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Cartelera Retrospectiva

Por Armando Casimiro Guzmán

“Todos tenemos una roca que siempre ha estado esperando por nosotros”, la frase sintetiza  muy bien el contenido de la película y literalmente le costó parte del brazo al alpinista aficionado Aron Ralston, allá por el 2003 en las montañas de Utah.

127 horas (127 Hours, 2010) es el nuevo trabajo de Danny Boyle, cuya carrera ha resultado irregular, desde la estupenda Tumba al ras de la tierra (Shallow grave, 1994) y la clásica de culto Trainspotting (Trainspotting, 1996) el realizador británico pasó varios años en el limbo cinematográfico, para volver a los primeros planos hace un par de años con el éxito taquillero Quisiera ser millonario (Slumdog millionaire, 2008). El filme está basado en el libro del propio Raslton (Between a rock and a hard place), en donde narra como pasa los casi cinco días del título tratando de librarse de una roca que le tiene atrapado el brazo, en un lugar inhóspito, alejado por completo de la civilización y sin haber dicho a nadie a donde se dirigía.

A Boyle le tomó varios años junto con el guionista Simon Beaufoy convertir la peculiar anécdota del escalador en un largometraje. El guión intenta en todo momento sacar el mayor provecho de la situación: un solo personaje atrapado en un espacio reducido. Así que se las ingeniaron para rodar poco más de hora y media, incrustando divisiones de pantalla, tomas amplias, recuerdos y alucinaciones del protagonista para convertir lo que pudo ser una cruda película de supervivencia en un producto cuyo resultado, es ante todo, entretenido.

Pecando de simplistas podríamos decir que 127 horas es una mezcla entre Camino salvaje (Into the wild, 2007) y Sepultado (Buried, 2010), solo por mencionar dos referentes inmediatos. Sin llegar a la profundidad de la primera pero sin caer del todo en el efectismo tramposo de la segunda, el balance final de la nueva película de Danny Boyle es positivo, gracias en buena medida, al trabajo de James Franco, quien brinda una actuación destacada y creíble, que oscila entre lo dramático y lo divertido.

Pero no todo es miel sobre hojuelas, el ritmo de videoclip de la película por momentos es un tanto agotador y al final, no deja de ser una de esas historias de superación que resultan tan gratas al cine de Hollywood. También es muy posible que muchos ya conozcan cómo termina la cosa, incluso para quienes no tengan ninguna idea previa antes de verla, será relativamente sencillo adivinar el desenlace.

Sin embargo, vale la pena ver 127 horas, es entretenida, vertiginosa y cuenta con los suficientes toques de crudeza y humor para hacerla disfrutable. Como plus, tiene un muy buen soundtrack, que incluye esa pequeña joya de Plastic Bertrand: Ça plane pour moi.

Para empezar: ¿qué es Millenium? Es una serie de tres libros del escritor y periodista noruego Stieg Larsson, quien no vivió para ver editado ni siquiera el primer tomo de su trilogía. Esto debido a que llevó durante toda su existencia unos hábitos un tanto peculiares y nocivos, por lo cual murió sin enterarse del éxito comercial que tendría su obra.

La saga de Larsson gira en torno a la extraña relación entre dos personajes: el carismático periodista Mikael Blomkvist y la retraída hacker Lisbeth Salander, quienes se ven envueltos en toda clase de intrigas gracias al periodismo de investigación que se hace en la incómoda revista Millenium. Hasta ahí la verdad es que la historia no parece nada del otro mundo y de ninguna manera explica cómo pudo ser tan exitosa. Pero más allá de los juicios sobre la calidad literaria de la trilogía, lo que no se puede negar es que son novelas muy entretenidas que giran en torno a personajes interesantes y muy bien definidos.

Los tres libros que integran el paquete son: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire. Las tres partes ya han sido adaptadas al cine y se han estado estrenando con diferencia de meses en las salas de nuestro país. La primera de ellas fue dirigida por Niels Arden Oplev y las dos restantes por el sueco Daniel Alfredson (que, como dato de trivia es hermano de Tomas Alfredson, autor de esa joyita que es Déjame entrar).

La primera entrega Los hombres que no amaban a las mujeres (Män som hatar kvinnor, 2009) resultó un thriller convencional, pero con un tono oscuro y violento que lo hacía particularmente atractivo. En tanto que para La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Flickon som lekte med elden, 2009), cambiaron de director y el resultado fue notablemente inferior. Y es que para adaptar la voluminosa y enredada novela de Larsson se requería hacer una reelaboración completa del texto, así como una simplificación efectiva de varias de las acciones. Sin embargo, en esta segunda parte, la acumulación de elementos es tal, que seguramente resultará excesiva no sólo para quienes no han leído la novela sino también para aquellos que ya lo hemos hecho.

En La chica que soñaba… encontramos que se vuelven a unir los destinos de los protagonistas: Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander. A la hacker se le acusa de un triple asesinato mientras que el periodista se encuentra a la caza de una red de tráfico de personas. Todo esto intenta condensarse en dos horas de película, mientras el director Daniel Alfredson intenta seguir las reglas del género y al mismo tiempo entretener, sin conseguirlo del todo.

Debemos decir que no es una cinta totalmente lamentable, pero definitivamente el resultado pudo ser mucho mejor. En todo caso, quizás el mayor acierto de la obra de Larsson, radica en poner en duda el funcionamiento supuestamente perfecto de la sociedad sueca y su machismo subyacente.

La distribución en nuestro país de La chica que soñaba… ha sido más bien discreta, con muy poca publicidad y copias, pero si la tercera parte es igual de mediana, es mejor que así siga. De cualquier forma, es probable que las distribuidoras le den prioridad a la versión hollywoodense que ya se cocina por estos días y que está a cargo nada menos que de David Fincher. Habrá que ver que hace el cineasta norteamericano con este material, que pretende llegar a las pantallas para fines de este 2011.

Historias de encuentros y desencuentros de parejas hay muchas, sin embargo, en Triste San Valentín (Blue Valentine, 2010), se respira un aire diferente, quizás sea su estilo de película independiente o esa cercanía opresiva con la que el director Derek Cianfrance filma a sus personajes.

Al principio, mis expectativas no eran muy altas, ya que no conocía nada previo del director. Si bien la película estuvo haciendo ruido en algunos circuitos independientes al mismo tiempo estuvo nominada en los premios Oscar y eso casi nunca es alentador, pero hay que reconocer que al final resultó una grata sorpresa.

Triste San Valentín narra de manera entrecortada la historia de una pareja, el amor perdido y recuperado… y vuelto a perder. El drama tiene todos los ingredientes de la cotidianidad: la rutina, el tedio, el egoísmo, los sueños truncados, la llegada de los hijos y la sombra de los ex novios. Un referente cercano, sin duda sería la estupenda 5×2 (Cinq fois deux,2004) del francés François Ozon. Aunque el estilo narrativo y la intensidad de la cinta de Ozon son superiores, lo cierto es que el director Derek Cianfrance no lo hace nada mal.

Mientras que 5×2 transcurre en riguroso orden inverso, en Triste San Valentín se intercalan escenas del rompimiento con las del inicio de la relación. No veremos violencia física ni tampoco encontraremos malos y buenos en la relación, más bien brillará la falacia del amor y descubriremos lo fácil que es dejarse llevar por él, sin cuestionar de inicio el resto de los factores que al final definirán el futuro de una relación.

Sin duda, hay que destacar el trabajo de la pareja de actores Michelle Williams y Ryan Gosling, quienes hacen una buena mancuerna e incluso, una gran parte de las escenas fueron resultado de rigurosos ejercicios de improvisación que son capturados fielmente por la cámara.

Triste San Valentín es una película sobre el amor, más no romántica, con cierta crudeza realiza la disección de una relación y su destrucción día con día. Es un drama sombrío pero a la vez inspirador, porque celebra la realidad en vez de caer en la cursilería fácil. Si a esto le sumamos una extraordinaria banda sonora a cargo de Grizzly Bear, el resultado es un buen antídoto contra las abundantes comedias románticas y los culebrones televisivos.

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