Uno de los temas que siguen causando controversia entre los historiadores de la Segunda Guerra Mundial es el que tiene que ver con la pausa que hizo el ejército alemán en Dunkerque, lo cual permitió la evacuación de una buena parte de las tropas aliadas. Se han esgrimido varias teorías al respecto, las principales son que: el ejército de tierra necesitaba refuerzos y pertrechos para continuar el ataque, que la Luftwaffe se encargaría de ello o que Hitler los dejó escapar para negociar una rendición condicionada. Al final muchos aviones no pudieron despegar por el mal clima, la infantería permaneció inactiva durante algunos días y Hitler no presionó demasiado a sus generales (años después, Hitler se quejaba amargamente en su testamento de la necedad de Churchill ante lo que él llamó un gesto de “espíritu deportivo”, refiriéndose a Dunkerque).
Y es precisamente Dunkerque (Dunkirk, 2017), el título y el tema del décimo largometraje que dirige Christopher Nolan. El primero de los trabajos del cineasta británico que está basado en hechos históricos y uno de los más cortos de su filmografía. La película se estrenó apenas la semana pasada en Estados Unidos y ya registró 74 millones de dólares en sus primeros siete días en cartelera. En México se presenta en una buena cantidad de salas, aunque desafortunadamente en muchas de ellas doblada al español.
El guion escrito por el propio Nolan se sale de su registro habitual y decide explorar la crueldad de la guerra real, que siempre deja entrever lo mejor y lo peor de las personas. Y aunque el conflicto bélico ha sido continuamente retratado en la pantalla grande, muy pocas veces se había concentrado en este particular pasaje de la historia. La idea surgió a partir de un viaje que hizo el cineasta hace muchos años en un pequeño yate cruzando desde Inglaterra hacia la costa francesa a través del canal de La Mancha.
La película está basada en tres segmentos enfocados cada uno en las playas de Dunkerque, la batalla aérea y el mar. La complicada evacuación une los destinos de diferentes personajes: el soldado novato que busca escapar a toda costa del infierno de la guerra, el padre de familia que toma el mando de su pequeño bote para salvar la mayor cantidad de vidas y el experimentado piloto que busca con entereza derribar a los bombarderos alemanes.
A pesar de ser una película de guerra, lo cierto es que vemos muy poca sangre en la pantalla, algo que no demerita el aspecto realista del filme, el cual funciona como una película de suspenso. Nolan busca mantener la atención del espectador concentrándose en la tensión que converge en la superposición de sus tres segmentos y en ningún momento busca abundar en los diálogos. Y es esta estructura narrativa que avanza y retrocede en el tiempo, que ofrece distintas perspectivas de acuerdo a los personajes, el sello distintivo del cineasta británico, además claro, de su estilizado e impresionante aspecto visual.
¿Merece Dunkerque todos los elogios que ha ido cosechando desde su estreno? Tal vez no, pero ya se encargará el tiempo de situarla en su justo medio, probablemente sea la película más aparentemente sencilla de Nolan desde la lejana Following (1998). Lo nuevo de Nolan apela más a la experiencia sensorial del espectador que al desarrollo de sus personajes o a la necesidad de ofrecer algo más que una meticulosa impresión de una importante página de la historia mundial. Aun así, es una experiencia sumamente interesante.