Gaspar Noé es un cineasta amado y odiado a partes iguales. Desde contar una violación dentro de un paso subterráneo en Irreversible (Irréversible, 2002), hasta las abundantes dosis de sexo gratuito de Love (2015), la constante en su obra ha sido la polémica. Clímax (Climax, 2018) es el quinto largometraje del director argentino afincado en Francia.
La película se presentó en la Quinzaine des Réalisateurs en el marco del de Festival de Cannes, en donde Noé se llevó el reconocimiento que otorga la CICAE (Confédération internationale des cinemas d’art et d’essai). La cinta formó parte de la programación oficial en la pasada edición del FICM y es distribuida en México por Cine Caníbal.
Ubicada en algún lugar de Francia en 1996 e Inspirada en un suceso real, según lo anunciado en los primeros minutos del metraje, la cinta nos presenta una agrupación de danza que se prepara para iniciar una gira internacional. Previo a su partida, realizan un último ensayo y lo celebran con una fiesta. En la bebida preparada para la ocasión, alguien ha vertido una enorme cantidad de LSD, sustancia que en poco tiempo comienza a hacer efecto en los jóvenes bailarines provocando que las cosas se salgan de control.
Un pequeño guión
El punto de partida es simple, lo suficiente como para que el guión, escrito por el propio Gaspar Noé, constara de apenas cinco páginas. Después de una larga e impresionante secuencia inicial, una coreografía cargada de vitalidad, el resto del filme es prácticamente improvisado. La frescura se debe a un elenco compuesto por jóvenes bailarines sin experiencia en cine, la única actriz profesional es la argelina Sofia Boutella, quien también es bailarina y modelo.
La película se podría dividir en cuatro partes aunque no están perfectamente delimitadas. Comienza con la ya mencionada secuencia del baile, probablemente la mejor. Seguida de las entrevistas grabadas en video de baja resolución y presentadas en un viejo televisor, rodeadas por obras que claramente han influenciado el trabajo del cineasta argentino.
Un tercer segmento lo conforman las charlas en parejas de los diferentes integrantes de la agrupación, diálogos informales que definen algunas de las características de sus personajes. La última parte está contada a partir de los efectos del ácido en los bailarines, un caótico e insatisfactorio recuento de excesos y delirios, que opacan en buena medida lo exhibido previamente.
A través de los títulos intercalados entre las diferentes secuencias se infiere una ciclo narrativo que parte del nacimiento (representado por la ex bailarina dedicada ahora a cuidar de un pequeño y la chica embarazada que no se decide del todo a continuar con su embarazo), el cual cierra, como es de suponerse, con la muerte. Entre ambas existe la vida, representada por el baile, el cual, influenciado por las drogas termina por llevar a sus practicantes a la forma más primitiva y natural de este arte.
A pesar de que los primeros segmentos de Clímax son lo mejor que ha presentado hasta ahora Gaspar Noé, la película se desmorona al final. Es verdad que la locura inducida no hace sino presentar a los personajes tal cual son, pero ¿de qué otra manera podría ser? Las reacciones violentas o histéricas según sea el caso son acompañadas de una música imparable, movimientos de cámara y luces acordes al estado delirante de los bailarines, conformando un entramado audiovisual que se vuelve monótono y agotador.
Parece el juego habitual de un director encantado de provocar con la forma, cuando no hay mucho de fondo, mientras que el trabajo de los espectadores, si así se desea, es estar ahí para soportarlo.