ascenso del piloto: sus primeros triunfos, su enfrentamiento con Jean-Marie Balestre, la máxima autoridad de la FIA (Federación Internacional de Automovilismo), su creciente fama (muestra su aparición en numerosos y ridículos shows televisivos), su carácter irascible y su legendaria enemistad personal con Alain Prost. Mientras irremediablemente nos acerca a su trágica muerte ocurrida en 1994, por cierto, en lo que ha sido último accidente mortal ocurrido en un circuito de la F1.
A Senna (el documental), se le acusa entre otras cosas de ser un mero artificio publicitario para atraer fondos a la fundación altruista que lleva el nombre del piloto. También se le acusa de ser tendencioso y poco objetivo, cosa casi imposible de lograr con un personaje de esa magnitud. Aunque sí hay un par de cosas que pudieron ser mejores: la primera es la ausencia de imágenes de familiares, compañeros, pilotos, managers y mecánicos, de quienes únicamente escuchamos sus voces pero nunca los vemos a cuadro, hubiera resultado interesante verlos, conocer sus rostros y sus expresiones. Por otra parte, resulta completamente innecesaria la sugerencia de una relación amorosa entre Senna y la presentadora de televisión Xuxa.
Aunque existe una versión de tres horas de este trabajo, fue una decisión acertada exhibirla en nuestro país en una edición que dura poco más de 100 minutos, por lo que mantiene el interés de los espectadores en la vertiginosa carrera de ascenso y caída del ídolo. Kapadia tiene el mérito de haber hecho una buena selección del abundante material que estuvo a su disposición, de tal manera que logra presentarnos un personaje fascinante y complejo, lo que lo vuelve entretenido incluso para quienes no entendemos nada de los vericuetos y complejidades técnicas de la Fórmula 1.
No pude evitar sentir cierta extrañeza al escuchar los comentarios positivos de algunas personas de prensa al salir de la presentación en el FICM de Pastorela (2011), segundo largometraje del mexicano Emilio Portes Castro, a quien ya conocíamos previamente por ese extraño intento de comedia Conozca la cabeza de Juan Pérez (2008), que fuera de un par de escenas divertidas sacadas a flote por Silverio Palacios, no tiene mucho para rescatar.
Bueno, ¿y de qué va Pastorela? Un policía judicial vive obsesionado con su papel de Diablo en la tradicional obra navideña del barrio. Pero este año, por las circunstancias más inverosímiles, le quitan el papel para dárselo a su compadre, otro asiduo a la mentada representación. A partir de ese momento la película se pierde en una vorágine de estupideces, que más que risa, provocan incredulidad y aburrimiento: autos y armas al más puro estilo James Bond, zombis mal maquillados, un montón de judiciales de traje y lentes oscuros, el infaltable complot político y un deplorable e innecesario número musical en el Penal de Santa Marta, que si no se toman las precauciones necesarias, puede resultar un vomitivo seguro.
Desgraciadamente el reparto hace juego con la propuesta de Emilio Portes: Joaquín Cosío (actuando como una caricatura de él mismo) vestido todo el tiempo de arcángel Gabriel, Lalo España enfundado en una pijama roja que pretende ser disfraz de Diablo, Ana Serradilla en un nefasto papel de monja lujuriosa, Carlos Cobos en su enésima representación de un cura imbécil, no podía faltar Eduardo Manzano “El Polivoz” haciendo gala de senilidad… ah, y casi olvido la actuación casi amateur de la chica que hace de la hija del judicial.
No es que uno sea amargado, pero a estas alturas ya no resulta provocador ver a un cura teniendo sexo con una monja (y para colmo muere en el acto) y los chistes sobre el presidente ya son cosa de todos los días. “No se pretende ofender a nadie con la película”, decía cándidamente Ana Serradilla, sin embargo, da la impresión de que Pastorela pretendía ser una sátira de ciertos temas políticos y religiosos, envuelta en un ambiente de comedia descabellada. No lo logra: al final no es polémica ni divertida.
Claro ejemplo de un cine que ya no debería hacerse, Pastorela alimentará en los próximos meses los cestos de basura. Desatino solo comparable en su estupidez al bodrio Los pajarracos (Héctor Hernández, 2006) y que solo nos deja una duda: ¿Cómo diablos consiguió Emilio Portes el financiamiento para semejante despropósito?
Casi dos meses después de haber sido presentada en el FICM, llegó a las carteleras el elaborado thriller Al filo de la mentira (The debt, 2011) sexto largometraje del británico John Madden, de quien previamente hemos visto cintas correctas pero intrascendentes como La mandolina del capitán Corelli (Captain Corelli’s mandolin, 2001) y Shakesperare enamorado (Shakespeare in love, 1998).
Al filo de la mentira es un remake de una cinta israelí llamada Ha hov, filmada apenas en el 2007. Como suele suceder en el cine norteamericano, se aprovechan de que la primera versión es prácticamente desconocida para la mayoría de los espectadores para presentarla como algo novedoso, aunque por su factura y temática se encuentra más emparentada con Munich (2005) de Steven Spielberg.
Un trío de agentes del Mossad (servicio secreto israelí creado después de la Segunda Guerra Mundial para la captura y enjuiciamiento de criminales de guerra nazis), que en los años sesenta realizaron la captura de Dieter Vogel, doctor nazi conocido como “el cirujano de Birkenau”, por sus crueles experimentos realizados con seres humanos; recuerdan la misión que llevaron a cabo treinta años antes en Berlín: secuestrar al médico para llevarlo a Israel y juzgarlo por su participación en la muerte de miles de personas.
La historia se desarrolla de forma paralela en dos épocas distintas, por un lado los jóvenes agentes llevan a cabo su fallida misión, al tiempo que se ven envueltos en un endeble triángulo amoroso. Por otra parte, los mismos personajes divorciados, resentidos y ancianos, a duras penas soportan el remordimiento por lo sucedido treinta años atrás.
El reparto es abundante y cumplidor, destacan Jessica Chastain (a quien hemos visto mucho últimamente), Sam Worthington (quien sigue buscando papeles interesantes) y Helen Mirren (como la avejentada agente del Mossad). Hay que resaltar también el notable diseño de producción y una banda sonora que va muy a modo con la película.
Sin embargo, da la impresión que las imágenes no sostienen al guión, porque el libreto parece proponer algo más profundo que un emocionante thriller. Y no sólo eso, resultan inverosímiles de los poderes casi sobrehumanos del “cirujano de Birkenau”, y desafortunadamente la obra de Madden se decanta por un desenlace un tanto complaciente en un más que largo y prescindible final en Ucrania.
La lección que nos queda es que existen dos verdades: la real y la histórica. Al filo de la mentira, intenta mostrar las dos caras de la moneda, pero no arriesga y se mueve en los terrenos de la estricta corrección. Al final solo entretiene, no está mal, pero pudo ser mucho mejor.