En estas fechas, estertores finales del 2015, en que lo normal y aconsejable es que demos los mejores deseos y anhelos a nuestros prójimos, familiares, parientes y amigos, uno de los más comunes es desear éxito y felicidad al por mayor. Contrario a lo anterior yo, sin que sea 28 de diciembre, les deseo la ruina y el fracaso, por lo siguiente.
Éxito es una palabra que no nos lleva a ninguna salida, su parecido con la palabra inglesa exit, es más bien sólo de forma y no de contenido. Más bien, diría yo, se trata de una palabra cuyo significado conlleva a una práctica que, de hecho, nos deja en un callejón sin salida. Así, hoy les quiero desear – en estas fechas que todo se desea y poco o nada se logra- que no tengan éxito, ¿por qué? Éxito y felicidad van de la mano o, mejor dicho, casi son lo mismo sino es que son lo mismo: una cosa –cualquiera de las dos- lleva a la otra.
¿Éxito?, ¿felicidad?, ¿Cuándo alcanza uno el éxito?, ¿cuándo la felicidad?, ¿acaso, en verdad se puede llegar a ser exitoso o feliz en esta vida? Por otro lado, éxito y felicidad parecen ser algo huidizo, algo que se fuga constantemente de un objeto a otro cuando no de una persona a otra o de un lugar paradisiaco a otro (no hemos acabado de joder este planeta cuando ya estamos planeando ir a joder al pobre y rojizo Marte o a Titán), algo preparado para la fuga o, en todo caso, para el escaparate, la fantasía y la ilusión de una buena película de Aladino dirigida, por supuesto, por Quentin Tarantino.
Éxito es, hoy en día, una palabra que guía y norma nuestra conducta: licenciaturas, sueños guajiros cuando no húmedos, planes de estudio, cursos, talleres, libros audio-libros y más mercanchifles del mercado psy light que fueron o están diseñados para la obtención del éxito, la consecución de la felicidad o del dinero que, en este caso es lo mismo, pero, ¿qué entendemos, en realidad, por éxito?, ¿qué por felicidad?
Y es que, al invocar la palabra éxito, la relacionamos casi inevitablemente con personas trajeadas, con coches cuyo valor supera –no solamente en el inimaginable precio sino en el alto consumo de combustible- las posibilidades del 97% de ciudadanos de a pie del mundo, con casas de a semana, cabañas de fin de semana y bungalows en la playa para las vacaciones aburridas en familia o con spring brakers.
Contrario a lo que se considera como adecuado y hasta deseable, yo sostengo que hoy en día lo que menos necesitamos, como humanidad y no sólo como mexicanos, es gente exitosa sobre todo si tomamos en cuenta que el éxito ha sido entendido a partir de la consecución de un status quo adherido a una clase social determinada que ubica a las personas “más arriba” de la media en cuanto y a partir del poder adquisitivo que se tenga. Es pues, entonces, un modo de vida que conlleva un nivel de consumo determinado que se lee en la conclusión: mientras más consumo tengas y seas capaz de realizar tanto igual o más exitoso serás y, por lo tanto, tanta o más feliz serás.
La propiedad del nuevo audi (recordando al escritor cubano Santiago Alba Rico), del nuevo volvo, del nuevo iphone, de la nueva fragancia son, en esta lógica de ideas, accesorios de un efímero e inalcanzable estilo de vida que las opiniones más pesimistas consideran terminará cuando: 1) las reservas de petróleo comiencen a dar sus últimos borbotones, pues los modelos de desarrollo económico actuales están basados, casi en su totalidad, en el uso y explotación de hidrocarburos. Hay quienes como, Paul Roberts, estiman que en setenta o más años las reservas de petróleo comenzarán a dar los últimos borbotones y será entonces cuando tooodo nuestro estilo de vida cambie en absoluto o, 2) cuando el planeta ya no pueda soportar tal estilo de vida. La pregunta es: ¿qué pasará primero, se acabará el petróleo o el planeta ya no tolerará más contaminación?
El éxito en este sentido está entendido como algo que ha de lograrse en un futuro, como algo que ha de obtenerse, algo por lo que hay que pelear y competir, pues en este mundo hay muchos rivales (cada persona es un rival y enemigo en potencia) que quieren el éxito, si de verdad lo quieres, tendrás que pelear, contra quien o contra lo que sea, por él. Se convierte, así, en el aliento de los desafortunados que no nacimos en pesebre de oro y en la motivación por ser alguien en la vida (¿acaso no somos nada o nadie?)
De esta forma, el éxito responde a la lógica lineal de la modernidad, aquella, que considera que el mundo (y toda forma de vida contenida en) es algo que puede –y, de hecho, debe- ser explotado por aquellos que se atrevan a hacerlo por aquellos que quieran y deseen la fortuna, el éxito y la felicidad. La lógica lineal de la modernidad trae consigo una perspectiva del tiempo que es también lineal y, además, acelerado: cuanto más tengas y más rápido, mejor. Éste es el aspecto que cosifica la sociedad, es decir, convierte al mundo, a las personas y a los animales en objetos vacíos de sentido que nada dicen y nada significan, no tendría que sorprendernos, pues, que en esta sociedad cosificada y cosificadora, las vidas humanas tengan un precio, o no.
En este sentido, el éxito es más un estado de la realidad física concreta: algo que se puede conseguir, comprar u obtener y no un estado mental. Es, como sugería Erich Fromm, una cuestión más de tener que de ser.
Y es que no les deseo este éxito porque, aunque no nos guste, no nos lleva a la felicidad o, como les gusta decir a los psicólogos, a una sensación de bienestar subjetivo agradable. No. Resulta que las cosas que este tipo de éxito puede comprar proveen de una sensación de bienestar pasajera: el deseo, revela el psicoanálisis, se fuga de un objeto- mercancía a otro por lo que el consumo y nuestra capacidad de adquisición nunca podrán atrapar o satisfacer cabalmente nuestras ansias de éxito. Y, en caso de que el deseo no se fugue, algo perverso hará que lo haga, aquello que se ha denominado como obsolescencia programada y obsolescencia percibida: todo está diseñado para dejar de funcionar o para que percibamos que ya no lo hace.
Necesitamos otra definición de éxito y felicidad que no estén íntimamente emparentado al tener sino que sea un estado de ser. No necesitamos tener para ser, no necesitamos hacer nada para ser, ya somos, somos siendo.