Por Raúl Mejía
Mi choro empieza así: cuando los medios de comunicación y las redes sociales empezaron a formular juicios y aventurar vaticinios respecto a la trascendencia de un mensaje que el presidente de México haría el día 5 de marzo del 2020, empecé a preguntarme por la pertinencia de contribuir con un texto de mi autoría para enriquecer la ya de por sí abrumante cantidad de textos que pretender resolver dudas… o ampliarlas.
Va un marco referencial para evitar que usted, lector, me mande a la goma por no ir, como las gallinas, al grano. Primero, un hecho a manera de ejemplo: los medios aseguraban que el sexenio de López Obrador se jugaba su futuro en el mensaje mencionado más arriba. Algunos pensaron que luego de ese mensaje, el caos empezaría a edificarse o el paraíso empezaría a ser una realidad tangible, al menos teóricamente.
Ahora, si ustedes me lo permiten, vámonos en friega al pasado: cuando no había comunicación instantánea (no como hoy), los soldados que se enviaron a la playa francesa de Omaha en Francia, en la famosa “Operación Overlord” (junio de 1944) intuían que al 75% (cuando menos) de quienes iban medio congelados rumbo a la playa, se los iba a cargar el payaso. Pura intuición. Inferencia. Sentido común. Aquello fue una matanza inmisericorde que las películas se encargaron de engrandecer con fines pedagógicos, ideológicos y políticos. Si uno recuerda el inicio de la película Saving Private Ryan se aproximará a lo que sintieron los soldados en esa playa mortífera. ¿Hay exageración en el filme de Spielberg? Quizás, pero la realidad fue peor.
Regreso al presente: si usted vio el mensaje del presidente seguro se sintió decepcionado: ni las aguas se separaron, ni el sistema empezó a desmoronarse (a menos que se esté desmoronando y ni cuenta me doy). Tampoco se dictaminó el destino de la 4T. No como se definió el de los soldados rociados con plomo desde las alturas del “acantilado” francés (al menos en la playa Omaha, en donde fue algo inenarrable).
Con el mensaje del presidente no pasó nada. ¿México está despeñándose sin remedio al caos? Chance, pero eso tomará tiempo. No empezó al día siguiente del anuncio presidencial como los medios ”anticiparon”. Es más: nunca será como los medios de comunicación vaticinan. Ocurren las desgracias y las felicidades, pero no como esos negocios nos hacen creer.
La realidad no se presenta editada. Son los medios y las redes sociales quienes editan al gusto del algoritmo de su preferencia. Es necesario editar para transmitir lo que se quiere dar a conocer, pero la sosa realidad transcurre a un lado, conviviendo con lo angustioso, lo desesperante, lo feo.
Ni se estorban.
Por eso, cuando uno ve ciudades hermosas italianas desiertas o ciudades mexicanas “desoladas” con un 30% de mexicanos en las calles y un 70% desesperados en casa por no poder echar desmadre a gusto, uno se imagina que el mundo se va a acabar mañana al mediodía y, antes de morir, se establece contacto con el sobrino o prima, o amante, o hijo o pariente en tierra europea. Eso hace la gente normal, pero los medios de comunicación junto a las redes sociales son más prácticos, atentos al mercado y acuden al testimonio de, por ejemplo, “una mexicana varada en España” -casi siempre es mujer, normalmente de espíritu aventurero, sufre mucho la experiencia de Covid-19 sin perder el glamour y está “a la mitad de un doctorado”.
La información del familiar en Europa, cuando se pone al teléfono, difiere del testimonio de la varada a mitad del continente europeo y de su doctorado. El pariente confirma las medidas restrictivas, pero no ve nada como para que se alarmen en exceso en América. Sobre todo porque la situación, a nivel mundial, dejó de ser excepcional y se convirtió en lo “normal”: la vida más o menos sigue igual. “Puedes ir a comprar tu comida; es cosa de no aglomerarse y seguir las instrucciones y las medidas de seguridad”.
La visión de la varada es convenientemente editada y -sobre todo- distópica porque se hace la pregunta de tal manera que la respuesta sea la que requiere el show: “Te pido que seas sincera ¿crees que esto es inimaginable y que estamos cerca del caos?” Dudo que alguien diga que no estamos cerca del caos y más si se trata de salir en la tele o en las redes sociales. Son tantos los ejemplos que mejor lo dejo a su imaginación o su recuerdo (si es que esos testimonios se guardan en la memoria).
¿Las cosas pueden ser peores? Sí. Es más: lo serán.
Nada como este caos para que los filósofos se acuerden de su responsabilidad social y diariamente nos espeten análisis, prospecciones y reflexiones bien profundas. Algunos superstars de esa noble profesión ya hasta tienen en prensa los libros que explicarán el infierno del Covid-19. Nomás chequen la inquieta actividad editorial de Slavoj Žižek. ¡Ese chico es tremendo! Muy crítico del sistema capitalista neoliberal, pero convenientemente atento al mercado editorial -sobre todo el de sus libros. Ya tiene uno listo sobre el virus que nos tiene como reos. Un libro antes de que la ventana de oportunidad se cierre. En breve lo podremos leer en la comodidad de nuestro confinamiento. Estén atentos.
Hay catástrofes que requieren el reposo y el tiempo para analizarlos… pero esto no es el caso ¿O sí? Uno ya ni sabe, carajo. En fin, para que amarre esta parte de mi textículo, les dejo unas palabras de un señor que todos conocemos: Jean Baudrillard. Sabe ¡uy, un chorro de cosas de La Verdad Como Simulacro! El artículo/entrevista es del remoto 1999. Salió en El País (España) y se titula “Baudrillard cree que el mundo se ha convertido en una gran Disneylandia”. Este chamaco sí supo vaticinar. Chequen:
El crimen no consiste en que la Historia se haya terminado (estaba fresquecito el ensayo de Fukuyama sobre el fin de la historia. RM) sino en que, a falta de respuestas a las grandes preguntas, ha encontrado una «solución final» en esta era de las comunicaciones o «mediósfera»: lo real se disuelve en lo virtual, la copia sustituye al original. El final del mundo, en el sentido de que éste ya ha perdido la referencia de su origen y de su meta, se manifiesta en la permanente voluntad de archivar el pasado o incluso de recrearlo, como ocurre con los dinosaurios de Parque Jurásico. «De esa manera se impone la cultura museística», ilustró Baudrillard, «las cosas van directamente al museo sin haber pasado antes por la historia (…) La red es en cierto modo una desmesura, produce una saturación de información y crea un mundo nuevo donde es posible estar en varios sitios al mismo tiempo», opinó el sociólogo, «no sé si podremos soportar todo eso. Internet puede convertirse en un lugar inhabitable, casi en un suicidio».
Antes de irme a escribir mi libro sobre la pandemia les quiero decir algo: esta experiencia seguramente replanteará la manera en que la economía del mundo se ha venido desarrollando y hasta tengo la sospecha que se harán ajustes al sistema liberal, neoliberal o post-neo-liberal que resulte de este desmadre. No creo que ningún otro sistema tenga éxito salvo aquel o aquellos que se inserten en versiones capitalistas menos infames y vuelvan la vista a la socialdemocracia, a la construcción de un Estado de bienestar fuerte y una sociedad poderosa con herramientas de contención y fiscalización de ese Estado. Ninguna macana o sistema político genial que pase por el socialismo, el comunitarismo, la religión o cualquier otro engendro tendrá éxito… bueno, hay excepciones a la regla: aquellos sistemas que cancelen la democracia; algo que -me temo- ya está en marcha según la lectura de todas las señales a la mano.
En verdad os digo: si la humanidad ha de perecer, chance sea por una epidemia, pero seguramente será por los efectos del sistema capitalista en el mundo, en la naturaleza. Así de paradójico. Como dijo AMLO en inmortal frase para el mármol: “¿cómo la ven?”
Esto que vivimos replanteará al neoliberalismo (al capitalismo pues, para no pelearnos por nimiedades) pero no lo cancelará. Nos obligará a ver y vivir la vida de otra manera. No tenemos ni la más remota idea de lo que viene, pero parece un parteaguas y ¿qué creen? Pos sí: aun con este desmadre en desarrollo, la gente sigue riéndose, sale al pan, compra cosas (cada vez más, se evita lo superfluo) y desarrolla un sentido del humor políticamente incorrecto. Todo normal.
Uno tiende a pensar que en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, las 24 horas se vivía en vilo, los ejércitos invadiendo, replegándose o vigilando; la población en resguardos antiaéreos y comiendo mendrugos y sí, era así en ciertos lapsos. Pero también se andaba con una sonrisa, con esperanzas, se caminaba, se compraba pan, se esquilmaba a los judíos sometidos, los homosexuales, los musulmanes. Los niños salían a jugar, se tenían noticias de familiares en otros lugares e incluso se iba a trabajar.
Así nosotros ahora.
Un amigo me envía un video en donde un muchacho recorre un desolado parque de diversiones. Es el día después del fin del mundo. Una atmósfera triste, sombría. El chico usa máscara para poder respirar en medio de la polución. El mundo conocido ha cambiado y para tener un mínimo recuerdo de lo que fue la vida y los tiempos idos, el muchacho lleva un pez en un pomo de mayonesa mientras la cámara enfoca a un vendedor de peces de plástico activados con un chip que los hace nadar. Blade Runner.
El chico se rebela y se quita la máscara. No pasa nada. No se asfixia. Ahora puede leer a Gorki (o a Skakespeare, a Cervantes, a Faulkner, a quien le dé la gana). Una cosa es cierta: los protagonistas de gestas heroicas son jóvenes rebeldes que se dan tiempo de leer buena literatura. Tal como lo hacen las chicas en medio de un doctorado varadas en Europa. Nota: el doctorado es esencial: ¿a quién le importa el testimonio de una equis varada en Barajas?
Uno empatiza más con los ilustrados sufriendo algunas veces en la vida, que con los desclasados normalmente sufrientes… Pero, ¡un momento! ¿En dónde queda ese sufrimiento atroz al redactar la tesis de grado?
¡Ay, no! ¡Es horrible!
Imagen superior: Prachatai/Flickr
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