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Dallas Buyers Club

Dallas Buyers Club, Los insólitos peces gato, Renoir, Noé y Las brujas de Zugarramurdi aparecen en la cartelera de estos días, aunque un tanto discretas entre los relatos religiosos y las animaciones de Disney. Aquí las críticas.

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Por Armando Casimiro Guzmán

Quizás debido a la poca confianza de la distribuidora, Dallas Buyers Club (2013), séptimo largometraje del cineasta canadiense Jean-Marc Vallée, se presentó con muy pocas copias para su exhibición en el territorio nacional. Algo curioso si se toma en cuenta que la película ganó tres Oscares y dos Globos de Oro (en las categorías de Mejor Actor y Actor de reparto, una situación poco común). La cinta empezó a hacer ruido cuando se publicaron las primeras fotos de su protagonista Matthew McConaughey, notablemente delgado, hablando del raquítico presupuesto de la producción, que fue de poco más de cinco millones de dólares. A la postre recaudó cerca de treinta millones de dólares desde su estreno en noviembre del año pasado.

La historia, inspirada en un personaje real, está ubicada a mediados de los años ochenta en Texas, donde Ron Woodroof, un estafador de poca monta, homofóbico y con problemas de alcohol y drogas, descubre un mal día que tiene SIDA. Debido a sus condiciones de salud, los médicos le pronostican no más de treinta días de vida. Pero el ingenio malicioso de Woodroof lo empuja a buscar una alternativa al tratamiento paliativo que el hospital le ofrece. El resultado es la creación del Dallas Buyers Club, un grupo en donde a cambio de una buena suma de dinero, se ofrece a sus miembros (en su mayoría homosexuales), acceso a todo tipo de medicamentos legales e ilegales, en una carrera contra el tiempo para no sucumbir ante la, en ese entonces, mortal enfermedad. Las agencias gubernamentales y las compañías farmacéuticas tratarán de impedir las actividades del Club, convirtiendo al propio Woodroof en una especie de activista involuntario en la lucha contra el padecimiento.

Ron Woodroof fue en su momento, objeto de un extenso reportaje en uno de los principales diarios texanos. El guionista Craig Borten lo entrevistó en 1992 poco antes de su muerte y empezó a crear el texto para una película, basándose en sus notas y en diarios personales del protagonista. Desde entonces intentó atraer el interés de directores como Denis Hooper y Marc Forster, pero nunca se pudo conseguir el financiamiento, fue hasta la llegada de Jean-Marc Vallée y el propio McConaughey que pudo levantarse el proyecto.

El tema de Dallas Buyers Club se prestaba para el melodrama llorón y reivindicador al más puro estilo de Philadelphia (1993), pero en cambio nos ofrece un drama relativamente complejo y que puede tener diversas lecturas: el protagonista que debe sobreponerse a su propia homofobia al ser él mismo blanco de las burlas y discriminaciones de sus antiguos compañeros, al mismo tiempo es un recordatorio sobre las precarias condiciones del sistema de salud estadounidense (un tema pendiente en casi todos los países del mundo), que están a expensas de los intereses de la industria farmacéutica. En ese sentido se acerca más al documental de David France, Como sobrevivir a una epidemia (How to survive a plague, 2012).

Muchos detalles hablan por sí mismos del compromiso que asumieron quienes participaron en el filme, se rumora que únicamente se dieron 250 dólares para todo el departamento de maquillaje (que a la postre se llevó un Oscar), Jared Leto hizo una pausa en su carrera musical y después de una ausencia de cuatro años decidió volver al cine para este trabajo. El propio McConaughey además de ayudar con el financiamiento, perdió más de veinte kilos para poder darle más credibilidad a su personaje, pero no es solo la pérdida de peso, son sus gestos, su acento, el movimiento de sus manos los que lo confirman como un actor que se aleja del estereotipo del galán deportista que lo caracterizaba en sus primeras películas.

Aunque parece que el guion y los actores llevan el mayor peso de la cinta, algún mérito debe tener Jean-Marc Vallée para ofrecer una obra sólida, coherente y entretenida, ya que antes de esto solo se le conocía por el ligero pero muy correcto drama histórico La reina joven (The Young Victoria, 2009). Al margen de algunos chispazos autocomplacientes y flashbacks innecesarios, Dallas Buyers Club es una de las pocas opciones rescatables en esta época plagada de videohomes bíblicos y franquicias infantiles o de superhéroes. Además hay que agradecer que la distribuidora decidiera respetar el nombre original… ¡imaginen el nombre que le habrían puesto!

 

La más reciente edición del FICM contó con algunos de los estrenos mexicanos más interesantes que han podido verse desde que inició el certamen moreliano, entre ellos se encuentra el largometraje debut de la cineasta Claudia Sainte-Luce, Los insólitos peces gato (2013), donde tuvo una cálida recepción, además de que le fue muy bien en los festivales de Locarno, Mar del Plata, Gijón y Toronto, donde cosechó toda clase de reconocimientos.

El guion, escrito por la propia Sainte-Luce, está basado en una vivencia personal durante su estancia en la ciudad de Guadalajara, a la que le añadió algunos elementos de ficción para que aceitaran mejor los engranajes de la narrativa. El resultado es una película emotiva que puede conectar muy bien con un público cansado de pesados melodramas o violentas historias de narcotráfico. Claudia, una joven solitaria que trabaja como demostradora en una tienda de autoservicio, conoce por casualidad a Martha, una mujer madura responsable de cuatro adolescentes, mientras comparten habitación en un hospital tapatío. La soledad y la necesidad de atención de Claudia son bien acogidas por el carácter maternal de Martha, quien la integra paulatinamente a las actividades cotidianas de la familia. Pero hay un ingrediente adicional, la animosa madre padece una enfermedad mortal.

La ópera prima de Sainte-Luce es una película colorida, repleta de diálogos chispeantes; está contada de manera muy amena y utiliza el recurso de la cámara en mano, casi encima de los actores para fortalecer la cercanía de la audiencia con los personajes. Y es precisamente la elección del elenco una de las varias virtudes de la obra, combina actrices experimentadas para los papeles de más peso Lisa Owen y la ex Perfume de violetas, Ximena Ayala; que son acompañadas por las jóvenes Andrea Baeza y Sonia Franco. Mención aparte merece el caso de Wendy Guillén, quien además de actriz, es hija de la persona que inspiró la historia.

Los insólitos peces gato hace su aparición en cartelera después de haber hecho presentaciones itinerantes con la Muestra Internacional de Cine. La cinta resulta un tributo al tema de las familias fragmentadas o las que se forjan a partir de la amistad y el cariño sin que medien lazos de sangre. Se podrían mencionar algunas inconsistencias en la historia, pero nada que afecte el resultado final de la obra. Sus personajes bien delineados, su carácter intimista, así como un lúcido sentido del humor, la colocan como una de las opciones nacionales más interesantes en lo que va de este 2014.

 

Uno de los trabajos que generó más expectativa en la decimoséptima edición del Tour de Cine Francés fue Renoir (2012), cuarto largometraje del cineasta galo Gilles Bourdos, que esta semana se estrena en la cartelera nacional. Éste es un drama histórico que fue presentado como parte de la sección Un certáin regard del Festival de Cannes, generando comentarios mayormente positivos entre la quisquillosa prensa francesa que año con año acude al mayor certamen cinematográfico del orbe.

Con un guión coescrito por el propio director, la película está basada en un trabajo elaborado por el cinefotógrafo Jacques Renoir, descendiente directo de la célebre familia de artistas franceses. La historia se centra en los últimos años de vida de Pierre-Auguste Renoir, quien deprimido por la reciente muerte de su esposa y aquejado por la artritis, vive en su casa de Cagnes confinado a una silla de ruedas. La monotonía del lugar se ve turbada por la aparición de Andrée, una atractiva pelirroja que será la última modelo del anciano pintor y servirá de inspiración para su hijo mayor, Jean, quien años más tarde sería un reconocido cineasta.

El filme no es una reseña biográfica, tampoco es un recorrido por la obra del más grande de los impresionistas. Más bien se centra en una etapa muy específica de los últimos años de Renoir, que a sus múltiples problemas, agrega el de la guerra que asola a Europa y que arrastra a miles de jóvenes a enfrentarse a una muerte casi segura, entre ese grupo de ilusos se cuentan dos de sus hijos, que sufrirán en carne propia las desgracias del conflicto bélico. La casa de Renoir, quien siempre detestó la guerra, es una especie de remanso en medio de un continente hecho trizas. Alrededor de su finca puede verse la desolación y el tedio en los soldados que regresan del frente, demacrados, con rostros desfigurados y miembros amputados.

Es el año de 1915, aparecen las primeras emisiones radiales y las imágenes en movimiento empiezan a cobrar importancia (“A los franceses no les gusta el cine”, afirma con muy poca intuición el primogénito al enterarse del interés de su hermano Jean por la naciente industria), por lo que el filme marca la transición entre la pintura y el cine como disciplinas dominantes en el arte mundial. Renoir se conforma a partir de una serie de luminosas viñetas hogareñas: la luz, la cocina, el campo y la carne son parte de este mundo tan femenino que rodeaba e inspiraba al pintor. Un sólido elenco hace juego con la propuesta, pero quien luce en verdad formidable es el parisino Michel Bouquet, interpretando a un artista vibrante y contradictorio, que trabaja con un inusual vigor aún en el ocaso de su carrera.

Después del desastre que representó su incursión en el mercado angloparlante con el desafortunado thriller Afterwards (2008), Bourdos, necesitaba un cambio brusco en su carrera y con Renoir lo consigue. Es ésta una obra luminosa pero melancólica, un drama callado y preciosista enmarcado por una extraordinaria fotografía, es en suma, un trabajo muy recomendable.

 

Una semana antes que en Estados Unidos, aprovechando la cercanía de las celebraciones de Semana Santa y con la enorme cantidad de mil doscientas copias, se estrenó Noé (Noah, 2014), sexto largometraje del cineasta neoyorquino Darren Aronofsky. La película ha sido en general bien recibida por la prensa y los números le resultaron favorables después del primer fin de semana de exhibición en nuestro país (ligeramente menores al del más exitoso blockbuster religioso de los últimos años: La pasión de Cristo (The passion of the Christ, 2004), aunque para los próximos días se espera una abrupta caída debido a los estrenos preveraniegos y a que no ha resultado del agrado de una buena parte del público que esperaba un tratamiento más convencional de la figura bíblica.

Inspirado en el conocido mito de Noé, quien junto a su familia y con un poco de ayuda de los cielos, pudo sortear el diluvio universal a bordo de un arca a la que llenó con una pareja de cada una de las especies animales existentes en la Tierra, Aronofsky (con ayuda Ari Handel, uno de sus colaboradores habituales), escribió el guion y se dio a la tarea de recaudar los ciento treinta millones de dólares que costó la producción (buena parte de ese dinero fue para realizar las imágenes digitales).

Aronofsky, quien es de origen judío, cuenta que siempre se sintió inspirado por el relato, en donde ve a su protagonista como un personaje oscuro y complicado, asimismo el cineasta lo considera como el primer ecologista y vegetariano, alguien que siente un fuerte complejo de culpabilidad por haber sobrevivido al diluvio. Aronofsky inició con el guion desde que estaba en el rodaje de La fuente de la vida (The fountain, 2006), pero una serie de retrasos lo obligaron a dedicarse de lleno al proyecto hasta que terminó con la filmación de Cisne negro (Black swan, 2010).

No fue nada fácil configurar el elenco del filme, entre quienes rechazaron el proyecto estuvieron Christian Bale, Michael Fassbender, Dakota Fanning y Julianne Moore. Al final Russell Crowe y Jennifer Connelly tomaron los papeles principales, junto a Anthony Hopkins y Emma Watson. La producción de la película estuvo marcada por la desconfianza de los ejecutivos, quienes veían en el tratamiento poco convencional de un tema religioso un posible problema a la hora de comercializarla, al grado de que ofrecieron versiones modificadas de la película en test screenings para grupos cristianos, cuyos resultados no fueron para nada favorables.

Al margen de los resultados en taquilla, que siempre pesan en una producción de esta magnitud, Noé podría significar el primer gran tropiezo en la carrera del cineasta neoyorquino. Aronofsky logró imponer su visión a pesar de la presión de los inversionistas pero nos entrega un filme irregular, donde el drama interno de un hombre convive forzadamente con una serie de peleas, escenas de acción y hasta con Tubalcaín, el mítico padre de la metalurgia, como un villano muy difícil de aniquilar. No todo está mal, en sus más de dos horas de duración, la cinta alcanza algunos momentos importantes, que demuestran la indudable pericia narrativa y visual del director. Sí, es una película épica y atrevida pero en conjunto es claramente insuficiente.

 

Después de una larga espera llegó por fin la anunciadísima Las brujas de Zugarramurdi(2013), largometraje número once del cineasta bilbaíno Álex de la Iglesia. A pesar de haberse llevado nueve premios en la más reciente edición de los Goya (sobre todo en las categorías técnicas), la película recibió críticas encontradas entre quienes detestan la imaginación desenfrenada de su director y quienes son seguidores declarados de su trabajo.

En 1610, en Logroño fueron procesadas cuarenta mujeres acusadas de ser brujas en Zugarramurdi, un pequeño caserío ubicado en la provincia de Navarra al norte de España. Como suele suceder en estos casos, las denuncias estuvieron motivadas por chismes, envidias o simple maldad, aunque eso era suficiente para que la Inquisición tomara cartas en el asunto. Al final doce mujeres fueron enviadas a la hoguera (cinco de ellas en efigie por haber muerto con anterioridad), pero el episodio marcó para siempre al pequeño pueblo navarro. Este fue el punto de partida para Álex de la Iglesia y su escritor de cabecera Jorge Guerricaechevarría, escribieran esta peculiar historia, donde un grupo de desempleados, desencantados de sus respectivas mujeres, deciden asaltar una joyería en pleno centro de Madrid para intentar un complicado escape a Francia. Pero su huida se verá obstaculizada por un grupo de brujas que buscan cumplir una vieja profecía, lo que desatará toda clase de situaciones delirantes al más puro estilo de su director.

Las brujas de Zugarramurdi marca el regreso de Álex de la Iglesia al terreno de las comedias disparatadas, de la cual su referente inmediato en temática y tono es la estupenda El día de la bestia (1995). El inicio es trepidante con una lograda secuencia de atraco y fuga (en donde hasta Bob Esponja sale perjudicado), una primera parte que nos muestra la España actual, marcada por el mal desempeño de la economía, pero cuando el peculiar grupo de improvisados delincuentes se internan en la campiña encontramos otra versión del mismo país, tradicionalista y supersticioso. Paralelamente la película sirve de campo de batalla para una peculiar versión de la guerra de los sexos, se convierte en un alocado recopilatorio de las obligaciones familiares y los divorcios complicados.

De la Iglesia recurre a algunos de sus colaboradores habituales como Carmen Maura en el papel de la bruja principal, así como Enrique Villén y Santiago Segura con personajes menores. Esta vez, los protagónicos son para Hugo Silva (últimamente de moda en el cine español), quien hace mancuerna con el juvenil Mario Casas. Completa el reparto principal la rubia Carolina Bang, como una de las brujas más espectaculares que haya dado el cine reciente.

No es una gran película, de hecho en conjunto resulta irregular, un clímax excesivamente largo y un epílogo más que flojo, casi arruinan el conjunto. Las brujas de Zugarramurdi es una vuelta a los terrenos que conoce muy bien el cineasta bilbaíno, donde el entretenimiento y el humor se funden en una anécdota disparatada no apta para todos los gustos. Pero es mucho mejor que El crimen del cácaro Gumaro, así que, ¿por qué no darle una oportunidad?

 

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