Por Jorge A. Amaral
Imaginemos que vamos por una carretera en la que ya todo se ha vuelto aburrido y nuestros pasajeros se duermen, entonces vemos una señal que dice “Retorno a 100 metros”, y aprovechando el sopor, damos vuelta en u y les decimos a los pasajeros que aunque es el mismo recorrido que ya hicimos, ahora es diferente, pues se puede ver con otros ojos, quizá se acerca el atardecer y se ven diferentes tonalidades, etcétera, etcétera; es decir, reiniciamos el ciclo que se suponía cerrado.
En la música los ciclos de la moda son tan comunes que lo de hace 50 años quizás al rato vuelva, y lo hemos visto con muchos géneros y artistas que han retomado elementos que podrían parecer superados. En el rap, por ejemplo, en la década de los 90, los raperos de la Costa Oeste de Estados Unidos voltearon hacia atrás y rescataron sonidos del funk, el soul y el R&B para dar forma a lo que dio en llamarse G-funk, con Nate Dogg (q.e.p.d.), Warren G, Dr. Dre, Snoop Dogg, Ice Cube, Yomo & Maulkie y muchos más que utilizaron bases de aquellos géneros para formar un rap más armónico y más expresivo, a diferencia del southern rap o el Miami bass, que son subgéneros más enfocados en los bajos estridentes y sonidos más sintéticos. En este punto es necesario destacar que en sus inicios, en los 70, los DJs utilizaban muchas pistas de los entonces géneros de moda para hacer sus mezclas, es así que 20 años después, aunque era novedoso no era nuevo, pues basta escuchar a Kurtis Blow o The Sugar Hill Gang (“Rapper’s delight”, ¡a huevo!) para darse una idea.
Algo parecido ha sucedido con el rap chicano, que por el mismo sincretismo del grupo social que lo creó, su cultura tiene elementos tanto mexicanos como norteamericanos y su música no podía ser diferente, pues aunque estemos frente a un gangsta rap de pura cepa, los sonidos de la música mexicana no pueden ser pasados por alto, la música que los padres o abuelos de estos MCs llevaron a Estados Unidos al momento de migrar; pero no sólo eso, muchos, si no es que la mayoría, han recurrido a los llamados oldies para hacer sus pistas, es así que el rap chicano está impregnado de soul y rock and roll, mezcla que le da esa atmósfera tan low rider, y la causa de ello es la veneración que se tiene hacia los pachucos, quienes en la década de los 50 escuchaban lo mismo música ranchera y mambo que géneros de manufactura netamente norteamericana, como el boogie woogie. Este movimiento de los 50 dio pie a la aparición de artistas como Don Freddie Martínez, Lalo Guerrero (considerado el padre de la música chicana), Ton Tosti Pachuco Boogie Boys, Question Mark & The Mysterians, Steve Jordan, Flaco Jiménez, Los Tornados de Texas, El Chicano (“Viva Tirado!”, simón), Freddy Fender y muchos más sin quienes la música chicana es incomprensible hoy en día (Ricardo Valenzuela alias Ritchie Valens es caso aparte). Es así que los MCs y DJs de origen hispano tomaron toda esa tradición de más de 50 años y la trasladaron al rap que han venido haciendo desde finales de los 80. Ejemplos de este fenómeno los encontramos en Lil Rob, Kid Frost, Brown Side, Cypress Hill y Deliquent Habits, por mencionar algunos.
Dando un giro radical, últimamente he estado escuchando a Sonido Gallo Negro, proyecto sin duda interesante en el que se pretende rescatar la cumbia sudamericana de los 70, no tanto la de Colombia, sino la de Perú, Bolivia y Ecuador, y el resultado es el disco Cumbia salvaje, que quizá a más de algún hipster le suene muy alternativo, pero en realidad es más mainstream de lo que parece, pues son tan buenos músicos que emularon a la perfección, agregando algunos elementos novedosos, las cumbias que quizá nuestros padres bailaban cuando estaban en la edad de la punzada y usaban los pantalones stretch a la cadera y bien acampanados, cumbias que los ancestros inmediatos quizá bailaron en algún baile donde alternaran esos grupos sudamericanos, como Manzanita y su Conjunto con Rigo Tovar y La Sonora Dinamita. Pero como ahora ya no es tan popular (a pesar de sus raíces), me siento soñado (hablo en serio) cuando llevo a Sonido Gallo Negro a todo volumen en la camioneta y la gente se me queda viendo con cara de “¿qué onda con su vida?”; sin embargo es un excelente disco y por ello a algunos nostálgicos extemporáneos nos resulta en demasía divertido. Sólo espero que no se les ocurra cantar pues, igual que a Twin Tones, no les hace falta.
Si nos ponemos a diseccionar cada uno de los ejemplos de cómo en la música se han retomado tendencias y géneros anteriores, creo que no terminaríamos a buena hora, así que si se puede lo iremos haciendo poco a poco para disfrutarlo más. El caso es que en estos tiempos en que no hay nada nuevo bajo el sol es tan difícil ser novedoso que se corren dos riesgos: por un lado, padecer el efecto Matrix, en el que se inventó todo pero para las siguientes partes de la saga ya no había más que hacer, lo que provoca estrepitosas caídas desde la cúspide; y por el otro lado, pretender contarle las muelas a los ingenuos y decirles que se está innovando cuando en realidad sólo se está reciclando, como en el duranguense y demás aberraciones de la música vernácula (y muchas veces vernaculera) mexicana.
En fin, quizá este texto se queda corto pero es que es sólo la primera parte de la serie que estoy iniciando sobre la música que me gusta, de la que no me gusta ya escribirán otros. Pienso en todo esto mientras escucho lo que será mi recomendación de la semana: el disco se llama Tarantism, de los maestros de Tito & Tarantula, ampliamente recomendable si a usted le gustan las bandas muy al estilo de Los Lobos o ZZ Top, puede aderezarlo con un buen whisky.