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Crítica de Ayala Blanco a cinta de Jarmusch (traducción)

Aunque es considerado uno de los grandes maestros de la crítica, es común que muchos lectores se quejen de que a Jorge Ayala Blanco simplemente no se le entiende nada. Dueño de un estilo barroco, el autor de decenas de libros publica cada semana en el suplemento Confabulario, del diario El Universal, sesudas críticas cuyo hilo se pierde casi desde el primer párrafo. Nosotros creemos que su prosa es hermosa, aunque ciertamente compleja. Por ello, y como la buena acción de esta semana, hemos decidido traducir al español comprensible su más reciente crítica a la película The dead don’t die, del aclamado Jim Jarmusch.

Como sugerencia, les aconsejamos abrir en una pestaña alterna el texto del maestro de la UNAM (disponible aquí, en este enlace) y cada que terminen un párrafo volver acá para su correspondiente traducción.

De nada.

Jarmusch y la mueca zombie

En Los muertos no mueren (The dead don’t die, EU, 2019) impredecible película número 13 del minimalista estadounidense que todavía es un autor total que va más allá de los géneros a sus 66 años, Jim Jarmusch (conocido por películas como Más extraño que el paraíso, de 1985; Hombre muerto, de 1996, y Paterson, de 2016), el distraído jefe policíaco Cliff (interpretado por Bill Murray, que recuerda al padre mendigo de la película Flores Muertas, un muerto vivo antes de tiempo) del pequeño pueblo recóndito Centerville, en el centro de la nada y su confundido agente único Ronnie (interpretado por Adam Driver, con ciertas chispas de buenas actuaciones), inician su aventura a partir del robo de un pollo[1] que ha denunciado el roñoso granjero Miller (Steve Buscemi), contra el misantrópico ermitaño inocente Bob (Tom Waits, que siempre recuerda al poeta Charles Bukowski como una suerte de heredero suyo[2]) que rifle en mano todo lo observa con sus siempre presentes binoculares dentro del bosque, pero aun así es baleado, aunque sin éxito.

Esto sucede poco antes de que empiecen a manifestarse, para posteriores asombros de la oficial buscagalán Mindy (Chloë Sevigny), la mesera maternal Fern (Eszter Bálint), el ferretero afroamericano adicto al café Herk (Danny Glover), sus escépticos compadres blancos, el cinéfilo erudito vendedor de gasolina Bobby (Caleb Landry Jones), la sospechosa dueña de la funeraria originaria de Escocia recién llegada a Estados Unidos, Zelda (Tilda Swinton, casi albina), tres odiosos viajeros hipsters pertenecientes a minorías raciales[3], un recluso de un reformatorio para adolescentes que está fascinado por las mujeres, de nombre Gerónimo (Jahi Winston) y veinte pintorescos personajes más (interpretados en cameo por Iggy Pop, Sarah Driver, RZA, Selena Goez e incluso el cantante de country Sturgill Simpson, cuyo lúgubre blues sensual «Los muertos no mueren» se escucha en todo momento y lugar, hasta el patrulla policial.

Una sucesión vertiginosa de anomalías comienza lentamente a manifestarse: aparte de los pollos (gallinas) perdidos, hay luz de día por la noche, los relojes y celulares se descomponen, los gatos escapan, el eje de la rotación de la Tierra se ha movido según una locutora de color (Rosie Perez), la obesa vecina afroamericana promiscua resucita inoportuna en la pequeña morgue, antes de que los muertos emerjan de sus tumbas aparece una mano que parece reclamar la espada Excalibur que se volverá exterminadora, los zombis sanguinarios y sanguiolentos devoran cuanto ser vivo hallan a su paso, los nuevos cadáveres producen vómitos a la oficial curtisífima, y gracias a su cultura fílmica acorde con la moda, todos recuerdan que a los muertos vivientes hay que volarles la cabeza de un escopetazo o decapitarlos con machete o a sablazo limpio, al estilo del samurai hot dog Johnny Depp[4] en la película Ghost Dog, del mismo Jarmusch (1999), como los que reparte la Zelda con la ultradisciplina militar de Uma Thurman en la película Kill Bill (de Quentin Tarantino, 2003). Nada de ello impedirá que el acoso sobrenatural y los brutales descuartizamientos continúen, hasta ser prácticamente desaparecer todo el género humano presente y a merced del guiño zombi.

El guiño zombi no da tregua en las descripciones gráficas de la arremetida de los muertos vivientes, tan explícitas como le son posibles y afectadas por una ironía que va desarrollándose a lo largo del filme de forma despiadada, haciendo citas a atmósferas mórbidas como la de Hitchcock en su película Psicosis, de 1960, y los paranoicos virtuosismos efectistas de George Romero en su película La noche de los muertos vivientes, de 1968. Estas películas se consideran fundadoras del subgénero y las arbitrariedades narrativas provienen de una condición que «escapa a toda determinación antropológica» (en palabras de la crítica y académica Sonia Rangel), pues el relato o película se renueva sin cesar a cada uno de sus bombásticos episodios y tal parece que solo esperan a que los abundantes personajes de esta cinta coral y multívoca[5] en serio hayan creado una forma de hacer empatía con el espectador de forma espontánea y de forma apenas necesaria para que la película «dé el zarpazo», es decir, provoque una sorpresa o impacto, ya sea una manía con el café o con golosinas, o los zombis con celular como si trajeran guitarras, o comprar un CD con la canción-tema, o la crueldad mortuoria que conduce a una gran cadena de sarcasmos y extremidades (de cuerpos) chupadas como paletas, o la fuga del personaje Zelda (spoiler) en un platillo volador como si fuera ET (de Steven Spielberg, 1982). Todo lo anterior, buscando provocar una risa agria.

El guiño zombi no busca un enfoque narrativo de primera mano, ya que desde la presentación de los escenarios y de sus nombres que nos hacen creer que estamos en un microcosmos paradisiaco e idílico (Un lugar siempre agradable), ya está haciéndose alusión y pretende tomar por asalto un lugar del cual veremos una fantasía lírica (el director de fotografía es Frederic Elmes). Este idilio se impone solo para de inmediato ser enrarecido y envenenado.

El guiño zombi se coloca en contraposición de una forma de volver a revisar el género, desde el interior del mismo género o solamente en las formas simbólicas, o de una forma cínica pero también con uso de signos[6] como lo que había realizado Jarmusch en relación al cine de vampiros en su película anterior Solo los amantes sobreviven (2013), pues ya que existen cintas con un elenco mayoritariamente afroamericano como las de Jordan Peele (¡Huye! del 2017 y Nosotros, del 2019), y ya que Jarmusch hace referencia a la urgente realidad exterior que obliga a redimensionar la fábula zombi como una tragicomedia política. Ahí están entonces los dardos dirigidos contra el abuso policiaco, contra el racismo que impera colectivamente y en donde una frase en pro de los mexicanos parece un desafío valeroso… o un agravio. Aquí, la manipulación de los medios minimiza cualquier peligro y la fatal convicción (en palabras del personaje Ronnie) de que «todo va a terminar mal».

Y el guiño al cine de zombis acaba haciendo una síntesis con una extraña mezcla hiperrealista de risas agrias, fantasía lírica y tragicomedia política en un final culminante, haciendo una declaración en tanto que la película es una ficción autoconsciente (de forma descarada), pues resulta que el distraído jefe policiaco y su agente único que tiene algunos destellos, ya han leído el guion de la película (aunque no completo), que les proporcionó su amigo cineasta Jim (Jarmusch) y ahora ya no les queda sino defenderse espalda con espalda hasta morir, por una infinita horda de zombis vista desde un plano cenital que lo abarca todo, rumbo a la oscuridad total, al mismo tiempo que se convierte en rito e inmolación, festejo y burla inteligente, tal como lo hace saber el ermitaño Bob, quien convierte la desdeñosa frase de la novela Moby Dick, de Herman Melville («Las miserias sin nombre de los innumerables mortales») en máxima sabiduría de alguien que es más allá de lo consciente, pues es la conciencia misma de la película. Es decir, que más vale ser marginal que consumidor de heroísmos, sensaciones fuertes y relatos hipercodificados.[7]

Notas al pie

[1]   En realidad es una gallina. N del T.

[2]   Ayala Blanco utiliza en el original el término PosBukowski como una relación intertextual entre la interpretación de Tom Waits y la iconocidad creada por el poeta Charles Bukowski de su propia figura. Tom Waits nunca ha interpretado a Bukowski. N del T.

[3]   En realidad los tres personajes son blanco, negro y latina. N del T.

[4]   En realidad es Forest Whitaker, ya que Johnny Depp no actúa en Ghost Dog. N del T.

[5]   El término Coral se refiere a una película de varios personajes en donde la trama no se centra en un solo protagonista. El término «multívoco» significa que está dispuesto a diferentes interpretaciones. N del T.

[6]   En el original «cínica-sígnica». Aquí Ayala Blanco propone un juego de palabras, posiblemente señalando que Jarmusch utiliza los signos de forma cínica.

[7]   Hipercodificación implica una serie de contenidos semánticos que no están codificados explícitamente en el sistema al ser leyes no expresadas y, sin embargo, son de uso común e inteligibles para todos los usuarios. (Roman, p. 107, 2008). Se sugiere revisar el concepto de Umberto Eco para mayor comprensión del término o en todo caso tomar un curso de semiótica. Nota de redacción.

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