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La Jaula de Oro

A menudo lo bueno no es popular y viceversa. Parece que a los espectadores mexicanos les encantan las comedias bobaliconas y desprecian las grandes historias. Eso ha sucedido con La Jaula de Oro, un gran filme que arrasó en festivales pero ha tenido una tibia respuesta en taquilla. A continuación, la crítica a esta y otras cintas en cartelera…

la jaula

Por Armando Casimiro Guzmán

Se anuncia como “la película mexicana más premiada del último año”, La jaula de oro (2013), largometraje debut del burgalés, naturalizado mexicano, Diego Quemada-Díez, que tuvo buen recibimiento en festivales como Cannes, Mar del Plata y Morelia (en donde por cierto, obtuvo el Premio del Público). Tantos reconocimientos hacían suponer que se estrenaría con algo más de las noventa copias con las que salió a recorrer las principales ciudades del país, pero la tibia respuesta del público mexicano confirma que las comedias ligeras continuarán siendo por mucho tiempo más las reinas de la taquilla nacional.

En palabras del director, la historia tuvo su origen en las notas periodísticas donde se contaban las experiencias de miles de migrantes centroamericanos que cada año intentan atravesar nuestro país para llegar a los Estados Unidos. El guión fue coescrito por el propio Quemada-Díez y nos introduce en la vida de tres adolescentes guatemaltecos, que intentan hacer realidad su propia versión del “sueño americano”. A la pareja conformada por Juan y Sara (quien intenta pasar desapercibida cortándose el cabello y cubriéndose los pechos), se integra Chauk, un indígena tzotzil que no habla español, juntos sufrirán en carne propia el calvario que día a día viven miles de indocumentados que son agredidos en su trayecto por toda suerte de criminales sin escrúpulos, apoyados o tolerados por las autoridades locales.

Hasta aquí uno pensaría que es la típica película de denuncia o ya de plano el melodrama llorón al más puro estilo La vida precoz y breve de Sabina Rivas (2012), pero afortunadamente y con mucho tacto, el director evita los sentimentalismos absurdos y se concentra elaborar un relato sólido y entrañable. Quemada-Díez, quien se asume a sí mismo como un migrante, durante su estancia en el Festival de Cine de Morelia señaló la importancia de hacer y difundir este tipo de trabajos para darle un rostro a las miles de historias que suceden diariamente, esperando que pudieran tener una influencia positiva en la búsqueda de soluciones a los problemas derivados de la pobreza y la migración.

Desde un inicio el director apostó a trabajar en locaciones reales, con migrantes reales. Se vieron aproximadamente a seis mil chicos y chicas en un largo proceso de siete meses hasta que se encontraron los indicados, que fueron los jóvenes Brandon López, Rodolfo Domínguez y Karen Martínez, todos ellos oriundos de la frontera entre Chiapas y Guatemala. Es muy rescatable el trabajo de este grupo de jóvenes, quienes probablemente no vuelvan a hacer otra película en sus vidas.

La jaula de oro es una obra cruda, veraz y retrata despiadadamente el entorno que rodea a un tema por demás complejo, pero al interior, expresa con candidez y naturalidad las ilusiones de una tercia de adolescentes osados pero ingenuos. El cineasta nos entrega un filme de mucho contenido social, pero que tiene la virtud de inclinarse sin mucha dificultad hacia el cine de aventuras. Sin duda, una de las mejores recomendaciones que nos ofrecerá este año la industria nacional.

 

Poco y nada rescatable encontramos en Oculus (2013), quinto largometraje del estadounidense Mike Flanagan quien desde hace más de una década se especializa en hacer filmes de terror de bajo presupuesto. Sorpresivamente la cinta recaudó cerca de treinta millones de billetes verdes desde su estreno en los Estados Unidos a mediados de abril, sus costos rondaron los cinco millones, de tal manera que un simple cálculo aritmético nos sitúa frente a uno de los mejores estrenos del género en lo que va del 2014. El público mexicano suele ser muy receptivo para esta clase de trabajos así que seguramente los productores considerarán rentable hacer al menos una segunda entrega.

Flanagan no solo dirigió sino que escribió el guion de Oculus, en donde nos presentan el reencuentro de un par de jóvenes hermanos, quienes quedaron huérfanos diez años atrás debido a un extraño incidente familiar. Ahora, uno ellos acaba de salir de un centro de atención psicológica y está dispuesto a seguir adelante con su vida, mientras que la hermana se encuentra empeñada en demostrar que un antiguo espejo ha sido la causa de decenas de muertes a lo largo de su historia. Juntos intentarán descifrar el misterio antes de que el misterioso objeto decorativo siga cobrando más víctimas.

La cinta se empalma dos relatos paralelos, por un lado se cuenta lo sucedido años atrás, cuando ya el entorno familiar comienza a desmoronarse con trágicos resultados. Alternadamente, en tiempo presente, se muestra la reunión de los dos hermanos así como sus infructuosos intentos por desentrañar el misterio que esconde el espejo al que consideran la fuente de todos sus problemas y desdichas.

Al menos Flanagan tiene el buen tino de privilegiar el suspenso, en dosificar las emociones antes de recurrir a la sangre y hacer derroche de efectos especiales (aunque ciertamente esto pudo deberse a lo limitado del presupuesto). Desgraciadamente los sustos, los fantasmas y el complicado y poco efectivo sistema audiovisual para atrapar al espejo haciendo de las suyas evidencian algo más que una carencia de recursos económicos, falta mucho más imaginación y creatividad para sacar a flote una película que se basa en un objeto tan anodino para causar temor.

Como suele suceder en el cine de terror, Flanagan recurre a un grupo de actores poco reconocidos, cuyas filmografías son tan raquíticas que es muy poco lo que dan para el análisis. Además, justo es decirlo, en muchos momentos su desempeño raya en la inverosimilitud amateur.

El desgaste del género ha provocado que el terror se convierta paulatinamente en un segmento de filmes baratos y repetitivos, un conjunto de productos carentes de imaginación, acotados por una serie de límites autoimpuestos. Cuando vemos que trabajos medianos como El Conjuro (The conjuring, 2013) y Oculus son las obras más reconocidas por la audiencia en los últimos dos años, nos damos cuenta que el agotamiento de las ideas es tal, que el público que es fiel seguidor de los sustos y la sangre, empieza a conformarse cada vez con menos, a premiar los pequeños destellos de películas francamente malas.

 

La polémica persigue a Lars Von Trier, de nada sirvió que el cineasta danés ofreciera disculpas públicas tras sus cuestionables declaraciones en la pasada edición del Festival de Cannes, que le valieron ser vetado a perpetuidad en el conocido certamen francés. En vez de calmar las cosas, cuando parecía que ya todo estaba solucionado, el fundador del movimiento Dogma, decidió presentar su nuevo trabajo en el Festival de Berlín (en vez de Cannes como se pensó inicialmente), además de programar su estreno comercial en Dinamarca y España, hecho que automáticamente la descalificó para competir por la Palma de Oro (la sección oficial se integra únicamente con rigurosos estrenos). Pero la polémica rinde sus frutos, la cinta se ha publicitado abiertamente y definitivamente ninguna de sus anteriores había contado con una presencia tan favorable en las salas nacionales, donde se estrenó nada menos que con 130 copias.

Ninfomanía (Nymphomaniac, 2013), cierra la llamada “Trilogía de la Depresión”, iniciada en 2009 con Anticristo (Antichrist, 2009) y seguida un par de años después por Melancolía (Melancholia, 2011). De nuevo con guion del propio von Trier, el filme nos presenta a Joe, una enigmática mujer que aparece en una solitaria calle europea golpeada y presumiblemente vejada. Seligman, un hombre educado y solitario la lleva a su casa para ofrecerle ayuda. Es ahí, donde como una moderna Scheherezada, empieza a contar la historia sexual de su vida, al tiempo que la relaciona con el arte de la pesca, el crecimiento de los fresnos, las matemáticas (los números Fibonacci y el teorema de Pitágoras), la música de Bach y hasta el amor o la ausencia de éste.

La historia está contada en ocho capítulos, cinco de los cuales se encuentran en el primer volumen y los siguientes tres en una segunda entrega, que pretende estrenarse a mediados de Junio (de hecho esta relación numérica, 5+3=8, se encuentra presente a lo largo de toda la película). Debemos destacar sobre todo los capítulos tercero, en donde Joe debe enfrentar la ira de una mujer que es abandonada por su marido (una irreconocible Uma Thurman, que pasa de la comicidad al desasosiego en cuestión de segundos), además del quinto, donde la protagonista logra conformar su polifonía sexual, sin duda el segmento más elaborado y divertido, donde se despliega en toda su expresión el reconocible talento del cineasta.

Charlotte Gaingsbourg es la única actriz que participa en cada uno de los filmes que integran la “Trilogía de la Depresión”, algo poco común, puesto que casi todas sus protagonistas (Björk, Nicole Kidman, Emily Watson), se han quejado del duro trato que recibieron por parte del director danés, al grado de que hubo quien lo catalogara de misógino. El actor sueco Stellan Skarsgard aporta el equilibrio masculino en el relato, que se complementa con la debutante Stacy Martin, el veterano Christian Slater y el joven Shia LaBeouf, quien se esfuerza para que lo tomen en serio debido a las escandalosas (y muy probablemente ciertas), acusaciones de plagio que enfrenta desde hace varios meses.

Antes de comenzar, aparece en pantalla una leyenda que advierte que lo que veremos es una adaptación recortada de la obra “con el permiso pero sin la participación de Lars von Trier”, ya que la versión original de la película tiene una duración superior a las cinco horas. Para su exhibición comercial se decidió cortarla en dos partes y eliminar algunas escenas (algunas de ellas sexualmente explícitas, según dicen), la cinta sin cortes se exhibirá solo durante algunas presentaciones especiales (y muy probablemente se conseguirá en formato digital). Hay tanto que decir y tantas son las interpretaciones que se le puede dar a la filmografía del danés, que bien vale la pena acudir a la sala de cine y decidir si nos gusta o no, después de todo, así es su cine, se le ama o se le odia, pero nunca es indiferente.

Como filme de relleno se presentó en cartelera la producción canadiense Siempre estaré contigo (Still mine, 2012), drama independiente dirigido por Michael McGowan, quien poco y nada había logrado con sus cuatro largometrajes anteriores. Su más reciente trabajo contó con una distribución muy limitada en el sector comercial y desde hace tiempo se encuentra disponible en formato digital, por lo que resulta un tanto inusual su estreno en las salas en nuestro país.

Una anécdota real inspiró al propio McGowan para escribir el guion de Siempre estaré contigo. Craig Morrison, un testarudo anciano de New Brunswick, Canadá decidió enfrentar a las autoridades locales para construir una pequeña casa en un terreno de su propiedad. La esposa del veterano constructor padecía un deterioro progresivo de la memoria, pero ni así la cosa daba para mucho, salvo que las regulaciones de construcción canadienses resultan casi tan temibles como las del ayuntamiento moreliano.

Lo que en un inicio parece un drama geriátrico al estilo de Lejos de ella (Away from her, 2006), donde uno de los integrantes de la pareja sufre una mengua en sus capacidades mentales producto del Alzheimer, pronto se convierte en una historia sobre la lucha de una persona contra la burocracia local, en el afán de defender su libertad, de elegir lo que él considera como la mejor opción para sobrellevar la enfermedad de su esposa: la construcción de una casa pequeña, de una sola planta, para prevenir posibles accidentes.

Si bien desde el principio la película se sitúa peligrosamente en los linderos del telefilme: una historia pequeña, un poco de drama familiar, una música demasiado inofensiva (salvo la inclusión un buen tema de la banda londinense Mumford & Sons), tiene el mérito de contar con sobresaliente naturalidad un relato que por sus características no podía ser mostrado de otra manera, los mejores momentos del filme son precisamente aquellos en donde el protagonista lleva a cabo las labores habituales de una comunidad rural del norte del continente. Pero ante todo, debe destacarse el gran desempeño del veterano James Cromwell, un extraordinario actor de reparto al que raras veces se le habían dado oportunidades para mostrar su talento. Es difícil imaginar que el personaje del testarudo anciano Craig Morrison hubiera tenido una mejor interpretación.

Conforme va aumentando la edad promedio de la población mundial es lógico que vayan apareciendo más filmes que toquen esta etapa en la vida de las personas. Siempre estaré contigo no ahonda en la cuestión, pero esta pequeña historia de un hombre que ronda los noventa años y tiene las suficientes agallas para recuperar un poco de la libertad que le ha sido arrebatada por el gobierno, cuenta con los elementos suficientes para convencer a una audiencia cansada de explosiones, superhéroes y lagartos gigantes.

En la sección de estrenos internacionales de la pasada edición del FICM, se presentó la agridulce comedia romántica Amor a la carta (Dabba, 2013), ópera prima del cineasta indio Ritesh Batra, quien acudió personalmente para presentar su obra ante el público moreliano. La película inició su peregrinar en el Festival de Cannes el año pasado en donde se hizo acreedor al Grad Rail d’Or (premio que otorga la audiencia en la Semana de la Crítica, una sección paralela del certamen francés), después de ello, los derechos del filme fueron adquiridos por Sony para su exhibición comercial en los Estados Unidos, donde tuvo resultados aceptables.

En Mumbai (también conocida como Bombay), una de las ciudades más pobladas de la India, miles de esposas cocinan diariamente el almuerzo de sus maridos, los alimentos llegan a las atestadas oficinas mediante un peculiar sistema de entregas conocido como dabbawala, en el que mediante una compleja red de repartidores se recogen y se entregan miles de loncheras por toda la ciudad. Los dabbawalas se ufanan de lo eficiente de su servicio (“hasta el rey de Inglaterra vino un día para ver cómo funcionaba”, se ufana uno de ellos), pero en Amor a la carta, una rara equivocación provoca que la lonchera de Ila, una joven ama de casa madre de una pequeña, termine en manos de Saajan un taciturno empleado gubernamental que está próximo a jubilarse. La vida solitaria de ambos los orilla a  iniciar una relación epistolar mediante cada envío-entrega de las loncheras, algo que con el tiempo comienza a darle sentido a su existencia.

En un inicio Ritesh Batra pensaba hacer un documental sobre los dabbawalas, para ello se dio a la tarea de entrevistar a muchos de ellos en el ya lejano año 2007. Pero al final encontró que resultaban muy interesantes las historias de las personas que utilizaban el servicio, las amas de casa que cocinaban los alimentos y las personas que los consumían, fue hasta el 2011, cuando tenía plenamente desarrollados los personajes que se decidió a escribir las primeras líneas del guion. Como una manera de agradecimiento, todos los dabbawalas que entrevistó inicialmente tuvieron una pequeña participación en el filme.

Batra decidió recurrir a un popular actor hindú, Irrfan Khan quien es conocido en la industria hollywoodense por filmes exitosos como Una aventura extraordinaria (Life of Pi, 2012) y Quisiera ser millonario (Slumdog millionaire, 2008). La contraparte femenina le corresponde a la actriz Nimrat Kaur, quien antes de esto, era conocida por su trabajo en el teatro local, en estos momentos ya forma parte del elenco del próximo trabajo del director indio.

Da la impresión que la historia pudo haberse contado perfectamente en una hora, pero el cineasta decide alargarla dando una mayor participación a uno de los personajes secundarios (el muchas veces incomprensible Shaikh) y agregando muchas escenas, que voz en off, dan lectura a las misivas. Aunque en muchos momentos la película tiende al drama sensiblero o a la comedia étnica, el conjunto se sostiene por ofrecer una mirada poco halagüeña del hacinamiento urbano y un final abierto pero esperanzador. Definitivamente Amor a la carta no es una obra del todo memorable, pero tiene lo suficiente para pasar un buen rato, para disfrutar del amor a distancia de este simpático drama oriental de exportación.

 

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