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Crítica: Todo en todas partes al mismo tiempo

Todo en todas partes al mismo tiempo

Todo comienza con una declaración de impuestos. Pero Evelyn, una atribulada madre de ascendencia china, además de reunir sus facturas debe atender su lavandería, preparar la fiesta de cumpleaños de su padre, pasar por alto los inútiles comentarios de su esposo y discutir con su hija rebelde. Poco más o menos en eso se van los primeros minutos de Todo en todas partes al mismo tiempo (Everything everywhere all at once, 2022), segundo largometraje de Dan Kwan y Daniel Scheinert, quienes en conjunto firman como Daniels.

Para los pequeños contribuyentes llevar a cabo una declaración de impuestos puede ser una pesadilla. Pero además de los problemas con las facturas, cuando Evelyn (Michelle Yeoh) acude a la cita con su tiránica asesora fiscal, se ve arrastrada al cuarto de limpieza del edificio. Es una humorística referencia a Matrix, en donde se entera de que es la única esperanza para salvar una serie de universos alternos, en donde su vida y la de quienes le rodean, han tomado diferentes caminos.

La propuesta es descabellada, pero cuando la vemos en pantalla es aún más. Por ello es necesario volver la vista hacia los antecedentes de Kwan y Scheinert. Los videos musicales que hicieron para bandas como The Shins, Foster the People y Passion Pit, ya nos mostraban una inclinación por lo caótico y extravagante.

Su primer largometraje fue la peculiar Un cadáver para sobrevivir (Swiss army man, 2016), en donde el personaje interpretado por Paul Dano, debía usar un cadáver parlante y flatulento a modo de de navaja suiza para escapar de una isla desierta. Ya en solitario, Scheinert rodó The death of Dick Long (2019), una comedia extraña pero ligeramente más convencional.

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A pesar de que por momentos parece demasiado, nada parece ser excesivo para ellos. Las múltiples referencias escatológicas incluyen a un abuelo comiéndose los mocos y los premios con forma de plug por los que luchan un par de oficinistas poseídos. Mención aparte merecen los estereotipos, como el apodo del personaje interpretado por la comediante Jenny Slate, “Big nose”, una clara referencia a sus orígenes o la misma lavandería, propiedad de una familia de origen chino.

La existencia de diferentes universos paralelos les permite regodearse en lo bizarro mostrándonos diferentes versiones de la vida de la protagonista. Desde su solitaria vida como una estrella de cine (en donde rememora una escena de Deseando amar de Wong Kar Wai), pasando por una experta en artes marciales que tiene una fuerza descomunal en sus meñiques.

Pero las palmas se las llevan los universos en donde Evelyn es una piedra parlante con ojos móviles de plástico y aquel en donde todas las personas tienen dedos de salchicha, tan largos como inútiles. Aquí otra descabellada referencia, ahora a la famosa secuencia prehistórica de 2001: Una odisea espacial de Kubrick.

Hay momentos en los que parece que son solo más de dos horas de eventos inesperados y absurdos. Sin embargo, el hilo conductor de la narración es la brecha generacional que separa a una madre de su hija, representándola a través de estos mundos alternativos. A Evelyn le cuesta trabajo aceptar que su hija ha decidido romper la tradición al tatuarse, hablar mal el lenguaje materno y tener de pareja a otra mujer.

Afortunadamente, aquí nadie ha hecho un escándalo por ello. Al final, en medio del caos y la extravagancia triunfa la aceptación, y es que, nos guste o no, las cosas cambian aquí y en todas partes… aunque no al mismo tiempo.

 

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