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Crítica a Z, la ciudad perdida

“Z” fue el nombre con el que Percival Fawcett denominó a una supuesta ciudad perdida en la selva amazónica y cuya existencia intentó probar hasta el final de sus días. Debido a los avances científicos, los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX fueron una época de notables descubrimientos geográficos. Época a la que el malogrado explorador británico le puso fin con su misteriosa y teatral desaparición en algún punto de la desconocida selva brasileña durante el año 1925.

La historia de Percy Fawcett se cuenta en Z, la ciudad perdida (The lost city of Z, 2016), sexto largometraje que escribe y dirige James Gray. Ya desde hace algunos meses está disponible en formato digital, pero apenas ahora llega a la cartelera. La cinta se estrenó en Estados Unidos en abril del presente año, con resultados más bien decepcionantes, al parecer al público norteamericano le importaron muy poco los buenos comentarios de la prensa especializada. De esta manera, lo nuevo del cineasta neoyorquino se suma a su lista de fracasos comerciales, los cuales incluyen un par de filmes de buena factura: el drama citadino Dos amantes (Two lovers, 2008) y más recientemente Sueños de libertad (The inmigrant, 2013).

Para escribir su guion, James Gray se basó en la novela histórica The lost city of Z: A tale of deadly obssesion in the Amazon, obra del periodista estadounidense David Grann publicada por primera vez en 2009 (en español está editada por DeBolsillo con el título Z, la ciudad perdida), en donde se reconstruyen cronológicamente las aventuras del explorador británico, obsesionado con una serie de exploraciones poco exitosas y que terminaría protagonizando uno de los misterios más interesantes de la primera mitad del siglo XX.

Es interesante hacer notar que a pesar de que buena parte del filme se desarrolla en paisajes exóticos, la película se centra más en la vida personal del Fawcett (bien interpretado por Charlie Hunnam). Al inicio del filme, el militar británico ha pasado por Saigón, Hong Kong e Irlanda a sus 37 años de edad, pero es un oficial que vive un estancamiento profesional debido a los errores de su padre: un borracho y jugador, cuyo comportamiento puso por los suelos el honor familiar. Fawcett lucha por encontrar un sentido para su vida y un lugar en la sociedad. Su oportunidad llega cuando le ofrecen la delicada misión de cartografiar la frontera entre Bolivia y Brasil. En su primer viaje a la selva, nuestro protagonista encontrará indicios que lo llevarán a obsesionarse con la existencia de una mítica ciudad perdida entre la exuberante vegetación amazónica.

Gray aprovecha el viaje no solo físico sino intelectual de su personaje para revisar, aunque de forma somera, cuestiones como el colonialismo y el racismo predominantes en la época. Es cierto que por momentos el filme pierde intensidad en parte por la ausencia de un clímax dramático y en parte por su duración de dos horas y veinte minutos. También exagera el aporte arqueológico, más imaginario que teórico, del obsesivo pero bien intencionado Fawcett. No obstante, James Gray entrega un filme elegante, correcto, sin las florituras innecesarias tan comunes en el cine de aventuras hollywoodense. Supera con ciertas dificultades las convenciones del género, pero con la entereza suficiente para erigirse como lo más destacado, hasta ahora, en la filmografía del cineasta neoyorquino.

 

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