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Con tres delanteros

Desde hace tres años vivo con un gato llamado Pascual. Es herencia de mi última novia, quien tenía afición por estos seres despreciables; los acumulaba como quien colecciona estampas de futbolistas o esos divertidos tazos de las papas saladas.

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Por Francisco Valenzuela

Mi ex novia se fue a estudiar lejos, a Francia, así que antes de abandonarme me dijo:

– Quiero que cuides a Pascual, que vivas con él y le des de comer, y lo vacunes, y lo bañes.

– Paola, creo que te has vuelto loca. Puedo conservar tus primeras cartas de amor, pero no me pidas que me quede con esta bestia.

La discusión se alargó como la cola de un lagarto; ella insistía en que adoptara al peligroso felino, pero yo me rehusaba hasta que la princesa sacó la calculadora y con ella la enorme cuenta que sigo sin pagarle. Las mujeres saben en qué momento extorsionarte, tienen un instinto de bajeza solo comparable con la de los políticos chinos y mexicanos.

Para evitar la bancarrota y un poco de vergüenza entre mi círculo más cercano, adopté a Pascual con la esperanza de que pronto muriera atropellado o víctima de algunas croquetas caducadas. También estaba la opción de que simplemente se perdiera en la calle, de que conociera a una de esas bandas de gatos taciturnos, pandillas que se refugian en colonias perdidas para atemorizar a los niños con sus espantosos maullidos.

Pero luego de un tiempo Pascual y yo nos hicimos buenos amigos; cuando le conté que sus pelos me causaban alergia me pidió que lo mantuviera rapado de por vida, y cuando le observé que sus ronroneos me recordaban a pasajes oscuros y tristes de mi infancia, los eliminó para siempre. A cambio, me pidió no escuchar más a bandas ochenteras de heavy metal porque le parecía lo más bochornoso en la historia del rock. Pascual es un amante de la música folk, de los libros de Agatha Christie y la comida rápida, tanto así, que una vez recibió un premio por ser el consumidor número uno del mes en McDonald´s.

En lo que siempre hemos coincidido, y tal vez de ahí el éxito de nuestra relación, es que ambos somos futboleros. Pascual es un tierno aficionado del Cruz Azul, y más de una vez lo he visto llorar en las finales, cuando están a punto de lograr el título y alguna maldita broma de Dios se los quita de las manos, como quien hurta una moneda de poco valor que no es suya tan solo por joder al prójimo.

Ambos le vamos al Arsenal, al Barcelona y a la Juve. No es que siempre hayamos seguido a estas escuadras, pero una noche en que nos pusimos muy borrachos decidimos que en adelante seríamos fanáticos de dichos cuadros, por lo que nos compramos camisetas y esos banderines que uno pone en su habitación.

El Mundial ya lo esperábamos con ansias. Apenas el lunes Paola habló con Pascual y éste le dijo lo emocionado que estaba por ver el primer partido de México contra Camerún. Como era tan temprano no buscamos ningún bar ni invitamos a nadie, a pesar de que Pascual tiene por amigos a otros gatos futboleros que ya le enviaban mensajes de texto para reunirse en nuestro sofá.

Ya he dicho que Pascual y yo nos llevamos muy bien, pero si algo me sigue desesperando de su personalidad es cómo se transforma cuando mira un partido de futbol. Enajenado por tantos programas de análisis, se pone a dar su propio parado del equipo, refunfuñando porque el Piojo Herrera salga con línea de tres y un solo delantero. A su entender, el mejor esquema es el 4-3-3, a la vieja usanza holandesa, la agresividad de la Naranja Mecánica contra el conservadurismo atroz de los italianos.

Yo le explico que cuando sales con tres centrales, los laterales se convierten en mediocampistas, en carrileros que no tienen miedo de abandonar su zona porque saben que la retaguardia se queda en buenas manos. Pero el gato es necio y me pide cigarros para apaciguar su nerviosismo, cree que los africanos meterán el primer gol y entonces Herrera deberá cambiar el parado del Tri y todo se va a descomponer.

Se termina el primer tiempo y no hay nada para nadie, solo una tormenta espantosa que se mete hasta las cámaras de la televisión. Pascual lo aprovecha para ir por primera vez al baño, y para escribir en su teléfono algunos tuits contra el parado táctico del director técnico mexicano.

En cuanto cae el gol de Peralta, Pascual se quita su remera de la Selección y se tumba al suelo en espera de que yo lo siga, pero me parece una exageración este tipo de festejos cuando aún no se ha ganado nada importante. Además, es contradictorio que mi gato ahora se deshaga de felicidad cuando minutos antes solo expulsaba amargura y maldiciones contra los verdes.

Al final del partido Pascual se sigue quejando, dice que el equipo debe ser más agresivo y salir desde el inicio con cuatro defensas, tres medios y tres delanteros.

-Joder, pero ganaron, ¿no es eso lo importante?, -le digo mientras me pongo la corbata para irme a trabajar.

-Si intentaran un poco con la escuela holandesa… bueno, ¡que lo intenten al menos! –me dice mientras se lava los dientes para irse a la escuela.

Tres horas después, Pascual me escribe al WhatsApp para contarme cómo los holandeses humillaron a los viejos reyes, cómo fue que Casillas claudicó con todo y la esposa guapa.

Carajo, ahora quién va a aguantar a mi gato, ufano y orgulloso porque la escuela holandesa le está dando la razón.

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