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Celos lectómanos

Hace unos días leía en el diario El Universal una nota titulada “Escriben páginas de dinero”, que hablaba sobre lo redituable que está siendo la “literatura” de personajes de la farándula como Yordi Rosado, Consuelo Duval, Ricky Martín, entre otros de la misma línea. 

autoayuda

Durante mucho tiempo estos personajes no cruzaron la frontera del espectáculo, donde sus incursiones parecían ser suficientes para llegar a ser los ídolos de muchos, y pareciendo impensable para los antípodas, o sea, los intelectuales, que llegasen a meterse en el terreno de la sapiencia.

Pero así fue, y aunque no es una novedad, porque los libros de autoayuda cuentan con una larga existencia, este género se vio opacado por las mentes dictadoras de contenidos que se negaban a aceptar estos trabajos como “libros” o “literatura”, relegándolos al más oscuro rincón de los libros, lejos de los lectómanos, pero gozando incluso de la fama y gloria que los mismo escritores serios muchas veces no logran tener.

Así entonces, lo que muchos consideran como epidemia, se salió de control. Primero fue Paulo Coelho y Carlos Cuauhtémoc Sánchez los que manchaban el nombre de la literatura, y quienes por más que quisieron, no pudieron ingresar al reconocimiento intelectual de quienes más bien hicieron cuanto esfuerzo se pudo para decir a la humanidad que leer eso era como no leer nada, aunque ambos se han forrado de dinero con sus libros, vendiendo millones de ellos en decenas de ediciones. Pero el presente es atroz para los lectómanos, pues con miedo se dan cuenta al entrar a una librería que entre las novedades y los más vendidos están aquellos títulos de cantantes, actrices, modelos, conductores de televisión y cuanto personaje se ha dado cuenta de que su imagen vende, y que lo hipster está de moda, y qué mejor símbolo del ente intelectual que un libro.

Pero la pregunta es obvia, ¿por qué si la producción editorial “seria” es tan efectiva, y va en aparente crecimiento, además se encuentra ajena de la “no literatura”, altera tanto a la elite lectora que exista este tipo de libros? Las respuestas podrían ser muchas, pero a mi parecer la principal es el reconocer que hay celos. Así es, celos, ese sentimiento que envenena el alma extrapolado al ámbito intelectual que hace patalear a cientos de lectores empedernidos que se asquean tan sólo de pensar que Yordi Rosado en embolsó casi tres millones de pesos en menos de seis meses por las ventas de su último libro.

Pero la historia de los celos lectómanos es larga, se remonta a la época donde los estudiantes de filología, los intelectuales (incluso los orgánicos) y los críticos han ido creando sus sectas secretas donde validan lo que hay que leer, que no el bautizo de los títulos clásicos, que estos libros se han considerado así a través de la historia no por la aprobación de los sabios, sino por la gente común y corriente que los ha sabido apreciar desde cualquier condición intelectual. No obstante pareciera que son estos grupos selectos de lectómanos los que abren las puertas de algunos títulos a los autores “serios” que mueren por ser parte de la lectura de los que sí saben sobre literatura, pero estas selecciones son tan meticulosas y peligrosas que cuando más de diez leen un libro, entonces éste se ve condenado al destierro de la República de las Letras porque es impensable que alguien como ellos lea el mismo libro por más personas que las iluminadas.

Bien dice sabiamente Vicente Fernández en una de sus canciones: “Estos celos me hacen daño, me enloquecen”, esos celos vuelven locos y perturban a quienes encuentran en el libro su propia identidad de una forma falsa e ingenua, pensando que el libro carece de influencia social, que aquellos que leen las sagradas escrituras del Ulises de Joyce o El Quijote de Cervantes son únicos e indispensables y deben mantenerse al margen de los otros, los que no leen, o los que no leen leyendo esa pseudo literatura que no sirve para nada, pero al parecer lo que no sirve es el capricho de muchos que traspasan la línea del intelecto a la farándula, para buscar la sin razón del éxito que han encontrado estos artistas, a quienes más de alguno realmente envidia a escondidas, y quizá no sólo su éxito literario.

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