Esta semana, el 29 de noviembre para ser precisos, se cumplieron 42 años de haber lanzado el emblemático Fire on the mountain, creación de Charlie Daniels, uno de los músicos de country más influyentes.
A diferencia de otros discos de la década de los 70, en este álbum Charlie Daniels resulta más apegado al country clásico y al country rock, y es que este músico de 80 años es de los más multifacéticos del género, de esos que no han temido explorar nuevos sonidos, lo que ha originado que su discografía sea tan variada por el hecho de que en ningún álbum repite la fórmula.
El corte inicial es Caballo Diablo, llamado así porque nadie podía domarlo, pues al ser mitad caballo mitad diablo, sólo era montado por un jinete que a su vez fuera mitad hombre mitad diablo también: “They call him Caballo Diablo, half horse and half devil they say, Caballo Diablo the outlaw of the Blanca Sierra Madre”.
De ahí nos pasamos a Long haired country boy, una belleza de canción en la que Daniels simplemente es quien es, sin ataduras morales ni religiosas, y al que no le guste, puede irse por donde vino: “But I ain’t asking nobody for nothin’/ If I can’t get it on my own / If you don’t like the way I’m livin’ / ya, just leave this long haired country boy alone”. Así de fácil. Es de esas canciones que lo invitan a uno a dejarse de mamadas y no andarle haciendo al cool, y por eso, a medida que conozco la música de este señor, más duro suenan mis botas en la banqueta.
De destacarse es la polémica The Souths’s gonna do it again, que pone de manifiesto un marcado orgullo sureño, y por eso hay menciones a diferentes músicos y bandas de southern rock como ZZ Top, Lynyrd Skynyrd o The Marshall Tucker Band. Lo malo del asunto comenzó cuando en 1975, el tema, que se refiere a que el rock sureño sea relanzado y reconquiste su gloria, fue tomado por grupos radicales como un llamado a devolver a los estados del sur la gloria confederada de antes de la Guerra Civil, y por eso el Ku Klux Klan usó la canción en comerciales donde promovían sus eventos, así que ya en el número publicado el 20 de diciembre de ese año, Daniels declaró en tono airado a la revista Billboard: “Estoy muy orgulloso del sur, pero seguro que no estoy orgulloso del Ku Klux Klan… escribí la canción sobre la tierra que amo y mis hermanos. No fue escrita para promover a grupos de odio”. Valga la anécdota ahora que el tema está de moda por el efecto Trump.
El disco casi cierra con una joya en vivo: No place to go, toda una jam que va del country al rock pasando por el jazz y el blues. Hipnótica, excelentemente bien ejecutada, es la rolita ideal para perderse un rato.
Y al final, también en vivo, la mítica Orange Blosson special, ese clásico del bluegrass que es una prueba de fuego para cualquier violinista de country que se precie de serlo, ya que se toca sobre todo en festivales para que los músicos demuestren su virtuosismo. Destacando que Daniels, además de excelente guitarrista es un virtuoso de la viola y el violín (digo, a él le debemos The Devil went down to Georgia), su interpretación de este clásico del folclor gabacho está como para chuparse los dedos.
Así, escuchando esa belleza, sírvase usted un whisky, recárguese en su asiento y simplemente disfrute este disco que, mientras esta semana Charlie Daniels celebraba su cumpleaños número 80, el álbum cumple 42 años deleitando a los amantes del country y el southern rock. Salud.