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CARTELERA RETROSPECTIVA

Por Armando Casimiro Guzmán

Con algunos meses de retraso llegó por fin a nuestra ciudad el segundo largometraje del actor y director norteamericano Tate Taylor, con el peculiar título de Historias cruzadas (The help, 2011), que extrañamente se distribuyó en nuestro país con un número relativamente bajo de copias, si tomamos en cuenta que estuvo nominada a los premios Oscar en varias categorías y que ha sido todo un éxito en taquilla en los Estados Unidos (ha recaudado poco más de 170 millones de dólares, cinco veces más de lo que costó).

Basada en la novela The help de la escritora Kathryn Stockett (quien como dato de trivia, es amiga de la infancia del director y según cuenta, su historia fue rechazada sesenta veces antes de que una editorial decidiera publicarla), Historias cruzadas (que en otros países de Latinoamérica se distribuyó con el más atinado título de Criadas y señoras), cuenta la peculiar relación que existía entre las empleadas domésticas de raza negra y las blancas damas sureñas (específicamente del estado de Misisipí) en los años del Movimiento por los Derechos Civiles encabezado por Marthin Luther King. Es en este contexto que la protagonista decide escribir un libro detallando el punto de vista de las sirvientas afroamericanas sobre las familias blancas para las cuales trabajaban.

La película de Tate Taylor comprende una amplia selección de los estereotipos femeninos norteamericanos del sur estadounidense de la década de los sesenta: la cruel, racista y adinerada Hilly (Bryce Dallas Howard), la chica moderna recién graduada de la universidad y que vuelve a su ciudad natal Skeeter (Emma Stone), la madre que busca a toda costa que su hija se una en matrimonio (Allison Janney), la rubia estúpida (Jessica Chastain) y por último, las empleadas domésticas negras (Viola Davis y Octavia Spencer), excelentes cocineras y de buen sentido del humor. Debemos mencionar que los personajes masculinos son prácticamente inexistentes pero ni falta que hacen.

Historias cruzadas es un filme que no ofrece mayores dificultades al espectador, cuenta con un gran trabajo de ambientación, así como una fotografía colorida y luminosa. A esto debemos sumarle un reparto interesante, incluso para los personajes secundarios y un guion complejo pero muy entretenido. Relata con pasmosa naturalidad la vida habitual de las familias blancas adineradas que dejaban que sus hijos fueran criados por una nana negra pero no podían compartir el inodoro con sus empleadas.

Y es precisamente la escatología una característica del filme: el derecho al uso del inodoro, en cómo los niños aprendían a utilizarlo y un pastel de mierda, rondan por toda la película. Extraño pero así es. Y aunque suene relativamente original, lo cierto es que la singular venganza de las empleadas domésticas es uno de los puntos más débiles de la historia. Otra cosa que no termina de funcionar es la fugaz inclusión de un pretendiente para la protagonista, es tan insulso el personaje que bien pudo haberse eliminado para restarle algo a las casi dos horas y media de duración, que si lo vemos en retrospectiva, es excesiva.

Cada año el cine norteamericano lanza películas que hablan de racismo y de las contradicciones de la sociedad sureña de mediados del siglo pasado. El hecho de que se sigan tocando este tipo de temas nos indica que aún queda mucho trabajo por hacer en ese sentido. Incluso numerosas asociaciones afroamericanas han acusado a la obra Stockett de estereotipar el papel de las sirvientas de raza negra y de soslayar abusos de los patrones blancos. Definitivamente Historias cruzadas no es la mejor película sobre el tema, está fabricada descaradamente para agradar al público, es una cinta demasiado blanda y educada, pero al menos hace pasar un buen rato y eso ya es ganancia.


Una fallida combinación de elementos nos ofrece el segundo largometraje de la cineasta inglesa Phillyda Lloyd, La dama de hierro (The iron lady, 2011), que recién hace unas semanas resultó ganadora en la entrega de los premios de la Academia en la categoría de Mejor Actriz Femenina, gracias al desempeño de la veterana y multipremiada Meryl Streep.

Lloyd, quien es conocida por su gran experiencia en teatro y que recién incursionó en el cine en el año 2008 con la comedia musical Mamma mia! (Mamma mia!, 2008), una empalagosa recopilación de éxitos de ABBA, y que, por si fuera poco, es la adaptación de la obra de teatro del mismo nombre. Nunca pude verla completa.

La dama de hierro es un vistazo a Margaret Thatcher en el otoño de su existencia (la mujer aun vive, tendrá unos 86 años en este momento), quien fue durante muchos años (específicamente de 1979 a 1990) una de las mujeres más importantes de la geopolítica mundial, debido a su posición como Primera Ministra del Reino Unido (de hecho el apodo de “la dama de hierro” se le atribuye a un político ruso de los años de la Guerra Fría). La película nos muestra a una Margaret Thatcher anciana y casi senil, encerrada en su casa de Londres, que rememora los episodios más importantes de su vida política acompañada por el fantasma de su difunto esposo. Si, así como se lee.

Thatcher, una conservadora recalcitrante, llegó al poder en una época en que la política era un tema casi exclusivamente masculino. Durante su gobierno debió enfrentar una serie de problemas internos y externos de las cuales no siempre salió bien librada: la crisis económica de finales de los setenta, la Guerra de las Malvinas (o Falkland según el punto de vista de quien lo mire), los atentados terroristas del Ejército Republicano Irlandés, etc. Todo este entorno social fue el caldo de cultivo de una serie de expresiones artísticas netamente británicas entre las que sobresale el movimiento punk. De hecho varias bandas británicas de la época le dedicaron irónicos temas a la Primera Ministra, entre ellos podemos destacar Margaret on the guillotine de Morrisey. Desafortunadamente nada de esto nos muestra la obra de Lloyd. En cambio, nos restriega una y otra vez los episodios domésticos que vivió la protagonista al lado de Denis, su fallecido esposo.

La dama de hierro no ha tenido un buen recibimiento en la crítica, ni siquiera en la propia Gran Bretaña, a pesar de lo cual ha recaudado una buena suma de dinero sobre todo en los Estados Unidos. Mucho se hablaba de que lo único que salvaba al filme era la actuación de Meryl Streep, pero ni eso. Las cosas están mal desde el momento que el guion es demasiado irregular y retoma al personaje en la etapa menos interesante de su vida. Si a esto le sumamos que Margaret Thatcher es una figura naturalmente antipática, con la cual resulta muy difícil identificarse, tenemos todos los elementos de una película que definitivamente debe evitarse.


Gran expectativa generó la adaptación de Los juegos del hambre (The hunger games, 2012), primera parte de una trilogía escrita por Suzanne Collins y que ha sido llevada a la pantalla grande por el estadounidense Gary Ross, quien entre sus antecedentes cuenta con: Pleasantville (1998) y Seabiscuit (2003).

De entrada habría que decir que las novelas de Suzanne Collins (completan la trilogía los libros En llamas y Sinsajo que pronto comenzarán a rodarse), están enmarcadas dentro de la dudosa categoría de “literatura adulto-juvenil”, lo que ya de por sí determina ciertos aspectos a la hora de trasladarlas al lenguaje cinematográfico. La historia se sitúa en la nación de Panem en un tiempo indeterminado, ahí encontramos un estado totalitario y varios sectores oprimidos de la sociedad en espera de un líder que venga a redimirlos. Dos jóvenes (chico y chica), de cada uno de los sectores rebeldes son elegidos cada año para representar a su comunidad en los llamados “Juegos del hambre”, un reality show que hace honor a la máxima romana y ofrece “pan y circo” al atribulado pueblo (como puede verse el nombre de la nación imaginaria se toma de la antigua alocución latina Panem et circus).

Lo que se supone peculiar del caso es que los elegidos deberán matarse unos a otros hasta que quede en pie un solo vencedor, aunque claro, es un programa de televisión y las reglas se modifican a discreción. No hace falta decir que la protagonista ganará el concurso y al final deberá decidirse entre dos galanes: Peeta, el chico que luchó a su lado en el concurso y Gale, el enamorado que se quedó esperándola en casa. Cualquier semejanza con otro insufrible melodrama adolescente no es mera coincidencia.

Jennifer Lawrence interpreta a la heroína Katniss Everdeen y luce demasiado artificial con un tinte de cabello castaño oscuro, Josh Hutcherson a quien conocíamos de innombrables cintas infantiles, interpreta a Peeta (unos de los galanes) y luce un chillante tono rubio. Completan el reparto Liam Hemsworth como Gale (el otro galán, quien tendrá más participación en las siguientes películas), Lenny Kravitz (hace mucho tiempo que ya lo perdimos) y Woody Harrelson, quien como Abernathy, hace el único papel decente de toda la obra.

Mientras escribía esto, pensaba en rescatar algo positivo de Los juegos del hambre, algo que me animara a ver la conclusión de la serie, pero no hay mucho que decir: la duración es excesiva, la historia es predecible y aburrida, se abusa del recurso de filmar con cámara inestable, los efectos especiales denotan pobreza (imaginativa y monetaria), los peinados son ridículos y por último, su forzado triángulo amoroso descaradamente intenta complacer a un sensiblero público adolescente.

Los juegos del hambre exige muy poco al espectador, lo que pudo ser una mediocre historia de ciencia ficción que rescate los valores de la individualidad frente a las corporaciones totalitarias, se decanta a una cursi historia de amor en formato de reality. No se entiende cómo algunas personas acusaban a la obra de Collins de ser sexualmente explícita y violenta, porque ni eso tiene (al menos la versión para cine). La película de Gary Ross parece una mezcla entre The running man (1987) con Battle Royale (2000), ambos filmes de medianos alcances, que sin embargo resultan mejores que la cinta que nos ocupa.

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