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CARTELERA RETROSPECTIVA

Por Armando Casimiro Guzmán

 

Una de las películas que recibió mayor cantidad de recomendaciones de boca en boca a finales del año pasado fue Las ventajas de ser invisible (The perks of being a wallflower, 2012), cinta de corte independiente que significó el debut en la dirección del guionista para televisión Stephen Chbosky y que, pese a todo, nunca logró un repunte importante en la taquilla norteamericana.

Las ventajas de ser invisible está basada en la novela homónima (editada en español por Alfaguara), del norteamericano Stephen Chbosky quien adaptó y dirigió su propia obra para ser mostrada en la pantalla grande. Curiosamente, aunque la historia está enfocada para un público juvenil tanto la novela como el filme han tenido mejor recibimiento entre los adultos treintañeros y nostálgicos. Charlie es un quinceañero inadaptado y aspirante a escritor (¿así o más cliché?), que al inicio del ciclo escolar lo único que desea es que éste termine. Su tímido carácter encuentra refugio en Sam y Patrick, una pareja de hermanastros que  cargan a cuestas un par de años más y lo acogerán gustosamente en su reducido círculo de amigos: “bienvenido al club de los marginados”, recitan a coro durante su ingreso.

Stephen Chbosky no oculta su admiración por el clásico de J.D. Salinger, El guardián entre el centeno, una luz que sirve de guía en el escabroso tránsito de la adolescencia a la madurez. El filme trata de condensar los mejores y los peores momentos de esa etapa de la vida: el primer amor, el primer beso, la atropellada iniciación en el sexo y las drogas… en resumen, la complicada y difícil búsqueda de lo que somos y de lo que queremos llegar a ser.

Pero la ópera prima de Chbosky no es tan inocente como aparenta, apela al sentimentalismo retrospectivo al estilo de Los años maravillosos(The wonder years 1988-1993), con personajes jóvenes con alma de artista y gustos musicales desfasados. Las referencias incluyen una animosa representación estudiantil del musical setentero The Rocky horror picture show(1975) y hasta el tema Asleep de los ochenteros The Smiths.

El personaje principal es interpretado por Logan Lerman (solo conocido por la soporífera Percy Jackson y el ladrón del rayo, 2010), pero se ve opacado por Emma Watson (ex noviecita de Harry Potter en espectacular cabello corto) en el papel de la joven adicta a las relaciones destructivas y por un intenso Ezra Miller como el desubicado adolescente liado en tremendo amorío gay con el popular integrante del equipo de fútbol de la escuela.

A pesar de que acepta sin tapujos las convenciones del cine adolescente, Las ventajas de ser invisible contiene los elementos suficientes para convertirse en una alternativa más o menos refrescante en un género tan castigado por la aridez narrativa y las situaciones excesivamente edulcoradas de las cuales no escapa por completo: como el cursi paseo por el túnel en donde inexplicablemente tardan una eternidad en descubrir el nombre de la conocidísima Heroes, de David Bowie.  

“La cacería humana más grande de la historia”, con esta frase se vende el noveno largometraje de la cineasta californiana Kathryn Bigelow, La noche más oscura (Zero dark thirty, 2012) y que por estas fechas se regodea en sus enormes posibilidades de levantarse no uno, sino varios Oscares en la ceremonia que se llevará a cabo el próximo 24 de Febrero en Los Angeles.  

Kathryn Bigelow es posiblemente la directora más masculina en el circuito de las grandes producciones hollywoodenses, cintas de acción como Días extraños(Strange days, 1995), Punto de quiebra(Point break,1991) y la enorme The hurt locker(2008), dan cuenta de ello. En esta ocasión Bigelow retoma el tema de la “guerra contra el terrorismo”, que incluye por supuesto, la implacable  búsqueda del villano más buscado por la siempre parcial justicia estadounidense.

La noche más oscura inicia con pantalla oscura mientras escuchamos las grabaciones de las llamadas al 911 durante el ataque al World Trade Center en Septiembre de 2001. De ahí pasamos a la gestación de la cacería de Osama Bin Laden en un cuarto de oficina de la embajada estadounidense en Pakistán. Una serie de expertos utilizan todo lo que está a su alcance, incluyendo por supuesto prolongadas sesiones de tortura para dar con el paradero del escurridizo millonario saudita. Es ahí donde aparece Maya, una guapa y tozuda agente de la CIA que hace de esta persecución el objetivo primordial de su vida. La película muestra los lentos pero inexorables avances de la investigación, así como las batallas burocráticas que poco a poco van cerrando el cerco en torno al barbudo cabecilla árabe.

El filme es impecable si nos enfocamos en cuestiones puramente formales: su ambientación es completamente verosímil, la fotografía es espléndida y la tensión dramática no decae en sus más de dos horas y media de duración. El elenco es extenso y bien cuidado, sin embargo, la historia se enfoca en el personaje interpretado por Jessica Chastain. La pelirroja se nos presenta como una agente obsesiva y chocante: “100 días desde que se descubrió la casa y no se ha hecho nada”, espeta a sus superiores y raya con marcador los cristales de su oficina, adjudicándose de manera un tanto pedante, el descubrimiento del escondrijo del enemigo público número uno de los Estados Unidos.

Sin embargo, los problemas de la cinta afloran cuando la comparamos con otros trabajos: los cuestionamientos morales de la guerra son menos claros que en La ciudad de las tormentas(Green Zone, 2010), la brutalidad de las agencias de inteligencia para obtener información está muy por debajo de lo que pudimos ver en el docudrama Camino a Guantánamo(The road to Guantanamo, 2006) y la deshumanización del enemigo promueve el juicio irreflexivo a diferencia del Hitler (otro villano por antonomasia) que pudimos ver en La caída(Der untergang, 2004).

Al final, ¿qué lección nos enseña la cacería de Bin Laden? Ojo por ojo y diente por diente es la respuesta que nos da La noche más oscura, un filme que toma partido y no se apena por ello. Esto no impedirá que gane muchos Oscares y que buena parte de la prensa siga a sus pies… Bigelow no logra superarse a sí misma, al menos yo me quedo con el tono aséptico y distante del personaje adicto a la adrenalina en The hurt locker.         

El musical no es un género para todos: definitivamente existen los fanáticos incondicionales y también hay quienes sufren lo indecible cuando cada una de las situaciones que se nos presentan son cantadas a viva voz. Los miserables (Les misérables, 2012) es el tercer largometraje del londinense Tom Hooper, quien dirige la adaptación cinematográfica del exitoso musical para teatro de Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg, obra que a su vez está basada en la novela de Victor Hugo.

En Los miserables se cuentan las peripecias del ex presidiario Jean Valjean quien tras diecinueve años de sufrimientos rompe su libertad condicional y desde ese momento es perseguido hasta el cansancio por el inflexible inspector Javert. Siempre hay un riesgo cada vez que se adapta una historia tan conocida para lo cual existen varias alternativas: tenemos la opción de la reproducción literal, también se puede elegir la búsqueda de nuevas estrategias visuales como recientemente lo hizo (sin mucho éxito), Joe Wright con Anna Karenina (2012)… o como último recurso hacer la adaptación de una adaptación.    

¿Era necesario ver en el cine una obra teatral que por muchos años ha sido exitosa en su medio? Definitivamente no. Y no es una consigna contra el género, de hecho se aplauden intentos menos convencionales y que son más cercanos al lenguaje cinematográfico como Bailando en la oscuridad(Dancer in the dark, 2000) o incluso la inusual 8 mujeres(8 femmes, 2002). El problema es cuando una obra pasa del teatro al cine sin que sufra una transformación importante en su formato. Debo aclarar que no he visto la versión teatral, pero después de ver la representación que hizo el director londinense, no creo que sea necesario.

La cinta insiste en hacer constantes movimientos de cámara y llenar por momento la pantalla con los rostros de los actores para enfatizar las líneas de una canción, lo cual resulta agotador si definitivamente no te ha gustado ninguno de los temas. Fuera de la escena inicial o uno que otro momento en las barricadas parisinas no hay más para resaltar en esa grandiosidad artificial tan a la antigua que pretende embarrarnos este filme apto para emocionar solo a un público predispuesto.

Sí, sorprende que canten Hugh Jackman y Anne Hathaway, quienes debieron realizar un tremendo esfuerzo en sus papeles. En cambio Russell Crowe se esfuerza pero no impresiona, el canto no es lo suyo. Sucede lo mismo con los intentos cómicos de Helena Bonham-Carter y el mismísimo Sacha Baron Cohen como los vividores y malvados Thenárdier.

Recientes versiones cinematográficas del clásico de Victor Hugo van de la insípida de Bille August de 1998 (con Liam Neeson como Jan Valjean), a la muy recomendable adaptación de Claude Lelouch de 1995 (con Jean-Paul Belmondo). Volviendo a Los miserables de Tom Hooper, encontramos el resultado de dar una historia enorme a un cineasta mediano, son dos horas y cuarenta minutos de mirar el reloj y desear que ya se acabe de una maldita vez.

Para quienes no pudieron verla durante el Festival de Cine de Morelia (se presentó en la sección de Estrenos internacionales y pasó un tanto desapercibida), se exhibe el miércoles en la Muestra Internacional de Cine, La caza (Jagten, 2012), séptimo largometraje formal del cineasta danés Thomas Vinterberg, filme que tuvo un papel destacado en la pasada edición del Festival de Cannes donde se hizo acreedor a los premios a Mejor actor para Mads Mikkelsen y al Premio de Jurado Ecuménico del certamen francés.

Con guión de Tobias Lindholm y del propio Vinterberg, el filme tiene como protagonista a Lucas, un maestro de preescolar de una pequeña comunidad. El ánimo jovial y despreocupado que muestra en su empleo contrasta con la preocupación de obtener la custodia de su hijo adolescente, esto después de haber pasado por un turbulento divorcio. Las cosas parecen mejorar en el momento en que encuentra el amor con una compañera de trabajo y cuando poco tiempo después su hijo decide radicar con él. Pero las cosas se pondrán mal cuando la mentira inocente de una niña engendra una serie de sospechas y acusaciones infundadas de abuso infantil. El ambiente de linchamiento prevalece en el pueblo, sin importar la total falta de pruebas. Vecinos y amigos de toda la vida se vuelven contra el acusado, quien deberá esforzarse al máximo para probar su inocencia.

La más reciente obra de Vinterberg desmiente el viejo adagio de que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, darlo por sentado es otorgar un cheque en blanco a la paranoia: el niño ha hablado y no hay vuelta de hoja. La película toma la premisa del inocente falsamente acusado y la desarrolla en un clima de tensión creciente, en el que la defensa de la dignidad es el componente fundamental de una aparente indulgencia y la posterior reinserción social. Para llevar a buen puerto esta difícil labor se encuentra Madds Mikkelsen, nadie más podría haber dado ese toque de terquedad y dureza de carácter del personaje, es un gran trabajo del actor danés, a quien próximamente veremos en el drama histórico La reina infiel(En kongelig affære, 2012), que por cierto, está nominado a los premios Oscar. 

Thomas Vinterberg es uno de los cineastas más interesantes del cine danés actual. Inició a mediados de los años noventa en el movimiento Dogma, junto a su compatriota Lars von Trier. De esa época se recuerda sobre todo Celebración(Festen, 1998), tiempo después se presentó Calles peligrosas (Dear Wendy, 2004) y el año pasado pudimos disfrutar en la Muestra Internacional de Cine Submarino(2010), un poderoso drama familiar que no contó con la difusión adecuada. La caza, su más reciente trabajo, demuestra el gran manejo de actores del realizador y revela un extraordinario (y un tanto pesimista) ensayo sobre la amistad y el perdón.

 

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