Luego de tantas ediciones del festival michoacano, uno ya sabe que las funciones de cortometrajes nos dejarán cosas deliciosas y otras decepcionantes. Y así ocurre con los programas 2 y 3 de esta doceava edición.
Por Francisco Valenzuela
En Batallas latentes, de Pepe Ávila del Pino, Arturo y Roberto son dos adolescentes citadinos que visitan un oscuro pueblo fronterizo para encontrarse con una suerte de bienvenida al mundo adulto, en donde el cigarro y la cerveza se pueden disfrutar contratando un servicio de prostitución. Los diálogos resultan agradables, aunque el final es un tanto pretensioso y sin explicaciones objetivas.
Dirigido por Eduardo Lecuona, Andrés cuenta cómo el protagonista de la historia es un mirrey chilango que solo quiere divertirse los fines de semana en Valle de Bravo, pero su carácter iracundo y la mala copa lo hacen perder a sus amigos y no reconquistar a su ex novia. Nada nuevo, otra historia más de clases medias en sus aparentes tormentos, con actuaciones medianas que delatan una descuidada producción.
Negro, de Daniel Castro Cimbrón, se cuenta sin colores y nos adentra en una flashback de quien no tiene los mejores recuerdos de la infancia. Julián es hoy un adulto, pero de niño amaba a un perro que terminó en otro mundo gracias a un extraño ritual planeado por su padre. El corto cumple a secas con una trama de misterio y traducciones subjetivas.
Por su parte, Acelo Ruiz Villanueva presentó Esta canción de amor es para Fátima, relato de tintes infantiles donde Domingo quiere conquistar a su amiga Fátima comprándole un reproductor MP3, cosa bastante complicada si tomamos en cuenta que viven en la Sierra Zapoteca. Sin embargo, la luz la encontrará gracias a un adulto que no tiene un futuro halagador.
Un acertado adentramiento en el mundo del campo mexicano lo vimos con Las lecciones de Silveria, de Yolanda Cruz, pues de forma conmovedora y realista muestra a una niña indígena que debe pagar con trabajo duro el haber destruido los adobes que tanto trabajo cuesta formar. A consideración de su directora, es una historia de travesuras, como las tienen todos los niños. Buen manejo de la cámara y acertados rasgos expresivos en una película prácticamente sin diálogos.
El programa se reservó lo mejor con la exhibición de La tiara vacía, de Hari Sama, otra historia contada en blanco y negro, un relato desgarrados de una ex estrella del cine mexicano que ahora vive en condiciones de extrema pobreza, arrojada a una vecindad que está a punto de ser demolida por el capital que en cualquier lado ve una oportunidad de negocios. Con escasos parlamentos, destaca por mucho la actuación de Concepción Márquez, quien le pone fuerza al papel de quien ya no tiene esperanza alguna, pero sí viejos trofeos que quizá solo a ella le importen.
En el programa 3 los cortometrajes destacan por su calidad de producción, pues varios de ellos son proyectos con apoyos académicos e incluso de casas cinematográficas de reconocimiento internacional.
Para abrir boca, vimos De hombres y bestias, de Irving Uribe Nares, el perturbador relato sobre Ramón, un joven con cierto retraso mental que por alguna razón oculta la muerte de su madre, al parecer la única persona que lo cuida. Con las claras influencias de Carlos Reygadas y Amat Escalante, que de hecho apadrinaron al corto, vemos imágenes duras, close ups donde lo animal es más humano de lo que creemos, instintos salvajes que nos hacen reaccionar como seres imperfectos y temerosos, todo acompañado de un baile exótico con música desfragmentada.
Reconciliados, de Victoria Franco, narra con agudo humor negro la vida de un extranjero radicado en México, un iracundo padre que tomará la decisión de quitarse la vida cuando cree que todo está perdido. Según las palabras de la directora, que junto a su hermano Michel también dirigió A los ojos, la gente suicida es muy valiente y nada egoísta, lo que le merece un respeto y admiración que plasma en este corto, una suerte de espejo por lo difícil que le resulta relacionarse con las personas.
Vivir en el Distrito Federal suele ser caótico, y así se refleja en Niño de metal, dirigido por Pedro García-Mejía. Munra es un joven que atiende un puesto de ropa oscura en pleno Chopo, así que pasa los sábados fumando hierba y platicando con sus amigos. Pero una mañana lo sorprende su ex mujer para encargarle a un simpático e hiperactivo bebé, fruto de una relación que hoy parece estar rota. El Munra tendrá un descuido imperdonable que lo hará reflexionar sobre su comportamiento en la vida. Este corto es tan solo una probadita de lo que próximamente pretende ser una película de larga duración, protagonizada por Gabino Rodríguez y Andrés Almeida.
Sofía Gómez Córdova aceptó que no es buena para poner títulos, así que nombró a su corto La última batalla contra las malditas palomas, en el cual una joven se da cuenta que la danza contemporánea no es su mejor arma, así que tendrá que pensar en dedicarse a otra cosa y en tanto regresar a vivir con sus padres, pues ahora vive en una casa compartida donde la vida es insoportable.
Para cerrar, Martín Bautista nos compartió P*to, el despertar gay de un niño que es bulleado en clases porque prefiere las coreografías al futbol. Arturo vive con una madre que todo lo quiere solucionar con técnicas excéntricas, y con un tío que es abiertamente homosexual. La historia tiene cabida en los 80 del siglo pasado, cuando los medios de comunicación se encargaban de culpar a la comunidad gay por la aparición del VIH.
De esta forma variopinta se vivió una jornada de cortometrajes que seguirán teniendo cabida en los días restantes del festival.