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CARTELERA RETROSPECTIVA

CARTELERA RETROSPECTIVA

Por Armando Casimiro Guzmán

Cuando hace algunos meses se anunció que Oliver Stone estaba filmando una película cuyo tema era el tráfico de drogas, pensé que tal vez podía ser interesante. El trabajo en cuestión es Salvajes (Savages, 2012), unos días antes de su estreno el periodista Jorge Fernández Menéndez la describía en su columna como “una mezcla mejor lograda entre Tráfico (Traffic, 2000) y Asesinos por naturaleza (Natural born killers, 1994), al menos dejaba lugar para la duda, habría que verla.

Salvajes está basada en la obra homónima del escritor neoyorquino Don Winslow (editada en español con el mismo nombre), quien es conocido por sus novelas de crimen y misterio, además debemos apuntar que coescribió el guion de la película.

La historia transcurre en California, los protagonistas, el caritativo y pacifista Ben, junto a su amigo el violento ex militar Chon, dirigen una lucrativa compañía de producción y distribución de marihuana de altísima calidad. Los chicos no solo comparten los negocios sino el amor de una rubia llamada O, en una especie de idílico triángulo amoroso. Las cosas se complican cuando el llamado “Cartel de Baja” quiere tomar una parte del pastel, lo que altera una compleja red de corrupción y violencia de la que tratarán de salir con vida los tres amigos.

El filme incluye un reparto grande pero relativamente modesto y desigual. Mientras que Aaron Johnson está bien en su papel como el idealista y soñador Ben, Taylor Kitsch y Blake Lively lucen acartonados y sus personajes están menos desarrollados. En el caso de los latinos ninguno sale bien librado, ni Demián Bichir como abogado de traje y botas, ni Joaquín Cosío en su enésimo papel de narcotraficante y mucho menos Salma Hayek como la sentimentaloide jefa de un cartel de la droga. La excepción es Benicio del Toro en un casi cómico papel de sicario de alta jerarquía.

Salvajes cumple como una obra de entretenimiento puro, tiene buen ritmo, es emocionante y se puede seguir sin dificultad de principio a fin. El problema aquí es que uno esperaría de alguien como Oliver Stone (al menos el que filmaba hace unos 20 años) un tratamiento más serio del tema de las drogas. Salvo escuetas menciones sobre la legalización de la marihuana y las elecciones en México, el tema queda relegado como un simple decorado de la relación de los tres personajes principales.

Tampoco ayudan mucho los narco videos de matanzas y secuestros que lucen completamente irreales por decir lo menos. La caricaturización de los narcos mexicanos está muy lejos de la paranoia aséptica y realista de otros trabajos (por ejemplo, la mexicana Miss Bala), lo peor de todo es la inefable idea de agregar un final feliz, completamente innecesario y superpuesto, como una especie de apéndice inútil, tal vez forzado por los productores

Seguramente para los más jóvenes Oliver Stone sea cuando mucho un director mediocre, sobre todo si recordamos que viene arrastrando desde hace varios años una lista de largometrajes francamente malos: Wall Street 2 (Wall Street: Money never sleeps, 2010), Las torres gemelas (World Trade Center, 2006) y Alejandro Magno (Alexander, 2004) son prueba de ello. Quizás su última gran película es la mencionada Asesinos por naturaleza del ya lejano 1994. Han pasado varios años desde entonces, tal vez sea el momento de retirarse.

Existen varias versiones cinematográficas de la vida de Marilyn Monroe, la más reciente es la coproducción británico estadounidense Mi semana con Marilyn (My week with Marylin, 2011), dirigida por Simon Curtis, que debuta en la pantalla grande aunque ya cuenta con una larga carrera en la televisión del Reino Unido.

Mi semana con Marilyn está inspirada en dos diarios escritos por el director y guionista Colin Clark: The prince, the showgirl and me y My week with Marilyn (ambos aún sin editarse en español). En ellos el autor hace un recuento del problemático rodaje de la película El príncipe y la corista (The prince and the showgirl, 1957), en donde él era un joven asistente de dirección (o mejor dicho, mandadero), que por azares del destino le tocó interactuar de manera directa con la súper estrella del momento: Marilyn Monroe.

Es muy complicado constatar la objetividad de Colin Clark en sus propios diarios (se menciona que durante la filmación Marilyn tuvo muchos amoríos y es difícil que el joven asistente de dirección haya dejado una impresión duradera en ella), por lo que hay que considerar que buena parte de lo que ahí se relata no sea más que ficción. Al margen de esto Marilyn que vemos en la película de Curtis es muy parecida a lo que hemos visto en versiones cinematográficas anteriores: una chica confundida, con baja autoestima, totalmente farmacodependiente y descuidada pero con un talento nato para la actuación. Justo en esa época vivía con el escritor Arthur Miller, su esposo en turno, quien por esas fechas ya estaba harto de los desplantes de su cónyuge.

El príncipe y la corista fue actuada y dirigida por Laurence Olivier, un maduro actor de teatro que había incursionado con éxito en el cine. Ilusamente creyó que interactuar en la pantalla con la estrella más glamorosa de Hollywood se traduciría en un impulso para las carreras de ambos. Sin embargo, los retrasos, exigencias y las caprichosas actitudes de la diva estadounidense crearon tanta tensión en el estudio que los protagonistas evitaban dirigirse la palabra. Lo peor de todo es que la película ni siquiera resultó el éxito que todos esperaban.

Mi semana con Marilyn no intenta trazar un análisis profundo de la vida de la diva californiana aunque tiene la virtud de concentrarse en un corto e intenso periodo de su vida, justo antes de su divorcio de Arthur Miller y de la filmación de lo que sería su mayor éxito en taquilla: Una Eva y dos Adanes (Some like it hot, 1959). Por otra parte ese exceso de ligereza casi en tono de comedia la vuelve una obra un tanto vacía, acaso digna de verse por la notable interpretación de Michelle Williams.

 

La estancia europea de Woody Allen ha tenido resultados un tanto irregulares, por una parte encontramos a un cineasta revitalizado con películas como Match point (Match point, 2005) o Medianoche en París (Midnight in Paris, 2012), que contrastan con filmes medianos como Vicky Cristina Barcelona (Vicky Cristina Barcelona, 2008) o Scoop (Scoop, 2006). Siguiendo con su recorrido por las ciudades más importantes de Europa, el director neoyorquino recaló ahora en la capital italiana con su más reciente largometraje Desde Roma con amor (To Rome with love, 2012).  

El nuevo filme de Woody Allen está instalado dentro de las comedias ligeras del autor, en donde mezcla muchos personajes sin dotarlos de mucha profundidad, buscando salir adelante con diálogos ingeniosos así como situaciones cómicas y disparatadas. Parece ser que después de haber filmado en Londres, París y Barcelona, Roma parecía el siguiente paso en este tour. Debido su historia, costumbres y arquitectura la capital italiana es uno de los sitios que más atraen el turismo norteamericano lo que la convierte en un lugar atractivo para armar un proyecto de habla inglesa.

De Roma con amor cuenta cuatro historias independientes: la pareja de recién casados que vive su luna de miel, el ciudadano promedio que se vuelve famoso de un día para otro, el triángulo amoroso al que se ve expuesto un joven estudiante de arquitectura y el hombre que descubre que tiene una gran voz solo mientras está en la ducha. Las situaciones van de lo común a lo tremendamente estrafalario, algo que llega al límite cuando uno de los protagonistas termina ejecutando una ópera en un importante teatro romano mientras se enjabona.

En esta cinta Woody Allen vuelve a interpretarse a sí mismo, como el neoyorquino obsesivo y neurótico, un papel que no había tomado desde hace seis años cuando presentó Scoop. Fuera de Penélope Cruz (muy divertida en su papel de prostituta) y del italiano Roberto Benigni (un tanto insufrible), el resto del elenco son actores jóvenes que salen bien librados de esta enmarañada comedia.

Fuera de algunas situaciones realmente divertidas el resto de la película pasa sin pena ni gloria: algunas situaciones no solamente son inverosímiles sino que rayan en lo ridículo y los diálogos no son del nivel al que nos tiene acostumbrados el director neoyorquino.

Se nota el desgaste de un cineasta obsesionado con el trabajo que insiste en filmar una película por año, quizás si se tomara más tiempo para montar cada uno de sus proyectos tendríamos mejores obras aunque más espaciadas. Bien dicen que una cinta mediana de Woody Allen es mucho mejor que el promedio de lo que se exhibe en cartelera, pero aun así De Roma con amor podría considerarse uno de sus trabajos menores, muy menores.

 

Cerrando oficialmente la temporada de estrenos de verano llegó la tercera entrega del hombre murciélago, Batman, el caballero de la noche asciende (The dark night rises, 2012), del británico Christopher Nolan. Y aunque por un momento el lamentable atentado que vivió en su estreno en un cine de los Estados Unidos parecía menguar sus ingresos, la cinta superó en apenas unos días sus costos de producción, colocándola como el filme veraniego que más ha recaudado hasta el momento.

Entre las novedades que se prometieron a los fanáticos de la serie, aparece Anne Hathaway como Gatúbela o Catwoman (aunque en ningún momento se le llama así en el filme), así como la aparición del villano Bane, encarnado por un irreconocible Tom Hardy (que es conocido sobre todo en el mundo de las películas de acción). La mítica Ciudad Gótica es sitiada por una horda de mercenarios, desempleados y resentidos (muy acorde con los tiempos que vivimos), por si fuera poco es amenazada (de manera no muy original) con la activación de una bomba nuclear, que sobra decirlo, incluye un reloj digital en cuenta regresiva.

Al director Christopher Nolan parece gustarle ir a lo seguro así que recurrió a buena parte del elenco que pudimos ver en su extraordinario trabajo previo, El origen (Inception, 2010): Michael Caine (como el mayordomo Alfred), Joseph Gordon-Levitt (el oficial de policía Blake), la francesa Marion Cotillard y el propio Tom Hardy, forman parte de este nuevo proyecto.

Batman, el caballero de la noche asciende tiene todos los elementos para dejar satisfechos a los seguidores asiduos: contiene algunas secuencias de acción impresionantes y a pesar de la complejidad que representan las historias contenidas en la trilogía, logra conjuntarlas de manera coherente en este último trabajo, dándose el lujo de haber dejado algunos cabos sueltos abriendo la posibilidad de darle continuidad a las andanzas del paladín encapuchado. Aunque hay que aclararlo, el propio Christopher Nolan ha declarado una y otra vez que no dirigirá una nueva película de Batman.

Hay que resaltar que los aspectos negativos de Batman, el caballero de la noche asciende no son culpa del director británico, que ha demostrado de sobra su talento, sino de las reglas tácitas del cine de súper héroes. Dichas normas incluyen montones de secuencias de acción espectaculares pero sin sentido, villanos que quieren destruir a la humanidad por motivos indefinidos y mediante métodos inverosímiles o de plano estúpidos, personajes que están dispuestos a dar su vida por una sociedad que los rechaza y por último, después de tantas peleas, destrucción y muerte la inclusión de un impostado final feliz.

Christopher Nolan es un gran cineasta, a pesar de los fallos que se le puedan encontrar a la trilogía, marca distancia respecto a otros trabajos de esta índole. Batman, el caballero de la noche asciende, así como sus predecesoras, pasarán a la historia como lo más decente de un género que ha marcado sus propias limitantes debido a sus peculiares características. No extraña que Nolan haya decidido nunca más volver a filmar una película del hombre murciélago, parece que ya no hay nada más que decir.

 

 

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